Yo no he podido negarme a ese requerimiento a mi buena voluntad, hecho de manera compulsiva, a la fuerza. No ha sido una solicitud la que me ha hecho pues, no me ha pedido un favor. Ha sido la manifestación cierta de una amenaza porque si no digo algo que le guste, le disgustará. Lo sé bien. Y eso me acongoja. Ya que debo hablar bien de él, comenzaré por hablar de mí mismo.
Yo soy hermano su gemelo. Nacimos el mismo día. Él vino a la vida a las 7 de la mañana mientras que yo di mis primeros gritos a las 7 de la noche. Claro, entre su nacimiento y el mío hay cinco años de diferencia, pero no le hace, eso no es importante. Lo realmente importante es que nacimos el mismo día y que ambos existimos. Aunque, a decir verdad, yo no existo. Sólo él existe. Yo no existo sino en la imaginación de mi hermano gemelo.
A pesar de esta pequeña irrealidad, tengo que ocuparme de hacer esto que estoy haciendo sin tener la más mínima idea de lo que debo decir. Manifestaré aquí que mi hermano gemelo y yo jamás nos ponemos de acuerdo en cosa alguna. Todo el tiempo estamos discutiendo. Algunas veces llegamos a tener muy agrios intercambios de palabras. Nomás no llegamos a los golpes porque yo soy imaginación suya que si no… ¡ya vería él de lo que yo soy capaz cuando me enojo!
Sin embargo, él y yo nos queremos mucho. No nos podemos ver, es cierto, pero nos apreciamos inmensamente. Por eso es que él me está pidiendo ahora que haga el papel de Sancho Panza… ¡Habrase visto semejante insolencia! ¿Cómo es posible que mi hermano me compare con Sancho Panza? ¿Acaso cree él que yo no tengo cerebro? ¡Por favor! Está bien que yo no exista, pero cerebro… cerebro sí tengo (¿tendré?).
Este mi gemelo me da una rabia… ¡Odio a mi hermano gemelo!... claro que también lo amo. No vaya a ser que se moleste si se entera que lo odio. Pero eso es algo improbable porque él jamás lee lo que escribo. ¡Cómo piensa que no existo! ¡Ja! Él es quien dice que yo no existo, pero, la verdad, quien no existe es él. Yo nunca en mi vida lo he visto. Siempre estamos juntos y jamás lo he visto. ¿No es una prueba concluyente de su inexistencia? O de la mía… Pero es él quien le dice a todo el mundo que yo no existo. ¡Habrase visto tamaña insolencia!
Yo soy quien le permito existir a mi hermano gemelo, que lo vaya sabiendo bien, si es que hasta ahora no lo sabe. Yo le permito existir porque le dejo imaginarme. Él no es nada sin mí. El día que yo deje de ser imaginado por él, ese mismo día dejará este mundo. El no es nada sin mí, nada. ¡Qué lo vaya sabiendo ya, que lo vaya sabiendo! ¡Qué se acostumbre! (Nomás espero que no se le vaya a ocurrir leer esto...).
¡Ay!, pero las cosas que me hace jamás se las voy a perdonar. Se obstina en ponerme en ridículo cada vez que andamos juntos. ¡Y así anda aún diciendo que yo no existo sin él! ¡Así anda diciendo que él es quien me ha creado! ¿Cómo es posible que, siendo mi gemelo, pueda él decir tantas mentiras juntas? Pero, claro, yo tengo que andar perdonándole todas sus barrabasadas porque… soy su hermano pues, soy su hermano que solamente existe en su imaginación, lo que me da rabia, me da mucha rabia. Y, entre hermanos, no pueden andar peleándose. Menos, van a poder ir hablando mal el uno del otro. ¿No es cierto? Esa es la razón por la cual lo soporto… aunque él sea realmente insoportable ¡insoportable! Y tengo que hablar bien de alguien así, como él... bueno, como yo.
Si no fuera mi hermano gemelo… si no fuera mi hermano… ¡ay! Él ni siquiera se imagina lo que yo le haría si no fuera mi hermano. Él no puede darse cuenta de todo lo que yo diría de él si no fuera mi hermano. Y, claro, le conozco tantas cosas que tiempo me faltaría para contarlas. Pero no lo haré. Jamás podría yo dar una mala impresión de él. Yo tengo que decir que es mucho mejor de lo peor que es… ¡No puede ser! ¡No puede ser! Tengo que encubrirle aquello que la razón y la justicia indican que no se debe dejar pasar por alto.
Sin embargo, yo no soy juez, sólo soy su hermano gemelo, soy su hermano... su inexistente hermano gemelo… pero él no tiene que andar diciendo que soy un producto de su imaginación. Eso es inconcebible. Soy aquel que vive imaginariamente para que él tenga realidad. Él es un ser real, yo soy irreal. Lo reconozco. Pero no por el hecho de reconocer mi inexistencia, no por el hecho de reconocer mi irrealidad, va a ser cierto lo que él anda pregonando sobre mí: que soy su hermano gemelo ¿ya lo dije? Yo nací el mismo día que él, me crié a su lado, mamé de la otra teta de la misma madre. No, él no puede andar diciendo lo que dice de mí. Será cierto lo que dice, pero no es verdad. ¡No es verdad!
