NOTA BENE:

Revista Internacional del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Sede: New York.


domingo, 10 de enero de 2010

Walter Quinteros descansa en Rancas.

Queridos Amigos:

Un abrazo de agradecimiento por su solidaridad con nosotros en el momento de la partida de Walter. Nélida Agosto y José Colón, amigos entrañables de P.R. , vivieron con nosotros esa partida y luego nos acompañaron al Perú; a Rancas.
Esta es la crónica de ese viaje, como Nélida lo vió y vivió. Deseo compartirla con ustedes a quienes Walter les tuvo especial cariño.

Mirta


Rancas

Al principio no era para mí ni siquiera un nombre. Myrta me hablaba de esa tierra que Walter había heredado de su abuelo, y podía entrever que era un lugar muy importante para él, asociado a los recuerdos de niño, de cuando acompañaba a su padre a atender el ganado que mantenía allí. Proteger esa tierra y conservar su naturaleza era un proyecto que los apasionaba.
Luego, con cada visita al Perú, traían más elementos que yo iba añadiendo a la imagen que se iba formando en mi mente. Su belleza, las condiciones extremas de su clima y cómo para ellos era algo que tocaba fuertemente su amor por la naturaleza y su disfrute directamente y sin mediaciones.
Un día me hablaron de la idea de trasladar los restos del abuelo de Walter allí, logrando de ese modo dotar a esa tierra de un valor especial y convertirla en algo intocable para cuando ellos no estuvieran presentes. Fue así que, con los familiares, hicieron el viaje, con los restos del abuelo y los del padre de Walter, a esa tierra, convirtiéndola así en camposanto. Más tarde, Myrta nos mostró unas fotos de ese lugar: una enorme piedra a cuyo costado depositaron las cenizas..
Nos mostraban fotos de sus subsecuentes visitas; de cómo montaban tiendas de campaña y acampaban a plena naturaleza, hacían asados y comían truchas frescas traídas del río cercano; una pocita del agua que baja del nevado servía como nevera. Allí mantenían las provisiones y el vino. La idea de truchas frescas y vino me pareció un lujo. Eso es vida, me dije.
En otra ocasión, Walter nos mostró fotos del nevado que queda justo detrás del cerro que comprende la propiedad. Me pareció impresionante tener un fenómeno natural así tan cerca. Me comentó que de niño le parecía que tenía más nieve, y hablamos del calentamiento global.
Ya me habían hablado de la idea loca de construir una casa de piedra allí. Quizás fue para ese tiempo que comencé a oir el nombre de Rancas. No sé si Rancas es el nombre de esa tierra, pero se me ocurre que es el nombre que Walter le dio cuando decidió hacer una casa allí. Era muy de Walter hacer suyos los lugares que ocupada, nombrándolos, como hizo con Pucara en los mogotes de Ciales, y así convirtió ese lugar montañoso en una réplica en miniatura de los cerros de la sierra peruana. Allí identificó y nombró lugares que le recordaban las experiencias y paisajes infantiles.
La idea de la casa se fue desplegando ante mis ojos e imaginación con las fotos de las terrazas y andenes de piedra, que serían destruidos para ampliar el espacio para la casa y con las piedras construir la misma. Cada foto mostraba el adelanto de la construcción y cada visita nos traía más detalles. Ya las últimas fotos mostraban las paredes de piedra y la construcción del techo. Los materiales del techo, mayormente madera, requirieron de un gran operativo para su transporte. Walter nos contó cómo contaron con una huelga de maestros, que les permitió contratar estudiantes para subir la madera desde la carretera, y quienes estuvieron más que contentos con hacer algo productivo durante su ocio forzado. La experiencia de la construcción acá en Pucara convirtió a Alejando en un verdadero maestro y en el objeto de admiración en un lugar donde se construye de otro modo.
