«La fortuna favorece a los valientes»
Esas palabras del epígrafe son correctas, sólo que cada quién tiene una idea
(casi siempre diferente) de lo que significa ser valiente. Todo depende de cómo
hayas vivido y ante lo que te enfrentes... Sun Tzu dice que nunca te enfrentes
a tu adversario en el terreno que él haya elegido. Si sabes que vas a perder o
perecer en una lucha realizada en terreno que es favorable a tu adversario,
entonces retírate. En ocasiones es difícil diferenciar la valentía de la
cobardía… La vida de cada uno de nosotros puede ser vista a la luz de esas
sencillas palabras del epígrafe. Cada uno expone su lado más fuerte y trata de
explotarlo en su favor, aunque no todos actúan de la misma manera, es decir, no
todos lo hacen de manera evidente. En una sociedad tan competitiva como la
nuestra, donde algunos economistas consideran que el mercado es un campo de
guerra, nos viene a la mente la enseñanza de Sun Tzu que dice que no muestres
tus fortalezas sino que tienes que aparentar todo lo contrario; así debes
actuar si quieres saber quién es tu adversario, si deseas conocerlo y
derrotarlo en una eventual confrontación. Quizás por eso León Tolstoi nos hacía
conocer el caso de los campesinos que se mostraban como tontos, no siéndolo,
porque eso les permitía conocer más fácil y rápidamente a las personas con
quienes trataban y si eran sus amigos o no. Claro, quien no es tu amigo, al ver
que puede aprovecharse de ti, trata de hacerlo muy rápidamente si te considera
tonto, te ningunea y te desprecia, mientras que, por otra parte, tú vas
conociéndolo bien, sabiendo cuáles son sus lados débiles y llevándolo a tu
terreno para cuando llegue el momento de combatir. Si ante las personas
agresivas sabe uno que puede esperar, ante quienes se muestran como tontos no
se tiene idea de quiénes realmente sean y cuáles son sus fortalezas y
debilidades. Por eso mismo Sun Tzu señala: conócete a ti mismo y conoce a tu
adversario y podrás obtener la victoria. Todo eso, obviamente, nos es útil en
las relaciones personales también. Lo que nos hace recordar a Sócrates quien
decía: conócete a ti mismo y conocerás a los demás. En realidad ese pensamiento
es sólo parte del problema del conocimiento en las relaciones interpersonales. Claro,
significó un importante avance frente a la frase existente antes en el oráculo
de Delfos: conoce a los demás y te conocerás a ti mismo, lo que también es una
verdad parcial. Muchos pensadores en nuestro tiempo se han quedado en la
expresión socrática. Es preciso ir más allá, es necesario llegar hasta lo expresado
por Sun Tzu para tener una idea más exacta sobre las relaciones
interpersonales, aunque estas no tengan nada que ver con la guerra. Si Karl von
Clausewitz definía a la guerra como un duelo a mayor escala, ese duelo lo
encontramos en todas las sociedades desde que el hombre es tal. El hombre
siempre está compitiendo entre sí por las cuestiones más fútiles porque esa es
parte de la naturaleza humana… Se
me ha venido a la cabeza la figura de Demetrio Rendón Willka, uno de los
personajes centrales de la novela “Todas las sangres” de José María Arguedas.
