Hace unos días entré a Facebook y una amiga escribía (no
sé a quién se dirigió), casi al desgaire: “hoy veré si el cobarde se vuelve valiente”
y estalló en risas. Me pareció graciosa la acotación que estaba como hecha al
margen de la vida… No tengo la menor idea de a quién ella se estaba dirigiendo,
pero yo respondí, como si la palabras hubieran sido dichas para mí (que se
perfectamente que no fue así), respondí -en el silencio en que el siempre estoy
inmerso-, que no soy ningún valiente, pero tampoco me puedo catalogar como un
cobarde. Ya sé que no era yo el interpelado, pero el caso así presentado me
resultó muy sugerente. Lo cierto es que en tantas ocasiones me he sentido un
cobarde que… aun así, con todo el miedo del mundo, iba a enfrentar la situación
aunque tuviera la idea de que de ese enfrentamiento el único que iba a salir
perdiendo era yo. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez en su vida? Sí, lo
reconozco, soy pesimista, empero enrumbo hacia adelante aunque a mí mismo me
vea yendo hacia atrás. Marcho a ganar a pesar de que todo mi ser me diga que
voy a perder. Ganaré, me digo y me repito una y otra vez, ganaré aunque nomás
sea la experiencia de haber enfrentado el miedo que me devora… Yo me he había
entregado por casi por entero a mi carrera como docente en algunas
universidades, y quizás lo que saqué en claro fueron las depresiones profundas
que me acogotaron sin piedad y que he combatido con la ayuda terapéutica
apropiada. Muchos, en Perú, no comprenden la problemática a la que se enfrenta
el docente y le exigen más de lo que puede dar bajo las pésimas condiciones en
que se tiene que trabajar y el sueldo miserable que se obtiene. Sí pues, yo me
pude dar cuenta que hubo instantes en que no podía con la tarea de enseñar que tenía
por delante y me volví una completa nulidad, lo confieso. Aunque, todo eso, ya
no lo recordaba porque, ante tales circunstancias, olvidar es bastante
agradable, y las palabras (que colocamos al inicio) hechas acerca de un tópico
que puede o no estar relacionado con lo que aquí desarrollo, me sirvió para
recordar todo eso. Dos veces, cuando menos, tuve que abandonar mi trabajo
porque no podía con él. Fue terrible. El sufrimiento por los que pasa uno es
difícil de comprender por quien no ha estado en una situación similar (me refiero,
por supuesto, a la depresión)... Enseñar es una tarea gratificante –sí, lo es-
cuando se expone lo que uno va investigando, lo que se va descubriendo en las
lecturas, y todo ello se da incluso cuando no somos comprendidos (no es que yo
me crea un incomprendido, no, nada de eso). No pienso, para nada, haber sido
siquiera un profesor medianamente bueno, simplemente me di a la enseñanza y
sufrí las consecuencias de las exigencias en un medio en el que se nos pedía
más de lo que se era capaz de dar, aunque realmente se diera todo lo que estaba
a nuestro alcance. Muchos choques tuve con mis alumnos, pero no siempre fueron
sufridos por mí de frente porque me enteraba de los desacuerdos cuando ya las
quejas se habían hecho oficiales y nada podía hacer para revertirlas o para
defenderme… porque hubo quejas, no lo escondo, aunque yo realmente nunca me
enterase de en que consistían porque ni los alumnos ni las autoridades me lo
dijeron… o no lo recuerdo (que es lo mejor que me puede haber pasado), o
simplemente lo he inventado todo… No, ahora recuerdo que en los casos más
flagrantes despúes los alumnos se disculparon conmigo y me pidieron que les
siguiera enseñando, cosa que no hice porque… ¡qué sé yo! Quizás el orgullo
herido me lo impidiera… El asunto es que la frase antecitada me recuerda las diferentes
situaciones de la vida en que fui un cobarde y me fue imposible enfrentar
“valientemente” situaciones parecidas a esas. Y no es que me gustaría considerarme
subjetivamente un “sastrecillo valiente”, sino que sucede simplemente que las
situaciones que viví han dejado un sabor muy amargo en mis recuerdos y aún
llenan mis experiencias de múltiples aprendizajes que quizás no pudieron haber
llegado de otra manera. Me recuerdan, dichas palabras, a la única filosofía que
he sentido realmente mía, aunque ahora no sepa bien cómo acercarme a otros que
la profesan para aprender juntos, aprender de ellos, intercambiar experiencias
y criterios… Me refiero al Taoísmo por cierto. Lo curioso es que leí mucho
acerca de esa doctrina y ya lo he olvidado prácticamente todo. Claro, resulta
siendo cierto que recuerdo algunas cosas aquí y allá, sobre todo cuando me son
necesarios, pero –y eso lo considero bueno- no están llenando mi cabeza de
conocimientos que podrían obsesionarme, como antiguamente alguna otra filosofía
lo hizo… En este mundo las cosas puras no existen, toda cosa lleva en sí misma
el germen de su contradicción, es lo que nos enseña el taoísmo. Por ello mismo
lo que consideramos pureza está desde su mismo nacimiento contaminado y lleva
aquello que no le permite serlo de manera absoluta, lleva aquello mismo que lo
hace impuro… ¿Puede el cobarde volverse valiente? El ser humano, como toda
fiera, cuando se ve acorralado, sin más salida que la muerte, tiende a
defenderse muy agresivamente, Defiende su vida, su razón de ser, su ser mismo
que ha tenido siempre olvidado. Quizás se trate de una acción irracional,
instintiva, quizás no se trate de un acto de valentía de la misma manera que la
locura no puede explicar acciones arriesgadas desde el ángulo de lo heroico. Pero,
como bien aconsejan los filósofos, no ataques a alguien que está ya derrotado
hasta el final, hasta pretender destruirlo por completo, porque su reacción
irracional defensiva puede llevarlo a ocasionarte una serie de daños que
podrían terminar derrotándote a ti mismo y quizás tengamos que exclamar con
Pirro que si obtenemos otra victoria como esa, estaremos perdidos... Dale
siempre a ese alguien derrotado la posibilidad de escapar porque, además, como enseña
el taoísmo, nuestra misión no es aniquilar a quienes se nos oponen, sino
derrotarlos solamente. Si temes que después se haga fuerte es porque no te has
dado cuenta que si lo destruyes completamente a él, lo convertirás quizás en
héroe y posteriormente otros tomarán su bandera con lo que te puedes ver sumido
en mayores problemas de los que podrías imaginar. Aunque esta idea parezca
absurda, la vida nos da suficientes muestras de su validez como para tomarla en
cuenta: las doctrinas más encarnizadamente perseguidas terminaron por
convertirse en predominantes en un momento dado. Además, como el taoísmo nos
dice, la guerra no se hace para destruir a alguien, sino que su finalidad
principal es buscar obtener el triunfo sin tener la necesidad de combatir u
obtenerlo con el mínimo posible de sacrificios...
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