Carolina Carlessi Bastarrachea es una mujer tierna, de sonrisa eterna, completamente eterna, incluso cuando está seria se le puede ver sonreír, porque de mal humor no la podemos ver. Ella es emprendedora como su padre. Ella es cuidadosa, meticulosa y observadora como su madre.
¿Quién es su padre? ¿Quién es su madre? Los nombres huyen de nuestro conocimiento. No podemos hacer otra cosa sino imaginarnos cómo fueron, a través de la misma hija... y, sin embargo, casi nada conocemos de la hija ¿cómo podríamos conocer a los padres?
Por suerte, en esta vida no todo es conocer. También tenemos el sentir. Y a Carolina Carlessi la sentimos. La sentimos profundamente, desde que comenzamos a intercambiar mensajes originados por el terrible suceso que es el fallecimiento de su gran amigo Walter Quinteros. Hace muy poco perdió a su esposo José López Parodi.
Su dolor la hace salir de sí misma para volcarse plenamente hacia esta partida -hacia estas partidas-, que no encuentra resignación en ella. Carolina no puede hablar casi. Cuando habla, no está hablando ella sino su dolor, ese mismo dolor que atenaza completamente sus sentidos. Por eso, es su hijo David, quien dirá lo que tiene que decir ella y, por supuesto, lo que tiene que decir él mismo. Porque él también fue partícipe del conocimiento y de las emociones de ser uno más de esta pequeña comunidad que forman las cuatro personas que ya nos han dejado: Efraín Franco, Efraín Aragón, Walter Quinteros y José López Parodi.
Intentamos sumergirnos en la vida de Carolina, sin pedírselo a ella... y nos quedamos en la superficialidad de algunas informaciones que nos dejan el sabor amargo de estar nadando en aguas ignoradas y ajenas, de estar navegando en mares encrespados y apacibles a la vez.
Su formación familiar ha sido decisiva, aun cuando, como todo joven, ella haya roto los cánones familiares establecidos por la pacata sociedad en la que le tocara vivir su juventud. Los años sesenta, en que estudia en la universidad Nacional Mayor de San Marcos, son años de lucha, son años de enfrentamiento, son años de tomar posición, de plantear lo que se considera nuevo y necesario para una vida nueva. Se une a sus amigos, se organizan, y no solamente conciben utopías sino que tratan de convertirlas en realidad.
Luego de la Universidad, dejando de ser estudiantes, estos jóvenes, ya casados y ejerciendo su profesión, “forman una comunidad con sus parejas y sus hijos, iniciamos un proyecto de comunidad donde crearíamos un minimundo mejor, mientras bregábamos por cambiar el mundo que nos rodeaba. / Aragón, arquitecto; Franco, economista; Quinteros, antropólogo; y López Parodi, ecólogo, potenciarían sus habilidades y alcanzaríamos un grupo solidario que revolucionaría los conceptos de familia viviendo en originales domos de barro en armonía con el ambiente. Los niños multiplicarían por cuatro el amor de sus padres. / El proyecto llegó hasta la compra de un hermoso terreno sembrado de vides en Cajamarquilla, cerca de Lima, y, si mal no recuerdo, Efraín Aragón llegó a construir un domo.” Cajamarquilla, es un sitio ubicado a orillas del río Rímac, entre Lima y Chosica, que contiene un importante lugar arqueológico que lleva ese mismo nombre.
¿Cómo podríamos sorprendernos entonces que su hijo David tomase la posta para escribir sobre quien estuvo y está siempre presente en sus vidas? Experiencias como las que ellos pasaron tanto tiempo ha, siguen viviendo en la distancia, en el tiempo... en el corazón. Él, David, dice: “Era lo que tenían en común, ¿no? Un toque de irresponsabilidad que también los hacía encantadores; la improvisación en la pasión de sus vidas que los hizo tan humanos y particulares, aunque fueran distintos. Eran hombres de expresión que disfrutaban de la fraternidad de sus amistades y que florecieron bajo la presión de cambios grandes en su sociedad (...) se deleitaban en el intercambio de ideas y la exploración del conocimiento, de los que deseaban cambiar el mundo para mejor.”