Reconozco que quiero matar a mi hermano gemelo, lo quiero matar. Déjenme, no me agarren... Nadie se interponga. ¡Lo quiero matar! Nomás que no puedo. Un ser imaginario no puede matar a alguien real. Además, yo lo quiero mucho. Tengo que perdonar todas sus barrabasadas. Lo tengo que comprender y lo comprendo.
Mi hermano gemelo es un buen hermano. Quitando todo lo que he dicho antes, es una persona espléndida. Le gusta ayudar a los demás. Claro que de la intención no pasa. Pero eso es bueno. Si es verdad que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, también es cierto que sin buenas intenciones no se llega al cielo.
Mi hermano gemelo jamás hace nada, pero dicen que sus buenas intenciones son las que cuentan. ¡Ay!, pero yo lo mató, lo mato. En fin, calmémonos un poco y sigamos hablando de sus méritos. ¡Es un zamarro de siete suelas mi gemelo! ¡No lo puedo soportar! Pero como es mi hermano gemelo tengo que hacerme de la vista gorda. ¡Cómo desprecio a mi gemelo! Dejemos las cosas ahí. No quiero hablar mal de él. Yo lo quiero mucho. Es un ser humano lleno de virtudes. Su bondad no la tiene cualquiera. Su perspicacia sólo es igualada por su suspicacia.
Mi hermano gemelo es un hombre de mucho mérito. Lo que he dicho de él hasta ahora, son pequeñas cosas que todos las pueden tener. ¿Qué ser humano no tiene defectos? Nadie es perfecto. Él hombre es así porque tiene la capacidad de cometer errores. Y nadie como mi hermano gemelo para ser tan humano, tan profundamente humano. En eso, es el mejor hombre que he conocido en mi inexistente vida.
Muy pocas personas podrían decir de sus hermanos lo que yo digo de mi hermano gemelo. Yo lo digo porque soy una imaginación suya. Y, claro, tengo que hablar bien de él. No vaya a ser que él en cualquier momento se entere de lo que estoy diciendo y me elimine. Yo… yo no podría soportar dejar mi vida imaginaria. Mi inexistencia se tornaría muy dolorosa de esa manera. Y, por favor, no le cuenten a mi hermano gemelo que he dicho lo que no he dicho nunca. Porque yo no he dicho nada de lo que dije. Además, nadie les creería porque estarían hablando de un ser imaginario, o sea, estarían hablando de mí.
¿Cómo es que mi gemelo me pide que le haga un escrito laudatorio si yo no soy sino una creación suya? Eso ya, es algo que raya en la locura. Sí pues, mi hermano gemelo está loco. Pero no es un monomaniaco. Nunca se ha conocido un mono maniático. Él tampoco puede serlo, por supuesto. Dicen que don Quijote sí lo fue. Yo no lo creo. Don Quijote era como yo: tampoco existía. Pero, en cambio, él es hasta ahora el héroe de los manchegos. Yo no soy héroe ni de mí mismo.
No me di cuenta que mi gemelo estaba por aquí. Mi gemelo se ha molestado. Me dice que me quita el habla desde este momento. Me ha dicho que mejor ya no haga nada de lo que me pidió. Entonces, ¡tengo que terminar lo que quería hacer sin haberlo comenzado!
La verdad, yo no sabía qué decir. La vida es así. Tengo que terminar abruptamente lo que quería hacer sin ganas, lo tengo que terminar sin haberlo comenzado porque no sabía que decir. Aunque debo confesar que me estaba entusiasmando esto que estaba haciendo…
La veía sufrir. Se resignaba a ser él el motivo de ese sufrimiento. Echado en cama, esperaba el momento del desenlace. Joven como era, con la tristeza bañándole la cara, exclamaba, rogando a la Virgen del Carmen, la Virgen de los pescadores: “sólo quiero vivir hasta los cincuenta años, nada más, hasta los cincuenta años...” Cada acto suyo era una despedida inmisericorde que ella no podía soportar como lo soportaba. Sacaba adelante la casa. Se ocupaba de los hijos. Lloraba cuando nadie la veía... No se daba cuenta que él la veía llorar cuando no la veía. "Cuando yo ya no esté no llores por mí, solía decirle. Cásate nuevamente. Eres joven, bonita, cásate nuevamente cuando yo me haya ido." Todo el día sonaba en la casa una canción que estaba de moda por esos años: "Sombras" de Julio Jaramillo. Hasta ahora suenan los estribillos de esa canción en la mente de quienes no sabían por qué la escuchaban tan insistentemente. Hasta ahora suenan los tristes estribillos en la mente de quienes no sabían por qué la madre lloraba con tanto dolor, en el silencio de cada una de sus acciones de madre cariñosa, mientras se hacía cargo de conseguir el sustento. Antes de la inevitable partida, él procuraba acercarse a los hijos, a los más pequeños sobre todo, para irse con la tranquilidad de haberles dado lo mejor que tenía: él mismo. Fue el padre más amoroso que pudo conocerse en el pueblo donde habían nacido y en el que ya no vivían. El tiempo pasaba raudamente en el dolor del adiós. Cada una de sus acciones era una despedida inmisericorde. Por temporadas se recuperaba... se sentía excelentemente bien. Hasta que olvidó por completo que se había recuperado. Finalmente murió... cuando tenía cerca de noventa años.
