Apenas si ha nevado un poco en New York durante la noche,
y en la mañana las calles han sido limpiadas casi por completo por el
esplendoroso sol que ha salido que, aunque no calienta el ambiente, calienta sí
mi corazón ardiente. Hoy me encuentro alegre porque he pensado en lo que siempre
pienso y soy feliz con la belleza de una vida que me depara satisfacciones
incluso dentro de las tristezas más profundas. He caminado por las calles
bebiendo el aire que golpeaba tenuemente mi rostro donde se podía –yo podía-
ver el contento que en estos días voy teniendo por las razones que yo me sé y
que no comparto ahora aquí. Soy egoísta, lo sé bien, pero el egoísmo no yoísta
ha existido desde siempre en la vida del ser humano, y ha de existir siempre
porque forma parte de nuestra vida, forma parte inherente de nuestra
individualidad no transformada en individualismo extremista. El grupismo extremo
que algunos creen ver exento de todo yo, no ha existido jamás a menos que una
necesidad extrema aquejara a los seres humanos y eso se ha presentado en muchas
etapas de la vida y se seguirá presentando, a no dudarlo. Muchos se
escandalizarán de verme hablar como lo hago hoy, pero no hay nada completamente
nuevo en ninguna novedad que salga a cerrarnos los pasos… Hoy en la madrugada
ha nevado en las calles de esta ciudad y he caminado sonriéndole al mediodía,
aquel mediodía al cual Zaratustra le cantaba cuando bajaba de la montaña donde
vivió en soledad solamente acompañado de su águila y su serpiente. Yo también
bajo de la maraña diaria acompañado de mis pocos libros, aquellos que he
comenzado a leer tímidamente después de pasar muchos años sin siquiera
abrirlos, aunque haya escrito muchas cosas en este Facebook que lacera las entrañas
de los monstruos que únicamente ven negatividad en todo aquello donde sus ojos
contemplan su propio espíritu malhechor. Yo no puedo ya caminar mucho porque me
canso, así ha de ser mi vida desde ahora, llena de rocas dolientes surgiendo de
los bellos espejismos que los desiertos de la vida nos ofrecen, espejismos
llenos de esperanza y que nos alejan de la muerte... He extrañado a Harry
Haller el insomne domeñador de las estepas donde medran sus bibliotecas reflejadas
infinitamente por los mil espejos del cuarto donde yace su alma dormida. ¡Ya
nada es igual cuando las cosas cambian tan rápidamente en nuestras vidas! Si,
ya sé que me he convertido en un simple repetidor de palabras obstinadas en
parecerse cuando yo en realidad busco que se diferencien. Yo soy un simple
seguidor de Perogrullo… Mi sino ha de ser el mismo de aquellos que se empecinan
en caminar siempre por la misma senda a pesar de que éstas se borran continuamente
no dejando ningún rastro de su existencia. Yo soy la espina de la vida, pero
jamás seré el dolor de ya no ser. Hoy, en esta biblioteca, solamente veo
rostros congestionados por la gripe, que es propia de estos tiempos, y escucho
el crujir de las toses que llaman la atención de todos aquellos que temen ser
contagiados. Es que aquí, en esta ciudad donde la comida sobrante no se regala
sino que se bota, en esta ciudad donde todos temen los contagios así como
también contagiar algún virus que puedan tener y no se hayan dado cuenta, en
esta ciudad digo la comida se bota no por mezquindad sino por evitar los
contagios, y si encuentran a alguien que realmente precise comida prefieren
servírselo en otro plato o comprarle una otra porción que darle las sobras del
plato propio. Es increíble lo que aprendes cuando vives sumergiéndote en la
vida de aquellos con quienes estas rodeado y cuya vida compartes de múltiples
maneras… Yo borro de mi mente los prejuicios, justificados o no, y soy uno más
entre aquellos que lo son, buscando comprender mediante la vida misma el
significado de las acciones e ideas que muchos condenan sin haberlos
comprendido, a pesar de llamarse personas de criticidad profunda… Aquí en la
sala de las computadoras de la biblioteca de Queens donde me encuentro, no
puedo ver las calles ya limpias de nieve, pero pienso en ellas porque así me
acerco a los momentos felices que pasan los niños cuando cae la nieve en
abundancia y ellos juegan alegremente echados encima de ese manto blanco que
esparce la alegría de los días venideros… La impresora suena con un ruido
infernal que inunda toda la sala mientras mi vecina me hace escuchar su tos
apagada por el dorso de la mano con el que cubre boca. Los teléfonos celulares
no dejan de sonar… y para mí todo forma parte de una confabulación dantesca de
los ruidos que traen el infierno al pie del cielo donde sonrío recordando los
momentos bellos que he vivido, que vivo, mientras miro la página en la que me
encuentro escribiendo esto que yo no sé qué es, pero que me hace sentir tan
bien… Ya es hora de terminar, me digo, aunque aún mi tiempo no ha llegado a su
fin. Ya termino para seguir haciendo otras cosas antes de que los minutos que
corren con tanta premura me saquen de donde me encuentro sentado tan
cómodamente… Y al final tuve que irme a usar mi propia computadora donde sin la
premura anterior releo lo escrito y me digo: envíalo ya, que la vida no siempre
alcanza para vivir todos los momentos que el pasado comienza a guardar en su
seno…
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