NOTA BENE:

Revista Internacional del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Sede: New York.


martes, 9 de junio de 2009

El monte de las ánimas...

Gustavo Adolfo nace en Sevilla el 17 de febrero de 1836. Es hijo del pintor José Domínguez Insausti, que gusta utilizar el apellido flamenco Bécquer (Becker). Quizás por eso es que Gustavo Adolfo también lo utiliza -aunque castellanizado- y, por cierto que a él le gustan los literatos alemanes
Sus antepasados paternos proceden de ese Flandes que ve nacer, en Gante, al emperador Carlos V -en un baño- y a su padre Felipe el Hermoso en el pueblo de Brujas.
La bronca de los castellanos contra este emperador que consideran extranjero (aunque hijo de la reina Juana la Loca), dura hasta el día de hoy. Sus huestes derrotan a los comuneros castellanos en los campos de Villalar y sume a la opulenta Castilla en la peor de las miserias.
Es posible que la derrota de los comuneros se deba a la gente del pueblo de Barcial de la Loma, propiedad de Luis Gutierre Quijada, partidario de Carlos V. Su antepasado Gutierre Quijada asesina –en 1458- a Suero de Quiñones, pariente del válido Álvaro de Luna: “¡Qué don Álvaro de Lu[na], / qué Aníbal el de Carta[go] /, qué rey Francisco en Espa[ña] / se queja de la fortu[na]!” (Cervantes en el Quijote). Todos ellos son reconocidos guerreros de su tiempo… ¿y Carlos V? ¿En qué batalla participa?
El 21 de abril de 1521 salen de Medina de Rioseco, a las órdenes del Almirante de Castilla las tropas de Villabrágima y las tropas de Tordehumos y establecen su campamento entre los pueblos de Barcial de la Loma y Castroverde –lugar donde Gutierre Quijada mató a Suero de Quiñones y donde, en su honor, se levantó la llamada Cruz del muerto- para dilucidar esa noche si marchar a Villalar o atacar Villalpando, decidiendo atacar este último lugar mientras las tropas comuneras son derrotadas en Villalar. ¿Tiene esto que ver con la derrota de los comuneros? ¿Fue una acción premeditada?
La madre de Gustavo Adolfo Bécquer es Joaquina Bastida de Vargas, cuyos apellidos son netamente españoles, y es interesante que el apellido Bastida tiene en su escudo un león rampante, característico de los godos, por eso quizás es que este escritor se apega –según se puede apreciar en su obra- tanto a Castilla, de donde proviene el apellido materno.
Bastida es una palabra que parece de origen germánico (los godos son un pueblo germánico). La primera vez que aparece escrito es en 1629; en aquellas fechas se escribe con V. Una bastida es una máquina que se empleaba para derribar las murallas enemigas en la Edad Media y siendo los godos excelentes guerreros, no es raro que adopten este apellido.
El primer caballero que porta el Apellido Vargas, es Juan o Iván de Vargas, un Guerrero muy valiente que lucha al lado del rey Alfonso VI. Un hijo suyo, Pedro Ibáñez de Vargas lucha en la batalla de las Navas de Tolosa (que tiene lugar en 1212 y cuya victoria permite extender los reinos cristianos, principalmente el de Castilla, hacia el sur de la Península Ibérica, entonces dominada por los musulmanes).
Algunos dicen que Bécquer escribe "La venta encantada", basada en “Don Quijote de la Mancha”, que tiene su lugar de acción en Castilla la Nueva (primer nombre que tiene la Gobernación del Perú), es decir, en La Mancha pues.