Hacía bastante tiempo que hablábamos de ir a conocer el pueblo y la tierra de Walter, y siempre teníamos la esperanza de visitar al Perú, con ellos y de verlo a través de sus ojos, algo distinto de nuestras visitas anteriores. Cuando se retiraron en diciembre pasado y, por fin, se liberaron de la tiranía de horarios y calendarios, se hacían más concretos y cercanos esos planes. Fue así que les hicimos una grata visita a Pucara, con buena comida, buen vino y la amena conversación con la que Walter nos regalaba a todos. Allí hablamos de visitar Perú cuando ellos fueran próximamente, y nos habló de su amigo Edmundo y la posibilidad de visitar con él unas festividades en el norte de Perú. Pero sus planes más inmediatos eran hacer una celebración de su retiro en Pucara con sus amistades y colegas, en la forma generosa y hospitalaria con que solía recibirnos a todos.
No sabíamos que, tres días más tarde, la muerte, a ciegas, de un zarpazo, truncaría su vida sin aviso ni razones, dejándonos a todos perplejos y desolados. Lo que habría sido la reunión planificada para celebrar la jubilación se transformó en un doloroso adiós, en el que su familia, sus amigos, sus colegas y estudiantes se desbordaron en emotivos testimonios de la forma especial en que ese ser humano que fue Walter tocó nuestras vidas.
Pedimos, Jose y yo, a Myrta que nos permitiera acompañarla a ella y su familia cuando llevaran los restos de Walter al Perú, y estar en ese momento en que se reuniera con su padre y su abuelo junto a la gran piedra de Rancas. Pero esto sería el final de un largo recorrido que fue marcado por estaciones que conmemoraban la vida de Walter en su tierra. Si algo fue Walter fue un ser complejo y polifacético, cuya vida intelectual estuvo aparejada de un gran compromiso por un mejor país, una mejor universidad, pero también de la apreciación y disfrute de las pequeñas cosas, del aprecio de la amistad y el valor de los seres humanos todos.
Su retorno definitivo a Perú estuvo puntuado por diversas estaciones que dieron testimonio de una vida rica, intensa y comprometida. Así, hubo una primera estación, donde amigos y conocidos cajatambinos se congregaron para rendir homenaje a la memoria de ese cajatambino por excelencia, y fuente de orgullo para ellos.
Una segunda estación se celebró con gran solemnidad en un sobrio e histórico recinto en la Universidad de San Marcos, en donde se destacó su quehacer y trayectoria como universitario e intelectual, su compromiso por reformar la universidad y su lucha por una mejor sociedad. Allí, antiguos profesores, amigos y colegas, en forma cálida y emotiva, hicieron reconocimiento de su gran talento intelectual, como también de su riqueza y generosidad como ser humano. Presenciar estos testimonios abrió para mi una ventana a otras dimensiones de lo que fue la vida de Walter. No pude menos que sentirme sobrecogida y conmovida por las muestras de amistad, reconocimiento y admiración de todas estas personas que estudiaron, trabajaron y lucharon junto a Walter en su carrera universitaria.
Un momento muy especial fue la ofrenda musical que Máximo Damián, el violinista de José María Arguedas, aportó a la ceremonia. Su música fue un bálsamo para los pechos apretados por el dolor de la partida del amigo. Fue una celebración del amor que Walter siempre sintió por la música de su tierra, y fue también un vínculo místico con ese escritor, quien, como ninguno otro, supo ahondar en lo más profundo del alma peruana.
La tercera estación, celebrada en su pueblo natal de Cajatambo, justamente, fue quizás la que más me reflejó eso de lo que estaba hecho Walter, su complejidad, su sentido estético y una visión de mundo que no reconocía límites. Así, la tercera estación (cuarta, si contamos la primera en Puerto Rico) comenzó con un viaje en vehículo que tomó alrededor de 10 horas, por uno de los paisajes más dramáticos que yo haya presenciado. Después de dejar Lima y pasar por el pueblo de Barranca, se abandona la carrera asfaltada para tomar una estrecha carretera de tierra que nos sube hasta la sierra. Es un viaje largo, lento y, a veces, no muy seguro, pues la carretera bordea por un lado precipicios que, para tranquilidad, conviene no mirar. Por suerte, son pocos los vehículos que transitan por ella.