Demetrio constantemente repite, en los momentos más álgidos de la novela, la
frase “que no haya rabia.” Es efectivamente la actitud que uno observa en el
campesino siempre. No hay rabia en ellos, aunque pueda castigar a sus hijos o a
quienes a su juicio se merezcan un castigo, pero lo hacen sin rabia,
tranquilamente, para brindar una enseñanza. Por supuesto que eso no significa
un pacifismo absoluto, pues la historia de nuestros pueblos antes y durante la
presencia de los españoles
nos muestra el carácter violento de esos pueblos (los incas cusqueños y los
chancas de Apurímac o los mochica en la costa norte especialmente, aunque
igualmente los fueron los diferentes grupos étnicos en sus conquistas o en la
defensa de sus territorios). El
estudio de los movimientos campesinos, a lo largo de la presencia española y
después de que se obtuvo la independencia, nos brinda una muestra de cómo
realmente son los momentos en que aquellos seres humanos creen estar llevando a
cabo un castigo, siendo su objetivo el volver las cosas al revés, llevar a cabo
el pachacuti. En los movimientos campesinos, vistos desde una óptica ajena a su
cultura, se podría ver que la violencia desborda a sus ejecutores, y también
desborda a sus líderes puesto que éstos mandan algo y el vulgo ejecuta otra
cosa (lo que incluso durante la rebelión de Túpac Amaru aconteció). Los
campesinos, a su modo, están siguiendo a sus líderes, quienes buscan conseguir
lo mismo que aquellos: voltear el mundo al revés... El cuento de Arguedas
llamado “El sueño del pongo” nos permite apreciar esta realidad, aunque
expresada simbólicamente en un sueño. Es como si en los movimientos campesinos
más radicalizados se le dijera a los patrones: tú me has hecho trabajar y me
has maltratado ferozmente, ahora yo seré quien te haga trabajar a ti de esa manera
y quien te maltrate como hiciste conmigo (recuerdo la frase que Velasco enarbolara
en su reforma agraria: campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza)…
Cuando una rebelión campesina triunfa, las casas de los patrones son
desvalijadas completamente (algo que José María Arguedas muestra a su manera en
la entrega de sus pertenencias que realiza el viejo Andrés Aragón de Peralta antes
de suicidarse en “Todas las sangres”) y nadie vuelve a habitar en ellas,
convirtiéndose en simples ruinas con el paso del tiempo (es la suerte que les
cupo seguir a muchas casas haciendas luego de la reforma agraria de Juan
Velasco Alvarado)... Quizás la actuación del grupo terrorista Sendero Luminoso
sea simplemente la expresión más radical y feroz de esta búsqueda campesina de
una paz entendida a su manera, de un pachacuti radical, es una expresión ultra radical
asentada en la frase maoísta que dice: el poder nace del fusil. No se me diga
que estoy relacionando a Arguedas con los sanguinarios senderistas, porque nada
está más lejos de lo que intento decir y de lo que digo… Arguedas quiso
permanecer siendo indio toda su vida, no abandonar sus costumbres indígenas, y
por ello en Lima siempre se acercó a los migrantes provenientes de los sectores
más tradicionales de la sierra especialmente sur del Perú, amén de los viajes que
periódicamente realizaba, y el mismo se consideraba indio (veámoslo sino siendo
la atracción en la Peña Pancho Fierro por sus cantos y bailes netamente indios
y exclamando en su novela póstuma “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, que
él no había dejado de ser indio, que él no se había “aculturado”), pero
contradictoriamente el mismo Arguedas sabía que no era realmente indio, sino
que era un mestizo de blanco e indio (su real madre parece haber sido una india
cusqueña de nombre Juanita Tejada a quien él presenta varias veces en sus
obras). Pero así como Arguedas se veía en Demetrio Rendón Willka, también se
veía simultáneamente en don Bruno Aragón de Peralta, el hacendado de
ascendencia española muy tradicional y despiadado que se sentía un “padre” para
los siervos de su hacienda… Al final la muerte de Demetrio y la alegoría al “río
de sangre” nos remiten a un elogio arguediano de las rebeliones campesinas… En
Lima las ideas de Arguedas fueron cambiando con el paso del tiempo, las
lecturas y el conocimiento de la antropología social que estudiara en la
Universidad de San Marcos, de sus labores como docente y de los altos cargos
oficiales que desempeñara. Le cupo la misma suerte que a los indios que llegan
a la costa: cambió mucho aunque siempre siguió considerándose indio.