Bécquer es bautizado en la parroquia de San Lorenzo Mártir (Sevilla), donde se encuentra la imagen de María Santísima del Dulce Nombre o, simplemente, la Dulce. Es la Virgen de la devoción de Cervantes y es la que sirve de modelo para Dulcinea del Toboso, cuyo nombre original es Aldonza Lorenzo. Aldonza es un nombre árabe que significa “Dulce”, y Lorenzo es la iglesia donde está la Dulce o la del Dulce Nombre. Es curioso que en El Toboso exista el Dulce nombre de Jesús, en la iglesia que don Quijote ve al llegar con Sancho. ¿Explicaría esto el carácter y la apariencia hombruna de Dulcinea que encuentra don Quijote en la pretendida Dulcinea que le muestra Sancho?
La identificación de la Virgen María con la sabia y guerrera diosa virgen Atenea llega de muy antiguo en España y su lugar de culto se encuentra en la Covadonga, donde lucha y gana Don Pelayo a los moros, siendo la Virgen quien lo protege, según las historias.
Platón nos da algunas otras pistas para poder relacionar a Atenea con Dulcinea… Atenea es la responsable de la inteligencia misma y del pensamiento, queriendo designar la «inteligencia de dios», es la «inteligencia divina». Por eso es que Dulcinea jamás se presenta, como bien hacen notar algunos estudiosos, siendo la gran ausente de la novela. Aldonza Lorenzo, transmutada en Dulcinea, es, según dice Don Quijote: “mi dulce señora”, es la “señora de sus pensamientos”.
Por otro lado, el Moncayo, da hacia el Ebro, río de tanta importancia en Don Quijote, porque la “Ínsula Barataria” que le ofrece a Sancho es la Península (pen-ínsula) Ibérica, donde Iberia hace referencia al río Ebro y Barataria viene a ser lo mismo, pues Bar-ataria significa “Puerta del Ebro”, que es España.
El Moncayo –donde transcurren las acciones de “El monte de las ánimas”- es tenido como mágico y sagrado desde tiempos muy antiguos.
¿Puede, con todo esto, resultar curioso que, aunque Gustavo Adolfo nace en Sevilla, sus leyendas mayormente tengan lugar en Castilla?
Aunque hoy esté dividida en dos: Castilla y León y Castilla - La Mancha, no deja de ser una sola, la Castilla que tanta y tan tenaz oposición hiciera al llamado rey extranjero, Carlos V, y a su corte flamenca.
En la obra de Gustavo Adolfo Bécquer podemos encontrar, a la vez que un amor por Castilla y Sevilla, un acercamiento nunca disuelto –al menos no del todo- a los flamencos.
Leer las leyendas de Bécquer constituye una de las cosas más apasionantes, interesantes y alucinantes que uno pudiera concebir.
Algunos de los textos que incluye en sus obras completas, bien pudieran ser producto de esa imaginación tan desbordante y apasionante que le hemos gozado desde nuestras épocas estudiantiles cuando en el curso de castellano estudiábamos sus poemas con el ardor propio de la juventud.
¿Qué es lo que nos ha hecho dirigir nuestra mirada nuevamente a las obras de Bécquer en estos momentos en que muy pocos se fijan en sus obras? Luis Felipe Alarco -ese gran filósofo nuestro-, cuenta que Arguedas llega a San Marcos habiendo tenido como lecturas principales a los románticos, sobresaliendo entre ellos Víctor Hugo con “Los miserables”.
Luis Felipe señala que es la mejor y que, si en los años 30 del siglo XIX ya es del pasado, ahora (en los años noventa) se puede considerar de una vigencia extraordinaria. Bécquer también tiene a Víctor Hugo como uno de sus autores predilectos.
Escogimos “El monte de las ánimas” porque es una de las ob ras que más nos puede acercar a la realidad que está viviendo la zona devastada por el terremoto del 15 de agosto de 2007, en Ica, Pisco, Chincha. Las historias que se cuentan de las ánimas de las personas que han muerto en ese movimiento telúrico, tienen una similitud extraordinaria con lo que Gustavo Adolfo Cuenta en esta historia.