La sierra no es algo que pueda tomarse con liviandad. Viajar a la sierra, enfrentarse a su naturaleza extrema, a su increíble geomorfología, su clima, es algo que impacta con gran fuerza el cuerpo y el espíritu de seres que estamos acostumbrados a lugares más suaves y benignos.
Lo que más impresiona es la severidad desmesurada del paisaje; sobre todo, las increíbles formaciones rocosas que dibujan innumerables patrones que van sucediéndose en un juego interminable. Me pregunto si la fascinación de Walter por los fractales no estaría alimentada por estos paisajes que tantas veces recorrió. Pero quizás la gran belleza de la sierra es quizás tener la certeza de que su existencia tiene como origen una inmensa liberación de energía que hizo brotar esos gigantescos macizos rocosos que constituyen esa larga cordillera. No sé si fue un proceso de estrépito y estruendo o si fue una liberación de energía lenta y sorda, pero definitivamente que la magnitud de esa fuerza y energía está encerrada allí. Se siente.
Quizás la trayectoria más dramática corresponde a los 100 kilómetros que se recorren a lo largo de un cañón, por una carretera que es meramente una franja estrecha al costado de la ladera, acompañada siempre por el rugir del río en la profundidad del cañón.
Después de dejar el cañón se encuentra la formación más interesante del trayecto, y, a juzgar por el nombre que le han dado, China Linda, es el lugar que más ha estimulado la imaginación de los peruanos de esa región, pues nos enfrentamos a una formación rocosa que se asemeja a una vulva. Es como si la tierra, pícaramente, nos mostrara su femineidad y su identidad como la Pacha Mama. Me imagino a Walter, con su acostumbrada sonrisa, mostrando y explicando con picardía esa formación a los que por primera vez la veían.
Un deslave que llenó de fango y piedras la carretera nos obligó a desviarnos, y, por primera vez, vimos un paisaje más apacible y con más vegetación. Este desvío retrasó nuestra llegada a Cajatambo, pero pudimos ver los contrastes del paisaje y atravesar un pueblo de la sierra con su gente, sus cultivos y sus niños.
Fue el retorno de Walter a una tierra que él nunca abandonó; pues si algo uno veía en él era cómo su tierra tenía un asiento privilegiado en su conciencia. En cada conversación siempre salía una anécdota, una experiencia, un nombre como referentes eternos a la tierra que llevaba dentro.
Llegamos a Cajatambo ya entrando la noche. Aunque ya habían pasado varios meses desde su muerte, se podía notar en su familia, así como en sus amigos y conocidos, el grado de expectación, mezclado con el dolor y sentido de pérdida. Todos esperaban a esa persona que nunca dejó de ser parte de ellos. Me imagino en ellos el peso de ese gran vacío, que ya no se llenaría, pues Walter, el gran ¨raconteur¨, ya no vendría a contarles las historias y experiencias de su vida en otras tierras.
La noche siguiente se celebraría una ceremonia íntima en la casa donde se crió, la casa de su abuelo. Esa casa fue el primer entorno donde se fundaron las experiencias, sueños y visiones que conformaron su carácter. Ahí fue donde ocurrieron las anécdotas que Walter contaba de cuando era niño, especialmente las historias sobre su abuela, quien, a mi parecer, dejó una fuerte impronta en su carácter. Myrta me llevó a esa casa y, guiada por sus recuerdos, me mostró todos sus rincones: el patio con sus muros y su huerta, la habitación pequeñita y acogedora donde Walter y ella dormían en esas primeras visitas a Cajatambo.
