NOTA BENE:

Revista Internacional del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Sede: New York.


martes, 3 de marzo de 2009

Desbrozando caminos...


Nuestra revista Tutaykiri, está recibiendo visitas de todas partes del mundo. Sí, literalmente hablando, recibimos visitas de todas partes del mundo. De los lugares más insospechados, para nosotros, estamos siendo visitados.
Esto es algo que -desde hace algún tiempo- se podía ir apreciando, según iban apareciendo, en los cuadros de visitas que hemos insertado en esta revista para información de nuestros colegas.
Uno de los cuadros, nos muestra las visitas tal y como se producen -en el instante en que se producen-, mostrándonos la ciudad, el país y la hora en que se entran las personas. El otro, nos muestra el número de visitas por países (pero como recién lo hemos insertado, aún no muestra todas las visitas que se han producido).

Los cuadros no cuentan, como visitas diferentes, las entradas múltiples de una misma persona, en un corto espacio de tiempo.
Evidentemente, estamos pensando que quienes visitan Tutaykiri no son únicamente peruanos que se encuentran en el extranjero y que visitan cualquier lugar que les permita tener alguna noticia de lo que sucede en el Perú.

Tenemos que reconocer que también, existen muchos nativos de los países que nos visitan, y que quieren saber qué es lo que está pasando entre los antropólogos peruanos.
Durante mucho tiempo el Colegio Profesional de Antropólogos -que debería haber agrupado, desde sus inicios, a los colegas de este país-, no ha gozado de la confianza de los antropólogos de otros países, así como tampoco ha gozado de la confianza de los antropólogos del nuestro propio.
Muchas razones hubo para que eso así fuera. Nadie confiaba en quienes se enquistaron en la dirección de nuestra institución, aferrándose malamente, con garfios de acero, a la carne fresca de nuestra vida, que era y tenía que ser, el Colegio. Lo convirtieron en carne de cementerio. Al cementerio teníamos que ir a luchar por nuestra Institución... y fuimos.
Logramos recuperar el Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Ahora tenemos que luchar mucho para ganarnos esa confianza perdida.
Natural era que los antropólogos huyéramos de ser contaminados de la podredumbre que infestaba nuestra institución. Mas no nos dimos cuenta que teníamos que hacer frente a esa podredumbre. No nos dimos cuenta que teníamos que acercarnos a ella porque esa era la única forma existente para poder extirpar la carne putrefacta, gangrenada, que se había adueñado de nuestra vida.

Preferimos la presunta comodidad de una vida sin problemas a solucionar los problemas reales de nuestra vida institucional.
Nos mantuvimos aparte, contemplando el “vaporcito encantado siempre lejos”, que fue nuestra Institución, y que nos hace recordar perfectamente las palabras de César Vallejo; el Colegio Profesional de Antropólogos de Lima, era ese vaporcito encantado que habían sacado bruscamente de nuestras manos; en ese vaporcito encantado, ajeno a nuestras vidas profesionales, se había convertido nuestro Colegio, y por eso gritábamos de dolor con Vallejo: “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo”.

Nos dimos cuenta a tiempo -porque siempre es tiempo de corregir los errores cuando uno quiere enmendarlos realmente-, por eso mismo, y decidimos enfrentar a esos "heraldos negros que nos manda[ba] la Muerte", decidimos enfrentar a quienes mostraban sus dientes fieros cabalgando en "los potros de bárbaros atilas".
Nosotros tomamos, pues, la decisión de enfrentar frontalmente a quienes vivieron de nuestras ilusiones y de nuestras esperanzas.
Sabíamos, también, que enfrentándolos a ellos, teníamos que hacer frente a quienes –de múltiples formas- todavía continúan haciéndolo, pensando que aún podemos creer en sus cantos de sirena, pensando que basta vestirse de seda para hacernos pensar que han dejado de ser micos.
Nosotros decidimos enfrentar a esos heraldos negros que nos había enviado la muerte.

Decidimos acercarnos al cadáver, que era nuestra institución, y hacer todo lo que fuera necesario para que reviviera y se levantara a nuestro lado.
Y ha sucedido como al cadáver del poema “Masa”, de nuestro gran vate de La Libertad: el cadáver nos vio emocionado, se ha levantado, nos ha abrazado y está ya caminando con nosotros.
Tenemos aún que luchar mucho para mostrar que hemos cambiado. Todavía hay un considerable número de nuestros colegas que desconfían de nosotros, confundiéndonos con quienes se enquistaron en este fresco organismo, no creado para insuflar muerte, sino para traernos vida. Tenemos que luchar mucho para demostrar que quienes estamos ahora al frente del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima, estamos desplegando nuestra total honestidad como bandera de lucha.

Y es una bandera que podrá ser apreciada en las cimas más altas de nuestras ilusiones que son alimentadas por nuestros justos anhelos.
Nuestra prístina honestidad nos permite marchar con la cabeza en alto, y nos ha de permitir, también, congregar a nuestros colegas, que antes se mostraron siempre reacios a acercarse a quienes solamente buscaban aprovecharse de ellos.