Mucho tiempo hacía que no la veía. No la podía olvidar... ¿cómo olvidar a quien se ha adueñado de ti por entero? Pero había desaparecido de su vida, así, de pronto, sin decir una palabra. Desapareció el día siguiente a aquella noche tan tempestuosa que... hasta ahora seguía en sus sueños, en su cuerpo, en su vida. ¿Por qué había desaparecido de esa manera? El dolor se adueñaba de su vida. La buscaba por todos los lugares donde solía estar. No estaba. No estaba. Nadie sabía nada de ella. Simplemente no estaba. Literalmente, se había hecho humo. Mucho tiempo después, él no sabía cuánto, la encontró de casualidad saliendo de aquel lugar donde ella no solía estar ni él tampoco. Fueron a conversar. No había nada que conversar. Eran dos desconocidos sentados el uno frente a la otra. Dos desconocidos. Desconcertado atinó a preguntar: ¿por qué me dejaste? Ella, más desconcertada aún, respondió: dejé de quererte. Ya no insistió más. Era un argumento concluyente, sobre todo dicho de la manera en que fue dicho, donde se podía leer la ausencia... la ausencia completa. Era como si jamás se hubieran conocido. Cuando se despidieron, ambos sabían que jamás se volverían a ver...
¿VOLVER?
Era terrible su vida. Añoraba su lar. Pero cuando le preguntaban cuándo regresaría, invariablemente contestaba: jamás. Muchos, sino todos, sus paisanos eran como él. Se reunían los fines de semana para sus pichanguitas y tomar cerveza. Comían comida preparada por alguna mujer de la tierra. Las parejas entre peruanos florecían... Los he visto estar en silencio escuchando esta canción, mientras sus ojos hablaban a gritos de lo que ellos no querían hacer: regresar definitivamente. Quienes podían, regresaban a su tierra cada año. Muchos no podían porque eran ilegales. Éstos no hablaban de regresar. Lloraban a gritos su distanciamiento del lar que un día dejaron para buscar nuevos horizontes, esos horizontes que hoy día los tenían atrapados. Tenían deudas contraídas para viajar, necesidad de mantener a la familia en el Perú... La canción "Todos vuelven" sonaba en cada una de sus reuniones, sonaba una y otra vez mientras la cerveza ayudaba a desatar el llanto...
Miraba el viaje como si se fuera a producir el día de mañana. No tenía dinero, pero sí la seguridad de que viajaría. Su conversación no tocaba otro tópico que ese. Nadie quería conversar con él porque estaban hartos de hablar sobre lo que jamás se produciría. ¿Cómo iba a salir de ese lugar tan alejado y, menos aún, no teniendo dinero? Un día, la oportunidad se presentó. Llegó un hombre enganchando gente para irse a las haciendas de la costa a cortar caña. Él fue el primero que se enganchó. El padecimiento en la hacienda fue terrible. Empero logró pagar sus deudas y juntar algo de dinero. Con ese dinero se fue a la capital. Tenía unos parientes allí. Llegó. Lo recibieron en casa de los parientes. La búsqueda de trabajo fue otra odisea interminable... Llevaba ya diez años trabajando en esa escuela. Los fines de semana iba con sus compañeros de trabajo a tomar. Infaltablemente escuchaba esta canción "El provinciano.
Resbalé. Tengo una herida. Sangre. ¡Qué hermosa es la nieve virgen coloreada con mi dolor! No puedo continuar. Regado está lo comprado. La pierna me duele. Contemplo el horizonte lejano en medio de las luces de neón. Todo está silente. Bailo furiosamente a pesar del dolor. ¿Cómo puedo ver, en este cielo, las mismas estrellas que vi en mi infancia? Echado en la vereda, las contaba interminablemente. Siendo las mismas, son otras estrellas. Siendo el mismo, yo soy otro. Mi horizonte no se ha llenado de caminatas reverdecedoras. He de salir un día, del centro de mi mismo, donde hoy me hundo, como el sol se pone para salir renovado… ¿Cómo regresar a una realidad que no existe? ¿Cómo regresar a ser yo si no existo? Mis diarios despertares me lo muestran. Recojo las cosas que compré. Me voy a casa. ¡Qué difícil es vivir en Nueva York!
