Gustavo Quiroz Arbulú
“El perdón libera el alma. Elimina el
miedo. Por eso es un arma tan poderosa” (Nelson Mandela).
Es una tesis atractiva e interesante porque sugiere que el destino de Rusia
hubiese sido diferente si Trotsky hubiera triunfado sobre Stalin, como planeaba
Lenin antes de morir. Pienso que la Historia es impredecible, pues en ese
momento pocos podían prever que dos décadas más tarde, para vencer a un
fundamentalismo extremo y depravado como el nazismo, el mundo necesitaría otro
fundamentalista extremo e implacable como Stalin, quien no vaciló en lograr la
victoria al enorme precio de decenas de millones de víctimas entre civiles y
militares durante la segunda guerra mundial.
Y me pareció muy consistente que en circunstancias de extrema tensión, como
las que enfrentaron los revolucionarios rusos, esa cultura naranja regresionaba
muy fácilmente a fases pretéritas de la cultura, como una antiquísima en la
cual se percibe al mundo como un lugar peligroso donde solo es posible
conseguir lo que necesitamos si somos fuertes y agresivos. A esa cultura se le
suele denominar convencionalmente como cultura roja, fase muy anterior a la
cultura capitalista del logro. En ciertos momentos de la historia era
explicable la predominancia de una cultura egocéntrica o roja, pero en el mundo
actual es poco sostenible. El nazismo y el estalinismo han mostrado lo insostenible
de una cultura vertical y militarista basada en el miedo. Coacta la libertad y
la creatividad.
Sabemos que el miedo es una realidad que todos experimentamos, que sirve
para protegernos de amenazas que vivimos o percibimos, y sabemos también que
con frecuencia se convierte en una emoción tóxica. Existen profesionales del
miedo, por ejemplo sicarios, extorsionadores y dictadores, que usan esa emoción
como eficaz instrumento para el ejercicio de su poder. Lo vemos hoy en las
cercanas Venezuela y Nicaragua. Como dijo Trump en su campaña para la
Presidencia, el miedo es el recurso más efectivo del poder.
Gustavo Quiroz A. |
Trotsky, la serie rusa de ocho capítulos que ahora forma parte de la
programación de Netflix, muestra al personaje central de este drama, pero
también exhibe en muchos pasajes a otros actores importantes de la época como
Lenin, Stalin, Plejanov, Zinoviev, Parvus, y Freud, así como a las mujeres de
su vida como Natalia Sedova y Frida Khalo.
La serie se mueve con soltura atravesando momentos diferentes de la
convulsionada vida de Trotsky: en su exilio de 1905, durante la revolución en
1917, cuando forma y dirige el Ejército Rojo en la guerra civil posterior, y
finalmente en su ocaso durante la estadía en México donde fue asesinado por
órdenes de su enemigo mortal, Stalin. La serie no nos presenta un tiempo
lineal, sino rápidas idas y venidas a estos pasajes importantes de su vida.
Ver Trotsky, me hizo estallar la mente y no pude dejar de relacionar el
intenso technicolor del film con los colores de las diferentes etapas o
estadios de la cultura humana. Muchos analistas que leo sugieren que las
culturas humanas tienen los colores del arcoíris. Eso sería muy legítimo pues,
a diferencia de rasgos genéticos inmodificables como el color de la piel, los
rasgos culturales si cambian o evolucionan. Como lo sugiere Don Beck, ex–asesor
de Nelson Mandela, las culturas pueden ser representadas por colores, y es
posible y deseable evolucionar, esto es, cambiar el color de la cultura que
poseemos, mejor dicho, de la cultura que nos posee. Desde esta óptica me
pareció que la serie muestra con nitidez dos colores culturales, el naranja y
el rojo, como se verá enseguida.
La serie propone una tesis atractiva, que se hace muy explícita en el
último capítulo. Los bolcheviques rusos eran conspiradores y revolucionarios
duros e implacables, no tenían ningún reparo en recurrir a la fuerza, el miedo
y el terror para lograr sus objetivos. No obstante, entre todos ellos Lenin era
el más visionario porque tenía una enorme capacidad auto-correctiva, mientras
que Stalin era, en términos de Máximo Gorki, una especie de Moloch creado para
destruir al enemigo, y se aproximaba bastante a un torvo y siniestro sociópata.
Stalin, Lenin y Trotsky. |
Visionar los capítulos de Trotsky me convenció que la mentalidad
predominante de esa generación de líderes revolucionarios era el llamado
“logo-centrismo”, también denominado racionalismo, cientificismo o positivismo.
Me llamó la atención en la serie la frialdad que exhalan Trotsky, Lenin o
incluso Stalin en su manera de entender la política y la sociedad. Me parecieron
analistas fríos que evalúan los acontecimientos cual científicos que pretenden
objetividad, creen tener el control de las cosas y manipulan a los demás sin
miramientos. Los siento muy diferentes a líderes compasivos y revolucionarios,
como Gandhi y Mandela. Eran conductores de una época que creíamos superada,
hasta que recientemente fuimos sorprendidos por líderes modernos no muy
diferentes como Putin, Trump y tantos otros.
Se trata de lo que algunos denominan de manera convencional como cultura
naranja, esto es, la cultura del logro y eficacia del capitalismo, que todo
indica formaba parte del sentido común de los revolucionarios rusos. Es decir,
ideas y valores muy por debajo de una cultura mas avanzada, basada en la
persuasión, inclusión, pluralismo y tolerancia que emergió a mediados del siglo
veinte, también denominada cultura verde.
Adolfo Hitler |
Los revolucionarios rusos creían firmemente en la violencia como
instrumento necesario para lograr y mantener el poder, y sus primeros éxitos
parecían confirmar esta idea. Es decir, parecen convencidos, y así lo expresan
varias veces en la serie, que el miedo es un arma efectiva para influir o
manejar a otros seres humanos. Cuando triunfa el Ejército Rojo (otra vez el
mismo color) la serie muestra un cartel con la siguiente inscripción: “Larga
vida al terror revolucionario”.
Nelson Mandela |
La cultura naranja y su regresión roja tiñeron intensamente la gesta de la
revolución de octubre, por eso algunos de sus realizadores opinan que las cosas
no hubieran cambiado si Trotsky hubiera triunfado, como el mismo lo expresa en
las escenas finales del capítulo ocho. La serie es muy buena, véanla con sus
propios ojos.
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