NOTA BENE:

Revista Internacional del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Sede: New York.


domingo, 1 de marzo de 2015

Grandes soñadores, grandes luchadores...

Es una lástima que el mensaje enviado por Alberto Mosquera haya llegado tarde... demasiado tarde. Por él nos enteramos que uno de nuestros dilectos amigos de universidad, ha sido llevado por la parca, a donde moran las musas que tanto siguió y cantó incesantemente. Ya el homenaje que se le hizo pasó. No estuvimos porque nos hemos convertido en ermitaños de tanto guardar la memoria de Zaratustra porque el águila y la serpiente anidaron en nosotros mismos. En nuestra mente. En nuestro corazón. Nunca pasará el aprecio que le teníamos a Cesáreo Martínez. Aquel poeta y ser humano que conocimos cuando lo tratamos tan cercanamente en los pasadizos y la vida pletórica de emociones de la Universidad de San Marcos... Donde solíamos encontrarnos siendo jóvenes. Por supuesto que gozamos de Cesáreo Martínez... amistad y obra. Lo dejamos de ver porque la vida me llevó por rumbos inesperados en el extranjero. De vuelta, en el Perú, no supimos más de él… Un día, en un microbús inmenso, lo encontré. Lo miré. Me miró. La sorpresa no nos dejó hablar. Su mirada fue borrada por el silencio cuya atrocidad cercenaba el incruento tiempo cuya muralla separaba nuestro presente, sin saber yo porqué. Nunca más supe de él. Pasa el tiempo sin pasar. Nos damos con la sorpresa de encontrarlo, ahora, físicamente alejado para siempre de nosotros. Mas -como siempre se dice- Chacho jamás se alejará de nuestro recuerdo. Chacho jamás se alejará de nuestra amistad. Chacho jamás se alejará de nuestra vida, que avanza hacia donde todos terminan y han de terminar, lo queramos o no. Muchos miembros de esas generaciones, con quienes compartimos la vida universitaria, han ido alejándose ya, para siempre, de este mundo. Muchos otros le seguirán pronto... La vida es así... La vida es así. ¿Chacho? Una de esas personas con quien estuvimos, y nos sentimos muy cerca. ¡Él compartió tantas cosas con nosotros! Fue con él -en el fragor de los fuegos encontrados que se encendían en San Marcos-, con quien aprendimos que la vida es bella sólo si sabemos mirarla con los ojos de la pasión que busca cambiar lo negativo en positivo. Sus ojos problematizados siempre supieron ver lo bello. Belleza que supo plasmar en su obra poética. Fue también la belleza de todos aquellos que compartían ideales, luchas y sensaciones que llevaban a buscar el bien para el pueblo.

En la nota, que nos envía nuestro amigo Alberto Mosquera, vemos que igualmente han desaparecido varios personajes que tuvieron importante gravitación cuando yo estudiaba. Les perdí las huellas (y ellos jamás supieron de las mías, presumo). La memoria me es ingrata porque he olvidado casi todo sobre los tiempos en que mis pasos se perdían en los claustros de San Marcos. Recuerdo, nítidamente, un personaje que tuvo importante gravitación en la vida estudiantil de los años setenta. Orador como pocos. Luchador como tantos de esa generación de la que él supo ser abanderado: Gróver Gambarini. ¿Qué habría hecho Gróver si le hubiera faltado el dedo con que acostumbraba decir sus grandes discursos? A todos ellos, a quienes recuerdo y a quienes no (lo que no quiere decir que no los haya conocido e incluso tratado muy cercanamente, porque si mi memoria olvida nombres puede recordar rostros, y si olvida rostros recuerda emociones)-, a todos ellos, digo, les rindo mi emocionado homenaje. Se lo merecen. Se merecen el reconocimiento de todos nosotros, por su entrega honesta a los ideales que levantaron. A los ideales por los cuales lucharon. De todos ellos se puede acertadamente decir que fueron lo que Alberto señala: "Miembros de la joven guardia sanmarquina, grandes soñadores y luchadores." ¡Qué se eleve el pendón de la vida hasta el punto más alto del dolor! ¡Qué se yerga la amistad hasta donde la muerte se difumine! ¡Qué se coloquen las banderas del dolor a media asta en honor de quienes formaron parte de la vida que nos tocó vivir! ¡Qué la bandera de la lucha siga siempre ondeando para quienes tuvieron y tienen la honestidad que ellos supieron tener cuando se entregaron desinteresada y plenamente a la causa que abrazaron! ¡Sigan luchando por aquello en lo que creyeron y que los llevó a vivir plenamente su juventud! ¡Descansen en paz…!

Buena iniciativa tuya, Gustavo Pérez, la de enviar esos saludos a quienes se lo merecen por su pasado, que del presente no sé nada y a muchos de ellos los desconozco por completo… pero quién sabe si yo los haya conocido, tratado y hasta es posible que hayan sido excelentes amigos míos. Que esas cosas me pasan frecuentemente. Una vez, caminando por los pasillos del Palacio de Justicia, me ocurrió con una chica que fue amiga íntima mía y yo la había olvidado, pero ella a mí no. Se molestó mucho por mi olvido. Nunca más la volví a encontrar. Y hasta ahora no logró recordarla. Sólo sé que fue íntima amiga mía en mis años universitarios aurorales. Lo mismo me ocurrió a mí con un amigo íntimo que no me recordó cuando lo encontré. Por más esfuerzos que hice para que me recuerde, pues… nada. He llegado a comprender que molestarse por no recordar o porque no nos recuerden no vale la pena... El mundo gira gira, como dice el tango que ha vuelto a cantar Serrat. Te agradezco, pues, Gustavo, por la lista que nos haces llegar: son pocos pero son, como diría Vallejo. Otros más se irán añadiendo a esa lista. Esperemos. Vemos allí a quienes estudiaron en los sesenta y en los setenta (a los de los ochenta los desconozco), pero faltan muchos. Aunque es meritoria la labor de ir congregándolos en esta lista. Muchos querrán volver a ese pasado que vivieron y que les dio tantas satisfacciones. Otros se espantarán de que se les haga recordar un pasado que quisieran eliminar de sus vidas... Ni una ni otra cosa es posible. Siempre tendrán, Gustavo y Alberto, nuestro agradecimiento por permitirnos volar hacia donde el presente ya no existe. Pero que nos permite vivirlo más plenamente... de la manera que cada uno desee o entienda. Chacho vive y podemos vivir con su obra. Y también podemos nosotros vivir en nuestra propia obra que nadie conoce y quienes llegaron a conocerla la olvidaron más rápidamente de lo que tardaron en leerla.

 

15 de julio de 2007.

09 de diciembre de 2014.

 

Walter Saavedra

 
East Elmhurst, New York, United States

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