Walter Saavedra
Caminar bajo el candente sol del mediodía en New York es
algo terrible. Tomamos agua a cada instante para evitar deshidratarnos. Aun así
los labios se van secando poco a poco a lo largo del día y más agua todavía se
necesita tomar. Las plantas del jardín precisan ser regadas con más frecuencia
porque no siempre llueve en esta ciudad pletórica de rascacielos… al menos no
llueve tan seguido como se deseara, aunque la verdad es que a mí no me gusta la
lluvia, quizás demasiado acostumbrado estoy a la garúa martagona -con el
sentido que aprendí en mi infancia de “perezosa”, que no le da el diccionario
de la RAE según acabo de ver- de Lima. El verano se nos presenta como aquel
título de la obra de Faulkner: largo y ardiente. He pasado un periodo –en 1979-
en el norte del Perú, donde el calor es mucho mayor que en Lima, pero los días
que estuve en ese lugar (Catacaos en Piura) pasaba las horas sentado ya que
caminar era una tarea desmesuradamente agotadora. Eso mismo no pude hacerlo en
Ica cuando recién llegué a trabajar durante el verano de 2005, allí sí también
pude “gozar” aquel calor que lo hacía a uno perder la ilación de lo que estaba
pensando… si algo pensaba uno. Dar clases se convertía en una de las tareas mas
difíciles que se podría haber emprendido nunca, era como si el cerebro se hubiera
secado completamente. Todo esto lo viví hasta que, con el paso de los años, me
fui acostumbrando a ese dichoso sol y todo se hizo más llevadero. Empero aquí
en New York, ciudad donde vivimos ya muchos años, es difícil acostumbrarse con
esos cambios tan drásticos que hay entre las temperaturas de invierno y de
verano. En este tiempo especialmente sale uno de casa en busca de los lugares
que tengan aire acondicionado. Allí es cuando esta Biblioteca nos parece un
jardín paradisíaco en pleno ardor del verano… El jardín, el jardín nuestro
donde las flores crecen sin más freno que su propia libertad. Nuestro jardín
más conocido comúnmente como la “yarda”, despierta sueños y encierra las preciosuras
que guardamos en nosotros mismos quizás sin darnos cuenta. Ayer he pasado unos
momentos tranquilos durante la tarde, cuando el sol no quemaba tanto ni el
viento batía sus alas con la rabia del mediodía. Mi hermana Pilancha y yo hemos
limpiado la yerba mala y con ellas se fueron también las falsas esperanzas
concebidas al azar de realidades imaginadas. ¿Qué es lo que la vida nos depara
en estos instantes en que todo pareciera levantarse lejano del cadalso donde
mueren las ilusiones…? Hoy he estado contento, recordando el buen rato que pasé
en el jardín, queriendo redibujar en mi alma la sonrisa que las flores han
dejado impresa en mí… Esta es la época de las parrilladas que reúne a los
amigos en el jardín trasero (o yarda) en medio de una amena conversación
mientras se va degustando lo que los dueños de casa han preparado
auspiciosamente para los invitados… Estoy tratando de conservar la misma mirada
-al contemplar lo que vivo o lo que a mi alrededor se desarrolla-, de aquel que
no ha tenido nada, mientras trato de pensar con la mente de quienes tienen sus
necesidades esenciales satisfechas y mucho más aún, entre estos es que vivo sin
llegar a ser completamente uno más, por más integrado que vaya estando a esta
vida… No lo digo como una actitud de rechazo, sino porque formo parte de
quienes continuamente llegan y tratan de vivir en un mundo completamente
diferente al que fue, y aún sigue siendo internamente, suyo a pesar del paso de
los años. Yo trato de no ser el que fui, empero contemplo que aquellos que han
venido se han acostumbrado a vivir aquí, pero en la realidad de las cosas
siguen también viviendo en sus propios países porque prácticamente todo lo que
proviene de sus países de origen lo pueden encontrar aquí… Algunos inmigrantes
se someten a privaciones tremendas para juntar algo de dinero con que presumir
en sus países cada vez que regresan de visita y lo que no gastan aquí lo tiran
allá dando la impresión falsa de vivir una vida regalada que no existe sino en
esos viajes. Claro, no a todos los que viajan a sus países se les puede
considerar igual, mas lo que la mayoría de la gente en sus pueblos o ciudades
espera de ellos es precisamente esa actitud de regalo que encuentran en la
mayoría y que los hace desear venir a este país buscando el paraíso que jamás
encontrarán, al menos no como se lo imaginan porque aquí todo cuesta mucho
trabajo y cada vez se hace más difícil conseguir donde trabajar… Los
inmigrantes ilegales que he conocido viven muy apretadamente porque precisan
enviar dinero a la familia que dejaron en sus lugares de origen, o para
construirse su casa allá o, incluso, para poner un negocio cuando les llegue –piensan
que más tarde o más temprano- el momento de regresar debido a la situación
irregular que tienen… Ahora, los centroamericanos, especialmente, que están
llegando -o enviando a sus hijos solos o con alguna compañía familiar (tíos o
los mismos coyotes)-, lo hacen con la idea de que el estado se hará cargo de
ellos y no los deportará, por eso se dan los abundantes casos de inmigrantes
ilegales que llegan con la exclusiva finalidad de cruzar la frontera para
entregarse en manos de los agentes de inmigración de este país puesto que suponen
que recibirán la residencia de inmediato y con ella todos los beneficios de
ayuda económica que esperan ilusoriamente obtener… He comenzado hablando del
calor, del jardín y he terminado hablando de los inmigrantes. En realidad toda
mi perorata habla de estos últimos y su mundo, que es mi propio mundo… Los
hijos de los inmigrantes que han venido muy pequeños o han nacido aquí, tienen
ya otra forma de ver las cosas y, de alguna manera, se han ido desprendiendo –en
mayor o menor grado, aunque no completamente- de las costumbres de sus
progenitores. Algunos de ellos no hablan la lengua de sus progenitores y el
asunto es más acentuado aún con la tercera generación…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario