NOTA BENE:

Revista Internacional del Colegio Profesional de Antropólogos de Lima. Sede: New York.


miércoles, 20 de julio de 2016

Mirando el espejo

Walter Saavedra
 
Caminar bajo el candente sol del mediodía en New York es algo terrible. Tomamos agua a cada instante para evitar deshidratarnos. Aun así los labios se van secando poco a poco a lo largo del día y más agua todavía se necesita tomar. Las plantas del jardín precisan ser regadas con más frecuencia porque no siempre llueve en esta ciudad pletórica de rascacielos… al menos no llueve tan seguido como se deseara, aunque la verdad es que a mí no me gusta la lluvia, quizás demasiado acostumbrado estoy a la garúa martagona -con el sentido que aprendí en mi infancia de “perezosa”, que no le da el diccionario de la RAE según acabo de ver- de Lima. El verano se nos presenta como aquel título de la obra de Faulkner: largo y ardiente. He pasado un periodo –en 1979- en el norte del Perú, donde el calor es mucho mayor que en Lima, pero los días que estuve en ese lugar (Catacaos en Piura) pasaba las horas sentado ya que caminar era una tarea desmesuradamente agotadora. Eso mismo no pude hacerlo en Ica cuando recién llegué a trabajar durante el verano de 2005, allí sí también pude “gozar” aquel calor que lo hacía a uno perder la ilación de lo que estaba pensando… si algo pensaba uno. Dar clases se convertía en una de las tareas mas difíciles que se podría haber emprendido nunca, era como si el cerebro se hubiera secado completamente. Todo esto lo viví hasta que, con el paso de los años, me fui acostumbrando a ese dichoso sol y todo se hizo más llevadero. Empero aquí en New York, ciudad donde vivimos ya muchos años, es difícil acostumbrarse con esos cambios tan drásticos que hay entre las temperaturas de invierno y de verano. En este tiempo especialmente sale uno de casa en busca de los lugares que tengan aire acondicionado. Allí es cuando esta Biblioteca nos parece un jardín paradisíaco en pleno ardor del verano… El jardín, el jardín nuestro donde las flores crecen sin más freno que su propia libertad. Nuestro jardín más conocido comúnmente como la “yarda”, despierta sueños y encierra las preciosuras que guardamos en nosotros mismos quizás sin darnos cuenta. Ayer he pasado unos momentos tranquilos durante la tarde, cuando el sol no quemaba tanto ni el viento batía sus alas con la rabia del mediodía. Mi hermana Pilancha y yo hemos limpiado la yerba mala y con ellas se fueron también las falsas esperanzas concebidas al azar de realidades imaginadas. ¿Qué es lo que la vida nos depara en estos instantes en que todo pareciera levantarse lejano del cadalso donde mueren las ilusiones…? Hoy he estado contento, recordando el buen rato que pasé en el jardín, queriendo redibujar en mi alma la sonrisa que las flores han dejado impresa en mí… Esta es la época de las parrilladas que reúne a los amigos en el jardín trasero (o yarda) en medio de una amena conversación mientras se va degustando lo que los dueños de casa han preparado auspiciosamente para los invitados… Estoy tratando de conservar la misma mirada -al contemplar lo que vivo o lo que a mi alrededor se desarrolla-, de aquel que no ha tenido nada, mientras trato de pensar con la mente de quienes tienen sus necesidades esenciales satisfechas y mucho más aún, entre estos es que vivo sin llegar a ser completamente uno más, por más integrado que vaya estando a esta vida… No lo digo como una actitud de rechazo, sino porque formo parte de quienes continuamente llegan y tratan de vivir en un mundo completamente diferente al que fue, y aún sigue siendo internamente, suyo a pesar del paso de los años. Yo trato de no ser el que fui, empero contemplo que aquellos que han venido se han acostumbrado a vivir aquí, pero en la realidad de las cosas siguen también viviendo en sus propios países porque prácticamente todo lo que proviene de sus países de origen lo pueden encontrar aquí… Algunos inmigrantes se someten a privaciones tremendas para juntar algo de dinero con que presumir en sus países cada vez que regresan de visita y lo que no gastan aquí lo tiran allá dando la impresión falsa de vivir una vida regalada que no existe sino en esos viajes. Claro, no a todos los que viajan a sus países se les puede considerar igual, mas lo que la mayoría de la gente en sus pueblos o ciudades espera de ellos es precisamente esa actitud de regalo que encuentran en la mayoría y que los hace desear venir a este país buscando el paraíso que jamás encontrarán, al menos no como se lo imaginan porque aquí todo cuesta mucho trabajo y cada vez se hace más difícil conseguir donde trabajar… Los inmigrantes ilegales que he conocido viven muy apretadamente porque precisan enviar dinero a la familia que dejaron en sus lugares de origen, o para construirse su casa allá o, incluso, para poner un negocio cuando les llegue –piensan que más tarde o más temprano- el momento de regresar debido a la situación irregular que tienen… Ahora, los centroamericanos, especialmente, que están llegando -o enviando a sus hijos solos o con alguna compañía familiar (tíos o los mismos coyotes)-, lo hacen con la idea de que el estado se hará cargo de ellos y no los deportará, por eso se dan los abundantes casos de inmigrantes ilegales que llegan con la exclusiva finalidad de cruzar la frontera para entregarse en manos de los agentes de inmigración de este país puesto que suponen que recibirán la residencia de inmediato y con ella todos los beneficios de ayuda económica que esperan ilusoriamente obtener… He comenzado hablando del calor, del jardín y he terminado hablando de los inmigrantes. En realidad toda mi perorata habla de estos últimos y su mundo, que es mi propio mundo… Los hijos de los inmigrantes que han venido muy pequeños o han nacido aquí, tienen ya otra forma de ver las cosas y, de alguna manera, se han ido desprendiendo –en mayor o menor grado, aunque no completamente- de las costumbres de sus progenitores. Algunos de ellos no hablan la lengua de sus progenitores y el asunto es más acentuado aún con la tercera generación…

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East Elmhurst, New York, United States

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