Fue en la sala de esa casa donde los cajatambinos, respetuosos y solemnes, se reunieron para despedirse de Walter. Aunque su persona no estaba allí, su presencia no era menos real. La fuerza de su personalidad estaba allí y, como en la presencia de un gran personaje, todos mostraban su respeto hablando en voz baja o sentados en silencio.
Fue una ceremonia callada y de comunión como es la usanza en las tierras donde se celebra la vida y donde los hombres y los dioses están unidos al ciclo de la tierra. En comunión, se rindió tributo a un ser humano que regresaba a su tierra . Los vivos compartieron las bebidas que dan calor a los fríos cuerpos y las hojas de coca que unían a los presentes al espíritu de la tierra. Cada uno traía alguna bebida, en especial las mujeres, quienes desfilaban con teteras de calentados, esas bebidas a base de limón y aguardiente que ellas sazonan con una combinación particular de especias, resultando cada una en una bebida única. Más tarde, todos los presentes compartirían un suculento cocido que les repondría las fuerzas y los prepararía para el siguiente día, cuando se llevarían a Rancas las cenizas de Walter.
Por fin vería esa tierra. Pensaba que estaba contigua a Cajatambo, pero no fue así. Subimos hasta lo alto del cerro y después descendimos en un trayecto que tomó alrededor de una hora. Llegamos hasta un lugar donde se dejan los vehículos. Desde allí se veía una inmensa ladera enfrente a otros cerros altos, como mirándose mutuamente, separados por el río que se nutre de innumerables corrientes que descienden desde el nevado. En la ladera se podía ver la casa y un poco más abajo, la roca, que desde lejos, no parecía tan grande. Allí llegaron en diversos transportes todos los que acompañarían a Walter hasta su última morada.
Desde la carretera había que descender hasta el río, y luego subir hasta donde estaba la casa, unos a caballo y otros caminando. Jose y yo decidimos caminar y con lentitud y respiración profunda emprendimos el camino. Tuvimos que cruzar un estrecho puente sobre el río y, luego, varias corrientes que bajan desde el nevado.
Por fin llegamos a la casa luego de pasar por la gran piedra. La casa sí merece el nombre de Pucara, pues una estructura maciza, de anchas paredes de piedra y con una gran terraza que mira los imponentes cerros de enfrente. Sentarse allí, frente a esos espacios abiertos, hace a uno sentirse grande y pequeño a la vez. Grande, pues con la mirada se dominan toda esa extensión; y pequeño, porque la magnitud del paisaje no hace sino acentuar nuestra pequeñez.
Ese día, 21 de mayo, ya varios hombres estaban preparando el lugar junto a la gran piedra donde se depositarían las cenizas de Walter, justo en el costado opuesto al lugar donde descansan su padre y su abuelo. Esa es la fecha del nacimiento de Walter y vino a ser el día que regresa y se integra a la tierra que amó. Allí nos aglomeramos todos, y con voces entrecortadas, Myrta y algunos familiares y amigos entregaron sus restos a la tierra. En Rancas se cierra el círculo de su vida y su muerte; pero al cerrarse, ya no hay principio ni final. Ahí el espacio se torna en infinito y el tiempo en eternidad.
Edmundo Murragarra le había prometido a Walter traer una banda para celebrar la compleción de la construcción de la casa cuando se terminara el techo. Pero en esta ocasión, en lugar de celebrar la compleción de la casa, los músicos se congregaron junto a la gran piedra y allí ofrendaron su música a Walter, quizás consagrando así su nueva morada.
Luego, todos los presentes compartimos la comida de la pacha manca que, desde temprano, se estaba preparando, las bebidas, y, al final, un baile que conjugaba la alegría y la tristeza, la vida y la muerte.
Fue al otro día, después de que casi todos regresaron, cuando pude observar con calma la belleza de Rancas. Las flores silvestres, el sonido relajante del agua que baja por las corrientes, el huerto de Myrta con yerbas aromáticas. Pero quizás, lo más que impacta es la paz que se siente en ese lugar tan alejado de la presencia humana. Es un privilegio lograr una comunión tan estrecha con la naturaleza y sentir algo inasible al observar la tremenda expansión de esos cerros.