No reconocí al hombre que tenía frente al espejo… ¡tanto tiempo me quedé mirándolo sin comprender que era yo mismo! ¡Cómo había cambiado! Incesantemente daba vueltas en mi mente una canción popular. Fiel reflejo de lo que pasaba. Me levanté alegre ese día. Quería gozar de la vida, quería… ¡ya que importa lo que quería! Bajé la mirada horrorizada. Comencé a llorar. Hacía tanto tiempo. Tanto tiempo. La vida siempre se cobra lo que uno le arrancha. Gocé de todas las maneras concebibles y ahora... No, no, si hay un momento para cambiar, ya ha llegado por fin. Decidí cambiar. Fui donde mis hijos. Los abracé fuertemente. Les dije “los amo”. Me miraron sin comprender. Luego se alegraron cuando les conté lo que había pasado. Me comprendieron… pero no pensaban que duraría más allá de ese instante. Tendría que demostrárselos… y a mí también. Esa sería la parte más dura.
YA NO...
¿Dónde ha quedado la voz que cantaba turgente en los días serenos de la calidez inmoderada? ¿Dónde ha quedado mi vida que ayer fue vida y hoy sigue siendo vida? Caminamos y en caminando no nos damos cuenta que avanzamos porque tenemos miedo de estar...donde no creemos que podemos estar. Hoy hay mil truenos que matan el silencio y, sin embargo, la vida se sumerge en los silencios de la oscuridad. Yo no quiero ya estar más silente, quiero elevar mi voz aunque no se escuche, aunque el trueno inmoderado de la vida lo haga desaparecen en los causes torrentosos de su discurrir diamantino.
Hoy te he visto en medio de mis noches, te he visto venir contenta, esbozando una sonrisa, una de aquellas sonrisas que solías brindarme cuando yo no estaba contigo. Hoy he sentido tus senos hermosos pegados a mi pecho y he sentido tu deseo... pero no sé donde estas ahora que no estás a mi lado. Hoy te he amado tiernamente hasta escuchar que de tus labios surgían esos suspiros apasionados que das únicamente cuando el placer en ti es intenso. Hoy te he visto mirarme... y al pasar a mi lado ni siquiera me has sonreído.
He vivido en medio de las imaginaciones más bellas que pudo forjar la mente colectiva de mi pueblo, y supe hacerlas mías cuando era niño, un niño que jugaba con su padre, un niño a quien su padre le contaba multitud de cuentos, un niño a quien su padre le construía juguetes fabulosos de miga de pan, de madera... puesto que todo aquello que llegara a su mano se convertía en algo fabuloso que enriquecía mi mente infantil. Jamás tuve un unicornio, y menos uno azul, pero tuve a mi padre que era un fabulador estupendo... No tuve mejor amigo que él cuando fui niño y gocé de su privilegiado don de alimentar mi infinita capacidad de conocer, que él fue creando, a la vez que la iba alimentando.
EL SANTO DE LA HIGUERA
¿Por qué lo lloraban? Hasta consiguieron la manera de obtener algo de él: un mechón de sus cabellos, un trozo de su ropa, cualquier cosa suya, cualquier cosa. Lo divinizaron después de muerto. La ruta que siguió en vida, es hoy una de las rutas turísticas más seguidas por europeos y norteamericanos, al decir de los diarios y revistas de los países, desde donde fluye la mayor parte de los turistas. Cuando llegó, nadie lo conocía en ese inhóspito lugar. Lo miraban con temor. Se alejaban corriendo cuando sentían su presencia. Él creía que sabía esconderse. En esos lugares, los ojos lugareños ven perfectamente mientras que otros ojos no ven nada. ¿Qué nadie sabía que estaba allí? Mentira, todos ya lo sabían. Pero no decían nada. No estaba con él poder, luchaba contra ellos, era una buena carta de presentación. ¿Pero quién era? Podía ser otro como ellos, nomás que diferente… pero igual. Nadie confía si no te has sabido ganar la confianza mediante un trato personalizado. Él no conocía nada de ellos, sabía nada más que… queria salvarlos, alejarlos de la miseria, del dolor, del hambre... Cuando sólo se va con buenas intenciones a un lugar, puede convertir ese lugar en un infierno. Siempre estuvo lejos, por más cerca que llegara, siempre estuvo lejos. En la distancia comenzaron a sentirse atraídos por su presencia, por su lucha. Pero nada hacían para acercarse. No eran los llamados a acercarse... Desde la Universidad se contemplaba su vida. Cuando salió la primera edición de su diario, se agotó de inmediato. Hasta los que lo atacaban leyeron gratamente su diario. Su figura se hizo legendaria con su muerte. Surgió la creencia popular de que hacía milagros. Muchos comenzaron a conocerlo. Comenzó a vivir en el corazón de miles y miles que hoy en día lo siguen venerando. Aunque quienes lo vieron románticamente en los sesenta y setenta hayan cambiado su mirada, él sigue viviendo en ellos como un ejemplo silente de lucha... Otros serán los caminos. La lucha será la misma. En el tiempo se destaca nítido.