Comprendemos perfectamente el que nuestros colegas no hayan querido saber nada con quienes se enquistaron durante tantos y tantos años en los cargos directivos de este Colegio, que ha sido creado para servir a los antropólogos y no para que se sirvieran de él un pequeño grupúsculo de personas, que jamás demostraron ser antropólogos (aunque hayan buscado legitimarse coludiéndose con algunos malos antropólogos y atrayendo a algunos otros con incontables falsedades).
Esas personas –jamás nos cansaremos de repetirlo- no están registradas en la Asamblea Nacional de rectores (ANR), ellos no están registradas en las universidades donde dicen haber estudiado y, por si fuera poco, tampoco, en la ANR han convalidado ningún título que dicen haber obtenido en universidades de otros países.
Así pues, quienes se apropiaron malamente de nuestro Colegio, y se enquistaron en su dirección, no tienen nada que puedan mostrar, a quienes creyeron en ellos, que son antropólogos, como era ya una noticia que corría entre nuestros colegas, en todo momento, habiendo quienes se afanaron por informarse sobre la legitimidad de sus títulos jamás mostrados y sobre las actividades de este Colegio.

¿Por qué se afanaban tanto en mantenerse en la dirección si nadie sabía lo que hacían? ¿Por qué se obstinaban tanto en mantenerse en la dirección, por dos décadas, si jamás dijeron qué actividades realizaba el Colegio?
Los antropólogos honestos que, por alguna razón, se acercaban a ellos salían completamente decepcionados. Los demás, que conocían de la negativa trayectoria de quienes se aferraban a donde no debían estar, se hicieron de lado muy rápidamente, para no verse involucrados en algo cuya negatividad se manifestaba de manera tan abierta.

Por esa razón durante mucho tiempo nuestros colegas, no han creído en nada, con toda razón.
Por todo eso, ahora nos resulta, a nosotros, muy difícil, hacer que crean en nuestras acciones y no nos resulta tampoco fácil hacer que crean en la honestidad de nuestras palabras.

Pero, con el tiempo, tendrán que admitir que no somos como aquellos que nos robaron la esperanza. Tendrán que admitir que no somos como aquellos que nos robaron la ilusión de tener un Colegio que cautele nuestros derechos y donde podamos reunirnos y realizar actividades en pro de nuestra profesión y de nosotros mismos, por supuesto.
No tenemos por qué esconder el hecho de que la un buen número de nuestros colegas desconfía aún de este Colegio Profesional de Antropólogos de Lima.

Sin embargo, también estamos apreciando ya que al ver, nuestros colegas, a las personas que ahora lo están dirigiendo, sus esperanzas están floreciendo y poco a poco nos estiran sus manos, para hacer que, donde hubo un árido desierto, emerja un hermoso jardín florido.
Sabemos que tenemos que desbrozar caminos que se presentan ante nosotros llenos de esperanza pero también llenos de incontables dificultades.

Nosotros somos creadores de utopías, es cierto. Nosotros somos creadores de mitos.
Nosotros somos así, porque los pueblos que estudiamos –que tradicionalmente hemos estudiado- lo son. Y porque únicamente a través de esas creaciones se ha logrado hacer real la realidad.
El ser humano ha luchado siempre contra lo imposible y así ha llegado a ser lo que es, lo que siempre fue, lo que siempre ha debido ser.
Luchemos, todos juntos, por hacer realidad esa realidad que nos fue robada por quienes vivían de las pesadillas que se complacían en crear entre nosotros.

Es preciso incidir siempre en esto hasta que hayamos conseguido lo que nos proponemos: unirnos todos en este Colegio que es nuestro... ¡Nuestro!
¿Quién dice que la utopía, que el mito, no son realidades? Nosotros, los antropólogos, sabemos que sí lo son y, por eso, los vivimos. Por eso es que los vivimos como lo viven los pueblos que estudiamos y con quienes nos solidarizamos en sus mejores proyecciones futúreas.
De ellos son los más bellos mitos y utopías que la humanidad conoce y que se han reactualizado cada vez que se ha buscado un mundo mejor... Ciertamente que no se han utilizado tal cual, pero sí con sus valores esenciales.
Ahí tenemos la Edad de Oro de Hesiodo, por la que luchara don Quijote de La Mancha; ahí tenemos la idea de reconstitución del Tawantinsuyo, que se contiene en el mito de Inkarrí, por poner solamente algunos ejemplos.
Por supuesto que el futuro tiene que ser diferente que el pasado -no hay posibilidad alguna de retorno-, pero el futuro solamente puede ser diferente a condición de utilizar lo que la historia le proporciona...
Sabemos que aquellos que vivieron de la muerte de las esperanzas e ilusiones de los antropólogos de este país, entran a ver lo que estamos construyendo. ¡Mejor!
¡Qué se den cuenta que la vida está ajena a la vera donde ellos acostumbran estar!
¡Qué se den cuenta que comenzamos a caminar y a luchar por lo que es nuestro!
¡Qué se den cuenta que ahora exclamamos nítidamente que jamás debimos dejar nuestro Colegio en man
os de la muerte... que son sus propias manos!





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East Elmhurst, New York, United States

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