Una experiencia extraordinaria resultó ser la caminata que hicimos Jose y yo, junto a Alejandro, hasta el tope del cerro de Rancas para ver el nevado, que allí llaman el Huacshash, el mismo que Walter ya me había mostrado en una foto en Puerto Rico. Fue una caminata memorable por veredas llenas de flores silvestres y corrientes saltarinas. Ajustando la respiración según subíamos, llegamos a una meseta como a una altura de 4,000 metros. Allí encontramos unas vacas en un paisaje lleno de flores y grandes rocas.
Pasamos a un pequeño bosque de queñuales, unos árboles viejos y retorcidos que me recordaron los antiguos árboles que describe Tolkein en The Lord of the Rings. Caminamos entre grandes rocas y viejos queñuales hasta ver a la distancia el nevado en toda su majestad. No sé cuánto tiempo tomaría llegar hasta él pero, por lo pronto, me sentí satisfecha de poder ver su belleza a la distancia. Este nevado es y no es parte de la Cordillera Huayhuash. Está solo y por eso lo llaman Huacshash , el huérfano, el que se quedó solo, con relación a esa cordillera cuya belleza atrae a numerosos turistas de todo el mundo, quienes vienen a caminarla para observar su flora y fauna. Pero me imagino que vienen sobre todo, a experimentar ese sentimiento insondable que se obtiene cuando uno se enfrenta a parajes de una belleza increíble y enrarecida; lugares que están más allá de la medida humana y que nos dan un atisbo de lo infinito. Quisiera tener la fortaleza para hacer esa caminata por esa cordillera.
El último día en Rancas, mientras Jose volvía a subir al tope del cerro, esta vez con Alonso, Guillermo y Alejandro, yo me dediqué a absorber esos parajes de Rancas y a reflexionar sobre todo lo que había pasado con Walter, y de cómo no sabemos nada y que no podemos descifrar los misterios que rigen la vida humana, y determinan cómo ni cuándo nacemos o cómo morimos. Me despedí de Rancas, no sin antes pensar que quizás Walter logró satisfacer un deseo inconciente y atávico de fundirse con su tierra, con su energía y su belleza.
Se me antoja verlo todas las mañanas abriendo sus ojos al sol y, confundido con los rayos solares, extender su mirada lentamente para dar calor, luz y vida a esa tierra. Se me antoja que une su risa al sonido del agua que baja por las corrientes del nevado y, si el chiste es bueno, lo imagino juntándose al estrépito del río, carcajadas abajo.
Se me antoja, por qué no, mirando pícaramente desde su lecho de piedra, a la mujer que está echada, con la cabellera suelta, en los cerros de enfrente.
Se me antoja que no morimos, que seguimos viviendo en los elementos de la tierra de la que somos parte; y en la memoria de los otros, quienes en cada recuerdo nos nacen y nos viven nuevamente.
Así, Walter estará por siempre vinculado a su tierra. Rancas, linda morada para un gran señor.
Con mucho amor para Myrta, Guillermo, Alejandro, Illary, Alonso, Camilo y la indómita Daniela, con quienes compartí esos momentos tan especiales en Rancas.

Nélida.


Walter Quinteros fue mi profesor en la UPR Río Piedras, Fundamentos Filosóficos de la psicología, guardo los apuntes de sus clases como un tesoro, era un catedrático en el buen sentido de la palabra, daba verdadera catedra, y era un gusto escucharlo por horas, decía frases inolvidables, como, "descarado es decir publicamente lo que se dice en la intimidad, y en esto el era un modelo, en una clase dijo "¡Me chinga la validez!". En el sentido sentido de que se para hacer ciencia no es necesario que todo sea científico.

Mario Moreno Herrera

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East Elmhurst, New York, United States

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