FOLKLORE EN EL CENTRO CULTURAL
Estoy sentado en la Plaza de Armas. Durmiendo como todos los viejitos. Abro los ojos. Frente a mí están reconstruyendo la Catedral. Sigo medio dormido por ese calorcito que adormece rico. Me da por entrar a la Catedral. Se debe entrar por el costado. No encuentro por dónde. Ha desaparecido la puerta por la que se debe entrar. En una puerta cercana hay un cartel que dice: Biblioteca Municipal. Entro. Digo que quiero ir a la biblioteca. No es aquí, me responden. Se cambio. Está ahora en el Centro Cultural. Me dan unas indicaciones para llegar que no entiendo. Veo un letrero que dice "baño". Al menos es un lugar donde sí podré ir sin problemas. Luego me voy a buscar esta Biblioteca... por la comisaría me han dicho. Llego a la comisaria. No veo nada. No veo el letrero que busco. Pregunto a un señor que come donde una vendedora ambulante. Señala en dirección opuesta a aquella por la que yo vine. ¿Ya me pase? pregunto consternado y sorprendido. Luego de un rato, después de tragar lo que tiene en la boca, me dice: yo no soy de aquí, no conozco, pero la señora le puede dar razón. En ese momento sale la señora que vende. Le pregunto. Señala un local del frente, sin ningún letrero. Ese es, dice lacónicamente. Hacia allá voy. Entro donde no es siendo allí que es. Este es el juzgado. Ya me habían votado de otro local del juzgado: fue lo primero que vi. En el segundo piso está la biblioteca, me dijeron. Pero no estaba. Ya no iba a preguntar por lo que sabía que no encontraría. Pero lo encontré. Es la puerta del costado, me han dicho cuando entre sin saber que era lo que era. La biblioteca... Subí tres pisos. Debo tener carnet. Por ser la primera vez me atienden con el DNI. Leo. Un par de horas. Bajo. Escucho unos cajones peruanos en el segundo piso. Me quedo extasiado... Ahí pude filmar a Richard Balahoni, el director... tocando el cajón peruano. Me acerqué al director. Quiero que me permita filmarlos mientras están practicando. Perfecto. Dentro de unos tres minutos comenzaremos. Llegará más gente, será mejor. Los tres minutos fueron casi una hora. No llegó más gente. Los que allí estaban fueron todos. Salieron del cuarto donde conferenciaban. ¿Dónde me pondría para filmarlos? No había mucho espacio para ello. Escogí un lugar que me permitía un ángulo bueno, teniendo en cuenta lo reducido del lugar. Salieron a bailar. La mayor parte del tiempo no podía verles la cara, pero si me hubiera puesto adelante no les habría visto nada... sólo las caras o los pies o... donde me coloqué estaba bien. No les dije nada. Ellos solos buscaron su comodidad y la mía. Todo fue improvisado. Me gustaba que fuera así. Podría ver su capacidad de improvisación o de enfrentarse a los momentos inesperados. Por la manera cómo reaccionaron, me di cuenta que siempre me estuvieron esperando...
EL HOMENAJE
Llego a duras penas a la parte más alta del cerro. Nunca me ha sido tan difícil realizar un ascenso. Recién he llegado el día anterior a Huariaca. Los chicos de la escuela secundaria quieren enseñarme su más hermosa ruina: Yarush. ¿Cómo negarme a acompañarlos? La subida la hago muy lentamente. Ellos van y vienen a mi alrededor, jugando, sin dejar que yo quede, en ningún instante, último. Siempre hay algunos de ellos detrás mío. Aunque sea se sientan a conversar mientras yo realizo mi penosa ascensión a la cima. Llego. En los últimos tramos de la subida, siento el frio viento de las alturas que me azota el rostro cariñosamente. En la cima, me siento a conversar con ellos y a jugarles el i ching. Un ave hermosa, grande, revolotea alegremente sobre nuestras cabezas. El cerro –los cerros son hembras en Huariaca- nos muestra su alegría de esta manera. Los chicos me enseñan la puerta de entrada al cerro... sin yo imaginar que lo es. Mucho después -cuando ya me había alejado de Huariaca-, viendo las fotografías, recién que me doy cuenta porque me enseñaron otra entrada de otro cerro al que quisieron también llevarme y me dijeron que lo era. El viaje a Huariaca lo hice en honor y representación de mi querida amiga Cecilia Bustamante, a quien homenajeaban en ese lugar donde paso imborrables años de su infancia porque se sienten orgullosos de ella. Cecilia ya te has ido pero sigues tan presente... ¡tan presente!