La vida no es solamente recuerdo, es también -sí, dije “también”- presente para quienes han vivido con la intensidad y emoción de esos jóvenes y sus familias, mientras buscaban la realidad de su utopía, siendo impelidos con fuerza por la vorágine de sus propios pensamientos, sentimientos, anhelos...
Su generación estudiantil sanmarquina, ha bebido mucho de las generaciones anteriores, que fueron forjando las características del estudiante que, en los años sesenta, lucha por un ideal, lucha por esa utopía que se generalizaba por entonces, que jamás dejaron de lado sino que fue madurando con cada uno de esos estudiantes inquietos y decidores, buscadores y reflexivos.
Sus estudios en el colegio Metodista “María Alvarado” la prepararon –evidentemente- para lo que hoy ocupa su principal atención: la mujer. El colegio lleva el nombre de María Alvarado, nacida en Chincha, quien fuera una gran luchadora, quien es considerada como la primera feminista peruana, cuyos esfuerzos están en la consecución de logros de gran importancia para la mujer de nuestro país.
Esta preocupación que muestra María Alvarado, de alguna manera es la continuación de aquella que tenía la de la creadora –y la iglesia metodista- de este colegio que, inicialmente, se llamara Lima High School: Elsie Wood.
Este colegio, desde su creación, ha tenido por criterios esenciales algunos elementos que se pueden resumir en lo siguiente: “La doctrina metodista insiste también en que la salvación personal siempre implica la misión cristiana colectiva y el servicio al mundo. La santidad bíblica implica mucho más que piedad personal, el amor de Dios siempre está unido con el amor al prójimo, una pasión por la justicia y la renovación de la vida en el mundo (...) Un rasgo distintivo de la Iglesia Metodista Americana fue su observancia de la estación del Reinado de Cristo (Kingdomtide) (...) Durante Kingdomtide, la liturgia metodista enfatiza el trabajo caritativo y el alivio al sufrimiento del pobre.”
Este colegio aceptaba alumnos de todas las creencias religiosas y no imponía la suya, metodista. La libertad de credos era una norma que se cumplía estrictamente. Hace solamente unos años este colegio celebró el centenario de su fundación (2006) y recibió una condecoración del Congreso peruano.
Carolina Carlessi, es una mujer que se ha dedicado, casi podríamos decir –aunque no podamos decirlo- en cuerpo y alma al estudio de la mujer, en el pasado y el presente. No estudia su futuro solamente porque aún no sucede, pero lo que sí hace, son predicciones sobre lo que será la situación de la mujer en el futuro y, por supuesto, con mujeres que luchen e investiguen como ella, el futuro será diferente, siempre diferente, la vida será diferente a la que ha sido, en el pasado y en este presente que, en muchos lugares, aún sigue siendo simple pretérito. Sus estudios de la vida sindical son, pues, de gran importancia... como no podría ser de otra manera.
Enseguida publicamos los textos escritos por Carolina Carlessi y por su hijo David López.
También hemos añadido los sentidos y expresivos textos dedicados a Efraín Aragón por su hijo Mallku y Catalina Noriega, su viuda y compañera, con quien compartiera Efraín los hermosos ideales que alimentaron la juventud, esa juventud que se prolonga en el tiempo cuando se ha sabido vivir. Comparir su vida ha de haber sido para ella toda una aventura, perderlo tiene que haber significado una catástrofe... Estos dos textos complementan excelentemente el sentir de Carolina y David.
Carolina Carlessi.
