CARLOS THORNE*
Hay un antiguo mito que ha alimentado las doctrinas de la supervivencia y las concepciones religiosas. Este mito es el del Ave Fénix, que según los sacerdotes de Heliópolis vive más de mil años, creencia que hacen suya Luciano, Filostrato, Ovidio y Séneca entre otros escritores romanos. El Ave Fénix vive dentro de un ciclo fijo y cumplido el tiempo que debe durar su vida, muere para renacer nuevamente con toda su gloria y belleza. Para Claudio Claudiano, el último de los grandes poetas romanos que vivió en el siglo IV después de Cristo, "es un ave igual a los dioses celestes, compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No sacia su hambre comiendo ni apaga su sed con fuente alguna". En qué lugar habita, en uno muy distante que es la bienaventuranza, allá en el más lejano oriente, es acaso en Egipto, el viejo país de Horus, su morada y esta águila, porque el Fénix es ave de sol y reina de las aves, es de enorme tamaño, cuyas plumas de oro salpicadas de rojo la distinguen de las demás aves según Herodoto. Para Plinio el Viejo, un rojo azafrán cubre sus hombros, pecho, cabeza y cuello que engalanan siempre los rayos del sol, pero lo que más destaca en su esplendente hermosura es la cresta que lleva en la cabeza en forma de peineta con una estrella de tan potente luz que alumbra todas las tinieblas por más espesas que sean, pero es con sus ojos que Claudio Claudiano compara dos jacintos azules, de los que sale una llama con los que canta y saluda al sol.
Para Herodoto, San Epifanio de Salamina y Plinio el Viejo, esta ave sagrada sólo existía en Egipto y cada quinientos años hacía su aparición en la ciudad de Heliópolis a donde iba a morir su padre, llevando sobre sus hombros el cadáver de este para depositarlo en la puerta del templo del sol.
Así, el Ave Fénix muere, consumido por el sol, convertido en cenizas de las que renace, luego de arder el cuerpo, y renace, para Aquiles Estacio y San Ambrosio, como un pequeño animalejo sin miembro alguno como un gusano blanco muy blanco que va creciendo para luego alojarse dentro de un huevo redondo, tal si fuera una oruga que se muda en mariposa, hasta que dejando de ser implume se transforma en águila celeste que surca el estrellado firmamento con su presencia maravillosa.
En la naturaleza las plantas, que son seres vivos, se abren en la primavera y se mustian en el otoño y se despojan de sus galas en el cruel invierno. Ello anuncia que la naturaleza también muere cíclicamente, pero renace o resucita cuando echa fuera a la estación hibernal. La visión de éstas mutaciones por el hombre de las culturas antiguas, sean de la remota China o de la Grecia y Jonia, le advirtió que "la tierra es la madre de la cual proviene toda vida, la diosa de la fertilidad y que la tierra esta desposada con el cielo, porque del cielo cae la lluvia que la fertiliza". Pero no sólo le hizo conocer que la tierra es madre de todo lo viviente, sino que del polvo de la tierra proviene el hombre y al polvo retornara sin descanso. Contra esta creencia recogida tanto por la Biblia como por el Talmud -este libro nos dice que fue creado un solo hombre para ser padre de todas las generaciones de la tierra- se alza la leyenda del Ave Fénix que se pierde en la noche de los siglos, bella como una esperanza de inmortalidad pues significa el triunfo de la fuerza generatriz sobre la devastación de la muerte, tan hórrida y brutal. Y si un ave puede vencer a ésta, renaciendo de sus propias cenizas y saludar con su dulce voz al sol para luego emprender sin reposo su largo viaje a Egipto, ¿por qué el hombre, creatura de Dios que es la causa primera, no tiene el poder de resucitar, de volver a la vida, sin que en alas de cera suba al cielo, cual árbol plantado en la ribera que nunca se marchita? Esta idea de las mutaciones de la naturaleza y el hermoso mito del Ave Fénix cantando tan bellamente por el poeta Ovidio en su Metamorfosis, ha servido acaso para que la Resurrección de la carne sea parte necesaria y sustancial de la esfera de lo ilusorio, que nos une a lo suprasensible y a las demandas sobrenaturales.
Pablo, que se destacó entre los demás apóstoles que propagaron la fe en Cristo por la energía de sus convicciones más que por su piedad y por imaginar ciegamente que su doctrina era una unidad que todo lo penetra, jamás dudó de la verdad de ésta. Nació en Tarso y fue educado por el famoso doctor fariseo Gamaliel y era, según cuentan, de frente ancha, cabeza calva, cejas juntas, talla corta y gruesa y piernas torcidas, pero si carecía de atractivos físicos no carecía de la facultad de razonar inteligentemente. La crucifixión y la muerte de Cristo y su posterior resurrección, hechos que jamás vio con sus propios ojos como otros apóstoles los comprendió y creyó como artículo de su fe, porque pensó que si el Ave Fénix renace y recobra todo su esplendor volviendo a ser un elemento de belleza, el Salvador que descendió al mundo para dar un ejemplo de pobreza y humildad a los hombres no tenía tampoco que morir sin resucitar con un ímpeto de su juventud que estremeciera todos los cielos. Él no podía ser menos que un ave por más hermosa que sea, que anuncia claramente la resurrección de la carne, ave que solo reina en los aires, en el éter que rodea a la tierra, mientras que Cristo reina junto con Dios padre, rodeado de los ángeles, en el Empíreo, entregado a una eternidad que la razón humana no logra comprender y que los escritores eclesiásticos y los profetas intentan vanamente explicar.
Sin embargo, los filósofos escépticos Agripa y Sexto Empírico, discípulos de Pirrón, afirman que es imposible que Cristo por ser inmortal de cuerpo y alma, ya que era hijo de un Dios, el Dios padre y no nacido de la concepción del feto y del semen, hubiera muerto en una cruz y resucitado en un sepulcro.
*Profesor Universitario - Novelista y Poeta.
Boletín Cultural de la Sociedad Peruana de Cardiología : Marzo-Abril 2001
http://sisbib.unmsm.edu.pe/bvrevistas/cardiologia/v02_n2/f%C3%A9nix.htm
Poema El Ave Fénix de Paul Éluard
Soy el último en tu camino
la última primavera y última nieve
la última lucha para no morir.
Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.
De todo hay en nuestra hoguera
piñas de pino y sarmientos
y flores más fuertes que el agua…
Hay barro y rocío…
La llama bajo nuestro pie la llama nos corona.
A nuestros pies insectos pájaros hombres
van a escaparse
Los que vuelan van a posarse.
El cielo está claro, la tierra en sombra
pero el humo sube al cielo
el cielo ha perdido su fuego.
La llama quedó en la tierra.
La llama es el nimbo del corazón
y todas las ramas de la sangre
Canta nuestro mismo aire..
Disipa la niebla de nuestro invierno
hórrida y nocturna se encendió la pena,
floreció la ceniza en gozo y hermosura
volvemos la espalda al ocaso.
Todo es color de aurora.
Versión de Andrés Holguín
http://www.poemasde.net/el-ave-fenix-paul-eluard/
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