EL ROCINADO
He caminado por lugares que trazan con amor dioses desconocidos… ¿Dónde he estado tanto tiempo? ¿Existo? Me duele la cabeza sin razón, sin motivo. Tengo la lengua herida por el silencio que me acongoja. Mis ojos hablan... He buscado, también yo, seguir la huella dibujada por el aliento. ¿Dónde está esa emoción decantada por los distanciamientos que se yerguen más allá del mañana? Despierto siempre después del mediodía. Me ha sorprendido Zaratustra. La serenidad ha huido de mi vera. En los andares vesperales inciertos, he encontrado que no soy yo quien camina sino aquel que nunca he sido. Mi pluma traza imaginarios deslices donde solamente vuelca aquello que sale de mi bolsillo desfondado. He caminado por lugares que jamás visite, sin saber que caminaba. ¡Oh los caminos invisibles de la razón extraviada! ¡Oh los sueños no hollados de la vida siempre ajena! En silencio grito “adiós” a un yerto ayer y doy la bienvenida a un fecundo mañana. Ya no hablaré más... Ceñiré la adarga y la lanza imaginarias que don Quijote hiciera real. Véspero me espera. Abrazaré al primer ser humano que encuentre. Comenzaré a cabalgar en una bota del rocinado. ¿Dónde he dejado mi cabeza?
LOS GALLOS
Yo nunca supe lo que era la afición a los gallos. No lo sé aún ahora. Mi padre era un gran aficionado a los gallos de pelea. De pronto descubrí que él tenía esa afición… cuando apareció con unos gallos que no sé de dónde sacó. Gallos finos, que ganaron muchas peleas. Antes de traer sus gallos jamás se habló en casa de ellos... En Ica me fue viniendo a la cabeza este recuerdo. Por la gran afición que hay allá. Por la lectura que repetidas veces hice de “El caballero Carmelo” de Abraham Valdelomar. Fui comentando en clase todo esto. Así vino a mí aquello que parecía ya completamente olvidado… porque pude observar la pasión de los alumnos por este tema. En aquellos tiempos, nosotros vivíamos muy cerca de donde hoy vivo yo… unas casas más allá. En esta urbanización poca gente vivía a inicios de los sesenta. En los setenta estaba ya completamente habitada. La casa donde fuimos a vivir la consiguió mi padre de un amigo suyo de las peleas de gallos: era su casa y nos la alquiló. Nosotros casi siempre hemos vivido en casas alquiladas, como la mayoría de los peruanos que siempre vivieron en los sectores populares. Esta era casa grande y adecuada a la numerosa familia que éramos. Tenía un patio pequeño en la parte posterior. En ese pequeño patio mi padre había hecho su galpón. No sé cuántos gallos entraron en ese lugar. Las jaulas estaban unas encima de las otras. Llegaban casi hasta el techo. Mi padre trabajaba muy de madrugada. Llegaba a casa muy temprano. Se ponía a mirar amorosamente sus gallos. Se paraba con las manos metidas en los bolsillos, la espalda apoyada en la pared, la cabeza un poco ladeada o levantada, según los casos. Veía a las gallinas que estaban empollando. Revisaba los huevos. Los volvía a colocar en su lugar... A los polluelos, los preparaba para sus futuras peleas. ¡Con qué cariño los entrenaba! A sus gallos les daba comida especial. Nada de darles aquello que vendían las tiendas como alimento para pollos. Todo su alimento era natural. Los curaba, cuando se enfermaban, con medicamentos para seres humanos que le recomendaba mi hermano -que estudiaba medicina- o con aquellos que le recomendaban los otros galleros. Prácticamente nunca usaba medicina veterinaria, salvo casos especiales. Cuidaba mucho las filudas navajas que usarían los gallos para las peleas. Sus gallos solían ganar en el coliseo informal. Hasta allá los llevaba cargados como si fueran unos bebés. Pero… eran demasiados gallos para la zona donde vivíamos. El canto mañanero de los gallos despertaba a todos en la zona. Los despertaba mucho antes de la hora que tenían para ir a trabajar. Los vecinos se comenzaron a quejar repetidamente. Los patrulleros llegaron a casa muchas ocasiones para decirle a mi padre que tenía que sacar los gallos de la casa. No había más remedio. Mi padre tenía que deshacerse de los gallos. Mucho sufrió con esta decisión. No le quedaba más remedio que tomarla. Pero no vendió sus gallos. Ni los regaló. Los quería demasiado. No podía hacer eso. ¡Nadie podría quererlos y tratarlos como él! Mi padre le dio los gallos a mi madre... para que los cocinase. Los gallos de pelea no fueron más al coliseo. Entraron a las ollas de mi madre. Nosotros nos alimentamos, durante algún tiempo, con la estupenda carne de los gallos de pelea de mi padre. Tenían una carne riquísima y de una textura pocas veces encontrada. Pero mi padre... mi padre jamás comió a sus gallos... ¡jamás!