Carolina Carlessi para Mallku, Ilana, Illari, yolanda, luis, david, Enrique, Carlos, Ernesto, Jaime, gustavo, Katari, Carolina, Oscar, Efrain, Alfonso, Mirtha, Ana, Jorge, usuario, Alex, Teófilo
Estimados amigos:
En la década de los setenta, Efraín Aragón, Efraín Franco, Walter Quinteros y José López Parodi, con sus respectivas esposas e hijos, iniciamos un proyecto de comunidad donde crearíamos un minimundo mejor, mientras bregábamos por cambiar el mundo que nos rodeaba.
Aragón, arquitecto; Franco, economista; Quinteros, antropólogo; y López Parodi, ecólogo, potenciarían sus habilidades y alcanzaríamos un grupo solidario que revolucionaría los conceptos de familia viviendo en originales domos de barro en armonía con el ambiente. Los niños multiplicarían por cuatro el amor de sus padres.
El proyecto llegó hasta la compra de un hermoso terreno sembrado de vides en Cajamarquilla, cerca de Lima, y, si mal no recuerdo, Efraín Aragón llegó a construir un domo.
El día 30 de marzo del 2009, asistí con tristeza al velorio de Efraín Aragón. En algún momento salí al jardín, tomé de la mano a sus hijos, Mallcu y Catari, les sonreí y les dije. ¿Saben que ustedes podrían haber sido mis hijos? Y les conté del proyecto frustrado. Se limitaron a mirarme con sus ojazos jóvenes. Conforme yo hablaba tomé conciencia de que Aragón era ya el tercero de los cuatro soñadores que moría prematuramente. José López Parodi falleció a fines de 2000 y Efraín Franco en abril de 2004.
Sólo quedaba Quinteros. No hacía mucho, me había encontrado con la pareja Quinteros en el aeropuerto de Lima antes de abordar el mismo avión. Yo iba a Panamá y ellos a Puerto Rico. Mirtha y Walter se turnaron para sentarse en el asiento vacío a mi lado para intercambiar pinceladas de nuestras vidas separadas por varias décadas. Ellos estaban aún en lo suyo, catedráticos reconocidos, con hijos logrados y casas en sus sitios queridos, San Juan, Barranco, Cajatambo. Walter me contó que la casa de Cajatambo miraba al sol desde la montaña y tenía muros de un metro de ancho.
Sola ya, después del velorio, abrí la computadora para escribirles a los Quinteros y darles la triste noticia del fallecimiento del Efraín Aragón. Pero el día me reservaba a mí otra tristeza: Walter Quinteros también había fallecido. Google me llevó a la revista Tutaikiri del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima (http://tutaykiri.blogspot.com/) donde hacían una semblanza con el título “Descansa en paz, Walter Quinteros”. Él último de los soñadores había muerto el pasado 15 de febrero.
Y mi tristeza se multiplicó por cuatro. Lloré por la desaparición de José López Parodi, quien fuera mi esposo, por la desaparición de nuestros tres amigos-hermanos, por la desaparición de proyectos frustrados y por todas las tristezas peruana no lloradas.
Hoy, al enterarse David López Carlessi, mi hijo, de la muerte del "tío Walter", ha escrito un trozo que me gustaría compartir con los familiares y amigos de cuatro soñadores.
Aquí va como un adjunto.
Un abrazo,
Carolina Carlessi
David López Carlessi.
Que en paz descansen Efraín Franco, Efraín Aragón, Walter Quinteros y José López Parodi.
Inmediatamente me ataca el pensamiento que uno trata de aprender de la vida (y de la muerte) alrededor suyo.
No, no se preocupen, no voy a empezar con que "no somos nada", ni tampoco con que "era un santo". Simplemente trato de interpretar los signos escritos en el destino de los tiempos, los mensajes, siempre con respeto, porque lo que hay que entender es vasto.
