He salido
de casa como siempre. Hoy no miro por dónde me llevan mis pasos cansinos. Voy
sumido en pensamientos que no conozco. Las calles por donde camino se esconden
al ritmo de mis pasos. Hay mucha soledad en los vaivenes del destino. Y en los
sueños aderezados con amor, se mueven venturosamente los dicterios de Afrodita…
Yo solamente quiero dejar atrás lo que no deseo llevar en mi morral. Aunque uno
no siempre deja detrás lo que no quiere llevar en el alma porque lo indeseado
permanece más allá de nuestros más caros deseos. Nadie está nunca tan limpio
como para lanzar la primera piedra. Y lo que uno puede al fin dejar atrás,
termina esperándonos más adelante… He mirado a mi alrededor y puedo contemplar los
rostros que me cruzan la espalda con fuetes pletóricos de dolor siempre vivo.
Nada hace que nos imaginemos las preocupaciones que cada uno de los caminantes
-que deambulan por estas calles llenas de gente a toda hora-, ha de llevar
consigo… Estoy en la biblioteca, todos están leyendo u ocupados con sus
computadoras y las que proporciona en forma gratuita la biblioteca. Aquí
encuentro la tranquilidad que no hallo en otros lugares. Me resulta curioso que
haya encontrado un refugio apropiado aquí, que está siempre lleno de gente. Quiero
estar aquí aunque traiga mi propio libro para leer (cosa que ya solía hacer en
Lima cuando estudiaba en San Marcos) o simplemente me ponga, como hora, a
escribir en mi computadora las ideas que me corretean sin cesar, sin darse a
conocer nítidamente. Me siento acompañado aunque no converse con nadie. En un
ambiente como éste cada uno está metido en sus propios asuntos, por eso todos
respetan mi soledad. Pasan las horas raudamente en este sitio. Camino por las calles de Queens rumiando mi
soledad… Los días se suceden alternando el sol y la lluvia. Mis ojos miran el
horizonte sin ver la recatafila de edificaciones que no me permiten apreciar la
belleza de mis propios sueños. No quiero encontrarme con mis propios recuerdos,
¿cuáles serán? Yo no lo sé a ciencia cierta. A veces los recuerdos nos sumergen
en realidades que impiden que comprendamos mejor el presente que nos toca vivir,
mientras los vivimos… Y sin embargo mis ojos están siempre llenos de una
nostalgia con la que no quiero encontrarme. Todos aquellos que hemos hablado
simplemente porque, en un momento determinado, tenemos la necesidad de hablar
con alguien, hemos callado en el mismo instante en que continuábamos sumidos en
el uso de la palabra. ¿Qué podríamos decir? No lo sé. Al ahogar la palabra, el
silencio se impone y el conocimiento se transforma en desconocimiento. Ante tal
situación, no queda más remedio que apechugar, si es que nuestro silencio nos
llevó más allá de lo que las sonoras expresiones de nuestra voz quisieron
llevarnos… Tengo miedo, me dijo mi otro yo cuando vio mi mirada perderse en el
laberinto interminable de las reflexiones mientras pensaba en la quietud que se
respiraba en el cuarto de los mil espejos donde sólo yo me acompañaba,
multiplicado en cada uno de esos inexistentes espejos que poblaban mi
imaginación cuales espejismos surgidos en el desierto campo donde las almas
llegan a cumplir sus rituales inaccesibles a individuos como yo, que me elevo
en la incomprensión de las sienes blanquecinas. Yo también tengo miedo, respondí
quedamente a no sé quién que me lo decía, sin darme cuenta que era yo mismo
quebrantado por esa sensación inquietante que suele desequilibrarnos en los
momentos menos oportunos… La incomprensión, me digo a mí mismo múltiples veces,
la incomprensión… ¡Qué importa ya lo que dijiste cuando no tenías que decir
nada! ¡Qué importa ya nada, nada!... Y la mirada seguía perdida en el laberinto
aquel del que no se puede salir porque tampoco se entró en momento alguno. ¿Cómo
estar sin estar en el preciso lugar e instante en que te encuentras ya en el
interior, sin saber por qué, sin comprender por qué?... Él -un muchacho
bastante joven-, estaba sentado al lado de su madre cuando llegó una señora que
caminaba ayudándose de un bastón. Todos los asientos estaban ocupados por
personas mayores. Y él no se paró, ni su madre le dijo nada. Uno de los
circunstantes se puso de pie para que la señora tomara asiento. Él y su madre
siguieron imperturbablemente sentados allí donde las sombras despiertan los más
oscuros presagios. Yo me perdí entre los claroscuros de las desesperadas horas
del ayer… Todo es presente en este futuro que nos toca vivir desde que estamos
aquí.
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