¡TaAN SOLO!
Camino. Cabizbajo camino. Este jardín lo conozco tanto. ¡Tanto! Solo. Estoy solo. Demasiado solo. Miro a todas partes. Buscando. Buscando. No sé qué busco. Nadie. Nadie. ¡Solo! Estoy solo. Terriblemente solo. No sé qué hacer. Los árboles del jardín se columpian como hojas. Inexistente viento. Para aquí y para allá se mecen. Yo no. Estoy allí. Caminando. Parado. Sentado. Pensando sin pensar. ¿Dónde estaría? ¡A mí qué me importaba dónde estaba! Estaba saliendo ya de la ciudad en ese momento. Imaginaba cada tramo por donde el ómnibus pasaba. ¡Yo no sé dónde! ¡No me importa! De pronto… escuché esa voz. Era su voz. Era su nítida voz. Aunque no se encontrase allí, allí estaba. Aunque no la podía ver, viéndola estaba. Su invisibilidad era dolorosamente presente. "Tú conoces la respuesta, pero nadie te hará esa pregunta". Lo dijo cuando estábamos en el cine. Hacía ya tanto tiempo. ¡Tanto! Sé que lo dijo. Nunca me miró ni me habló. Sé que lo dijo… Es todo. Me lo dijo en el silencio de la expectante sala que se concentraba en la película. La escuché perfectamente. No le respondí. No comenté nada. ¡No quise! Terminó. Salimos. Caminamos lentamente. Abordamos el taxi. Llegamos. Sacó sus cosas. Nos dirigimos adonde no deberíamos ir nunca. No quiero ir. Ella se va. Ella se va. No quiero ir… Yo conocía la respuesta. Es lo que decía. Pero, no había preguntado nada. Nada. ¡Jamás pregunto! Sé que no había dicho nada en el silencio que atosigaba la sala de cine. Lo sé bien. No quería preguntarle nada. Su alejamiento era evidente. ¿Dónde estaría en estos instantes en que no estaba? La puedo recordar perfectamente. La última… la veo subiendo al ómnibus. Lima. La trae a Lima. Es la imagen. Perdura. Imagen del alejamiento. Ni un mísero adiós. Nada. Sus labios no se movieron. Nada. Nada dijo. Jamás dice nada. Nada. ¡Nada! Me mira sin verme. Yo no existo. ¡Jamás existí! ¿Qué es lo que yo veía en sus ojos ver? La espera en Lima. Siempre la espera. Se va. Sin siquiera una mirada de despedida. Se va. No está. No puedo verla. ¡No puedo! Ha subido complemente al ómnibus que emprende rauda marcha. Se va. Se va. ¿Por qué el ómnibus quiere irse tan rápido? ¿Por qué tan rápido ahora? ¡Hasta el ómnibus está contra mí! Nunca había emprendido tan veloz huida. Desapareció casi inmediatamente. No quise mirar más. No se podía ver. No me hice esa pregunta jamás. Pero estaba marcada con fuego en mí. Sólo que... antes de este instante, jamás supe de qué pregunta se trataba. Incluso ahora. Me siento feliz. Me he librado de ese tormento. No quiero que se quede. ¡Me habría dado tanto gusto si se hubiera quedado! No quiero que se vaya. ¡Quiero que se vaya! Quiero que no vuelva nunca. Di media vuelta. Caminé ese sendero que tanto conocía. Lo habíamos caminado juntos. No era el mismo sendero. ¡Jamás sería el mismo! Yo no era el mismo. ¡Nunca sería el mismo! No quise mirar. Camino hacia mi habitación. Lloro mi dolor…
LA LUNA EN SU ARREBOL
¿Ves la luna cómo se mete en su arrebol? Me gusta contemplarla así. Me gusta mirarla cómo me ve. Como con vergüenza. Como si estuviera mostrándome siempre su lado oscuro. ¡Mírala! Mírala. Nos está guiñando los ojos de ese único ojo que jamás le he visto. ¿No quieres que nos tomemos las manos y...? ¿Viste la locura en que me encuentro desde que te fuiste? No. No. Tú eres incapaz de ver lo que jamás fuiste capaz de ver. Te he dado todo lo que tenía... aunque jamás tuve nada. ¡Todo te lo di! ¿Lo recuerdas? No. Tú nunca recuerdas lo que nunca ha existido. ¿Por qué alguna vez no puedes acordarte de lo que jamás ha pasado? ¿Por qué? Si pudieras verme con los ojos de la luna. Si tuvieras el corazón de la luna. Si... ¡No! Tú jamás serás capaz de ver lo que no existe. Por eso es que nunca me viste. Andábamos juntos. Nunca me viste. ¡Con qué ternura me mirabas! Cuando salimos a bailar... ¡No me toques! Yo simplemente bailaba. Como se acostumbra. ¿No me toques? Pasaron los años en esos pocos días que nos veíamos. Necesito adelgazar. Yo no te veía gorda. ¿Necesitas