Preguntas que puedo alcanzar a hacer sin embargo, son: Si estos hombres, cuando se conocieron, hubieran sabido cómo iba a progresar la vida, ¿hubieran vivido igual? Si alguien les hubiera dicho que todos habrían fallecido para el 2009, digo, ¿hubieran caminado donde caminaron, hubieran caminado como caminaron? Esto no se sabe con certeza, pero conociéndolos un poco especularía que a todos ellos la muerte los agarró de sorpresa. Era lo que tenían en común, ¿no? Un toque de irresponsabilidad que también los hacía encantadores; la improvisación en la pasión de sus vidas que los hizo tan humanos y particulares, aunque fueran distintos. Eran hombres de expresión que disfrutaban de la fraternidad de sus amistades y que florecieron bajo la presión de cambios grandes en su sociedad. En ellos vivieron altos exponentes de la cultura latina, los mismos que se usaron para crear la democracia, de los que se deleitaban en el intercambio de ideas y la exploración del conocimiento, de los que deseaban cambiar el mundo para mejor.
Desde que se separaron maduraron en distintos rumbos, aunque siento que siempre mantuvieron el mismo sabor. Alguna vez cada uno se habría puesto un poncho de lana que les quedaba chico, se habría mirado al espejo sacando pecho y recordado esos tiempos.
El hecho es que hay mucho qué reflexionar sobre la vida de nuestros Efraín, Efraín, Walter y José, más allá de lo que me alcance con estas palabras. Yo veo como uno de los más grandes homenajes el reconocimiento de estos seres que con sus triunfos, sus sonrisas anchas e, incluso con sus errores, nos dieron tanto en la vida. Saber cómo vivieron es una herencia que podemos tomar de ellos. Cuando ajustamos nuestras vidas de acuerdo a las lecciones de nuestros amados que cruzaron a la eternidad, reconocemos sus vidas como bien vividas y terminamos su labor de cambiar el mundo para mejor a través de nosotros mismos.
A ellos les hubiera gustado que todos alzáramos esos vasos de vidrio rayado que dan en los recreos campestres de la Carretera Central, y mientras la espuma se chorreara en el suelo seco con olor a chicharrón y hierba buena, dijéramos fuerte: ¡SALUD! ¡SALUD POR SUS VIDAS, CABALLEROS!
Las campanadas ocasionales de las monedas contra la boca del sapo y la irrupción de alguna carcajada colectiva es lo último que queda de la tarde junto al cerro.
David López Carlessi
Ciudad de Panamá, 31 de marzo de 2009.
RECUERDOS DE ESE GRAN COMPAÑERO.
Mallku Aragón.
Recuerdo con especial cariño el pasaje de la primera noche que nos tocó pasar en nuestra casa cuando ésta solo era un inmenso terreno, era el gran hogar para criar a los hijos y vivir con la filosofía ecologista con la que mis padres se conocieron y enamoraron… un hogar en el que mi padre también añoró repetir los parajes de niñez de sol abierto y tierra húmeda de su Cuzco.
Así fue nuestra primera noche en la casa armada tan sólo con algunos paneles “provisionales” Ésta era la gran frase de nuestro padre, tan soñador siempre, tan emprendedor e innovador, con esa tremenda energía creativa con que él mismo hizo y rehízo tantas veces su propia casa.
Esa primera noche fue de estrellas, de canto de grillos, de lechuzas y de nuestros nuevos compañeros infaltables para siempre en esta zona pantanosa: los zancudos. Fue muy especial porque no teníamos cocina aún, no había más que leña para cocinar algo y ya mi madre estaba cansada con mis hermanos menores.
Recuerdo que se me ocurrió hacer una fogata, cosa que adoraba hacer por esos años de infancia, y recolectar unos cuantos camotes que alguien había sembrado allí meses antes. ¡Con esta idea mi padre se iluminó! Me llamó a recolectarlos y estaban allí mágicamente esperándonos. Sentí en ese llamado vital suyo que fui en ese momento ese hijo mayor suyo que tanto esperó y allí encontraba. Fui esa noche su compañero y trajimos juntos la cena para todos. Recuerdo que me abrazó con su mirada tierna y orgullosa toda la noche… Nunca olvidaré esa mirada.