Las almas de los muertos en el terremoto de hace dos años, siguen rondando en los lugares donde murieron. Muchas personas dicen haberlas visto. Muchos sienten miedo de pasar por los lugares donde hubo tantas muertes o se apilaron a los muertos como si fueran reses porque por allí se les presentan las almas, lanzando gritos desgarradores, pidiendo auxilio, buscando a sus seres queridos que pudieron vivir…
La iglesia de San Clemente, en Pisco, y su plaza de armas, son dos lugares señalados como no aconsejables para caminar apenas cae la noche porque las ánimas de los fallecidos durante el terremoto se hacen presentes.
Escuchar las historias que se cuentan sobre el particular, es realmente sobrecogedor. Tantas y tantas personas las cuentan, incluso aquellas que no creen en las ánimas o que por su creencia religiosa rechazan la veracidad de historias como éstas, las han escuchado de sus amigos, vecinos, conocidos… En realidad, todo el Perú, siempre ha estado llena de historias de este tipo.

Por supuesto que aquí no se da una lucha similar a la que cuenta Gustavo Adolfo Bécquer que se daba entre los templarios y los caballeros castellanos, famosos guerreros, (presumiblemente esta leyenda es del siglo XIV, en plena lucha de los españoles contra los árabes).

El comportamiento de las ánimas españolas es similar a las iqueñas. son los que han muerto cuando aún no les tocaba morir, son quienes han muerto terriblemente, y eso hace que estas ánimas se queden en este mundo penando. Esas ánimas creen que aún están vivas… es lo que dice la gente.
Recordemos que en las carreteras vemos levantarse pequeñas capillitas en aquellos lugares donde alguien fallece en un accidente. Las capillitas son para que el alma more allí y no esté deambulando, asustando a la gente, mientras le llega el momento de partir de este mundo. Además, los cuentos y leyendas que se narran corrientemente nos hacen ver que esto no es algo de ahora, sino de siempre… pero no
en las dimensiones actuales, por cierto.

La gente dice que las almas de los muertos pueden cuidar a los vivos o les pueden hacer daño: los familiares fallecidos se encargan de cuidar a aquellos que quedan en este mundo, y éstos les rezan, les llevan flores y les encienden velas para ayudarlos a descansar y también para que los ayuden en los problemas que puedan tener (se usa una calavera para que cuide la casa).
Este es un mundo que tiene su propia manifestación y que no ha de dejarse descuidado, sobre todo en estos instantes en constituye uno los problemas de la población más necesitada y que más ha sufrido el embate del terremoto... y que sigue sufriendo sus consecuencia.
Estas manifestaciones constituyen uno de los problemas más graves y negativos que tiene esta población, que no termina de sufrir, no solamente por las consecuencias del terremoto de 2007, sino por la incomprensión, la falta de ayuda eficaz en el aspecto terapéutico (los curanderos han sido más eficaces, para muchos, que los terapeutas), la desaparición y/o apropiación de las donaciones (tanto en dinero como en ropa y en víveres), la entrega de ropa vieja, sucia y llena de hongos, los módulos que se da a quien no los necesitan (a hoteles y abogados, por ejemplo), los bonos de reconstrucción que no alcanzan para nada, si es que llegan a ser obtenidos…
Lo que uno ha visto desde el instante mismo del terremoto hasta la actualidad, es algo que pone los pelos de punta, es algo que resulta difícil de creer... sin necesidad de ver ánima alguna.

Sin embargo esta población está luchando por salir adelante a pesar de la incomprensión y a pesar de aquellos que llegan dizque a ayudar y se pasean por toda la población dando lemas al partido gobernante... como se les ha visto hacer justo a escasos pocos días de ocurrido el sismo.
Las compañías constructoras limeñas, han llevado albañiles de Lima –contratando muy escaso personal del lugar (por ejemplo de Pisco), que se quejan de que no les pagan a tiempo nunca, lo que no puede ser posible- para hacer los trabajos de construcción y de levantar un cerco que cubriera las miserias de los pisqueños…


EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

Gustavo Adolfo Bécquer

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.



I

-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.


II


Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.


III


Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!


IV


Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

East Elmhurst, New York, United States

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