adelgazar? Te miro una y otra vez. ¿Necesitas adelgazar? Pienso en la luna. ¡Qué hermosos momentos pasé en mi niñez! ¡Contemplo la luna echado en la vereda! Tú nunca comprenderás el encanto de los momentos simples. La niñez encantada. Jamás podrás ver la luna como yo la veo. Te marchaste. La luna se queda conmigo. No estoy solo. ¡No estoy solo! ¿Cuántos años han pasado ya? No importa. Nunca sé en qué día vivo. Busco nuevas emociones. Nuevos horizontes. Allá. Allá lo he visto. El horizonte… el horizonte al que me tengo que encaminar. Te he olvidado ya. ¿Por qué te empeñas en regresar? Nunca estuviste. ¡Nunca! ¿Recuerdas lo solo que estaba cuando me encontraba contigo? Todos veían mi soledad. No me lo decían. Yo lo leía en sus ojos. En sus rostros. ¡Esos rostros me persiguen! Esos rostros son tu propio rostro. ¡Tu rostro! Hace mucho tiempo. Ya no lo recuerdo. Vivo al día. Hace mucho tiempo. No tengo días míos. Nunca tuve días míos. Hoy es mi día. Emprendo un nuevo camino. Soy diferente. He abandonado los días que nunca fueron míos. Mi horizonte es el mismo. Yo soy diferente. ¿Viste la luna? ¿Viste su arrebol? Me gusta la luna. Me complace contemplarla. Soy nuevamente niño. Voy naciendo de nuevo. Voy naciendo así, como con vergüenza. ¡Soy feliz!
EN EL HORIZONTE...
Pronto no estaré donde siempre he estado. Viviré de manera diferente. Me iré porque ya el camino he comenzado a caminarlo. La esperanza me espera donde radica la emoción desconocida. No quiero decir adiós a lo que nunca estuvo conmigo. ¿Dónde quedarán las estrellas dionisiacas? He visto tus manos estiradas hacia mi vera. Me estaba ahogando. Me han salvado. No vivo sino porque vivo. No muero sino porque muero. Ahora viviré porque siento vivir. Ahora moriré porque... ¡Yo no quiero morir! ¡No quiero! La vida me ha tendido su mando de gules. ¿Viste el tigre que tiernamente me abrazaba con sus garras de acero? No iré adonde mis antepasados moraron. Ellos vienen a mí. Vienen a quedarse conmigo. Vienen porque... porque... ¡vienen porque yo no quiero ir! La distancia es un horizonte imaginario. Allí me encuentro ya. ¿Alguna vez el horizonte restregó sus velos imaginarios en mi rostro? Yo voy hacia donde me encuentro. ¡Voy! Deja que sueñe en lo que existe cuando duermo. No quiero estar sin un adiós. Es el adiós que me doy. Es la partida que se yergue en la mañana inopinada de ese adiós. No busques sino aquello que te di cuando nunca te daba nada. Búscame a mí en la estrella que amanece cuando te acuestas. Búscame donde Véspero acuna tus despertares. Búscame en la voz encanecida del recuerdo. Búscame donde jamás me encontrarás. Yo ya no vivo en el pasado. Soy todo pasado. Busco nuevos amaneceres. Soy todo amanecer. ¡Soy el pasado que amanece diferente! ¡Soy! ¡Yo soy! El horizonte se levanta. Me da la bienvenida. Los vaqueros cantan tristes canciones. El oeste enriquecido los espera. Pletóricas emociones. Uno se entristece cuando va hacia la alegría. Es difícil dejar el dolor. No hay más dolor en el horizonte. No hay sino esperanza. Pandora me dio su caja, yo la abrí. Los males se fueron. Yo tengo la esperanza. No tengo más a Pandora. ¡No la tengo! Afrodita: tiéndeme tu manzana. No dejes que Alejandro sea el único que la muerda. ¡Deja que peque con el fruto de tu vida! Estaré donde las Hespérides no me esperan. Mi jardín está lleno de tu vida. ¡Dame tu manzana Afrodita! ¡También yo quiero pecar! Pronto no estaré donde siempre me has esperado. ¿Por qué jamás vi tu rostro anhelado? Hacia ti me dirijo. Viviré como no he vivido antes. Seré diferente. El camino se ha abierto. He comenzado a caminar. La esperanza me espera. Me espera la emoción ¿desconocida? Pandora se ha ido con Epimeteo. ¿Dónde están las estrellas dionisiacas? ¡Espérame! ¡Espérame Afrodita! Espérame. Tiéndeme la manzana del hola. ¡Mucho tiempo he vivido en el adiós! Viviré como no he vivido antes. Seré diferente. Lo sé. Seré diferente. ¡Seré diferente! Seré diferente… La distancia es un horizonte imaginario. Allá me estoy esperando ya.