El atendía primero las necesidades de mi madre y luego las nuestras, por lo cual lo entregó todo y más. Y mi madre, “tan madre”, atendiendo siempre primero a los hijos, sirviendo plato por plato y al final a él… que tan caballero, noble y sabio y con esa chispa de humor que nunca perdía, graciosamente decía susurrante: “Siempre me toca a mí ser la última rueda del coche en esta mesa…”
Fue ante todo un artista del servicio, un hombre entregado a las necesidades de los demás. Lo manifestó desde su núcleo íntimo familiar y lo proyectó a través de su profesión a lo largo de los años.
Mi padre como arquitecto, como planificador de proyectos para el desarrollo, como creativo e inventor de construcciones siempre tuvo la sola orientación de entender, analizar, buscar y lograr las soluciones para los que menos tienen, para los más necesitados. Dedicó por eso su vida a construir con materiales alternativos y propios de las zonas.
Lo acompañé tantas veces en sus ingeniosos experimentos con mezclas de cal, fibras de plantas y aserrín o viruta de madera con lo cual logró ese techo acogedor y económico. Predicó con hechos esa filosofía de que con lo que la naturaleza da se puede ser feliz y autosuficiente.
Te recordamos intenso y lleno de vitalidad.
Mallku.
A MI GRAN, GRANDE AMIGO EFRAIN.
Carolina Noriega.
Efraín tenía un pulso abrasivo, de cobijo, marcado por que se replegaba en cada diástole absorbiendo lo mejor de lo que había por percibir y se abría en cada sístole para amparar a quien tenía al frente.
Un corazón así vive al son de los otros pulsos rítmicos vivos de la naturaleza en los que naturalmente se inscribe: el de la respiración que sólo aspira lo puro, el del día que se abre prometedor dando paso luego a la sabiduría de la noche y hasta el pulso de los astros que cumplen sus ciclos llenando de flores o nevadas la tierra.
En esta atmósfera surgió entre nosotros los acuerdos para servir al hogar y a la sociedad, con esmero en la equidad.
Nacido en el ombligo del mundo, traía genéticamente el reconocimiento del camino de los Andes como el que mejor refleja en espejo la armoniosa constelación de las estrellas para replicar una buena vida humana, y esa cultura levantaba.
Seguro de la bondad de la tierra quiso poner sus cenizas en su humedad, para rebrotando de allí….seguir latiendo. Y entonces, te escuchamos, sí, te escuchamos y conversamos, y entonces seguiremos acordando y viviendo y trabajando.
Gracias gran compañero, tu latido vigoroso que, me, nos, amó constante e impulsor en esta tu vida acá, lo sigue haciendo…
Calu.
Carlos Franco a su padre Efraín Franco.
Amaste al mundo, y luchaste por cambiarlo
Nos enseñaste así que siempre valdrá la pena luchar
Por las cosas que uno realmente ama
Amaste a tu país, y nos enseñaste a quererlo
Recorriendo contigo desde niños,
Cada rincón que tú pisaste,
Amaste a la gente, y nos enseñaste que las personas somos iguales,
Que la desigualdad no es más que la manifestación
de la injusticia en el mundo,
Amaste la cosas simples, y nos enseñaste que en ellas
Se puede hallar toda la belleza del mundo,
Ya sea en el reflejo del sol sobre laguna frente a tu casa
o en la sombra del guarango de Cajamarquilla,
Amaste la libertad,
Y nos enseñaste a ser libres
Amaste la paz, y nos enseñaste su verdadero y absoluto significado,
Que es el estar en calma con uno mismo,
en armonía con la naturaleza,
y en comunión con los demás,
Paz de la que hoy gozas, rodeado de tanta gente que te amó.
La Molina, 9 de marzo del 2004.
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