Los truenos han saltado terriblemente en esta tarde que anuncia una noche con mucha lluvia. No había escuchado algo igual desde que estuve viviendo en Huancayo, en la serranía del Perú, por allá por los años 75 del siglo pasado. Generalmente las lluvias estallaban, en medio de los truenos, en las tardes y, para esperar que pasaran, uno se metía al cine a ver lo que estuvieran dando en ese momento. Los cines se llenaban con la gente que huía de la lluvia... En el borde de la esquina, donde constantemente tu presencia se deja sentir, estoy sentado, esperando lo que no ha de venir, pero lo espero porque no importa que no venga, yo sé que algún día será mío, incluso en la ausencia de todo lo existente. He hecho lo que debía hacer, pero no como tenía que hacerlo. Y me encuentro, en este instante, rememorando aquello que ha pasado ya no hace ni un par de horas, pero que a mí se me antoja ser toda la eternidad… Me he sentado en una mesa de la biblioteca esperando que se quede libre una PC, y en la mesa donde estuve, encontré dos libros que me llamaron la atención. Eran de la autoría de Jack London: “Colmillo Blanco”, que ya he leído y que incluso lo volví a leer con mi hija menor cuando ella estaba estudiando en la escuela porque le dejaron como asignación leerlo. La ayudaba en la lectura, que yo hacía en voz alta. El otro libro no lo conocía, a pesar de haber buscado y leído, muchos libros de este autor allá en Lima, hace ya muchos años. Este libro, del cual estoy hablando ahora, es una colección de varias obras que se llama “Las Mejores Narraciones.” Comencé a leer esta colección. Me agradó mucho la narración que se encontraba en la parte en que abrí el libro. Es muy hermoso el lenguaje de London. También el tema comenzado a leer me agrada mucho. Hace mucho, desde que llegué a este país, no leo libros en español. Todos los que he leído han estado en inglés, no porque no hubiera libros en español, sino porque me había propuesto practicar el inglés con la lectura. Ahora que el Quijote lo he saboreado un poco como quien no quiere la cosa, leyéndolo en algunas partes que llamaban, por algún motivo, mi atención… Siento un dolor inquietante en mi cabeza, no llega a ser terrible, pero lo que sí es, es molestoso. Ya me pasará, me digo, con no mucho convencimiento. Ya me pasará. ¿Y si no pasa? ¿Qué? Haré de tripas corazón, como dice el dicho, y esperaré llegar a casa para tomarme unas aspirinas. Esto siempre ayuda. Si no, dormiré un rato. Aunque en la mañana yo no puedo. Antes dormía perfectamente en el día porque me pasaba las noches despierto. No podía dormir en las noches. Ahora, que duermo bien en las noches, me es imposible dormir en el día. Y como que extraño mis épocas en que tenía el sueño trastocado. Me sentía mucho más tranquilo. La noche era enteramente mía. Podía leer tranquilamente, sin apuros, sin que nadie me molestase, gozando del momento, sorbiendo cada letra que el libro me brindaba generosamente. Uno cambia con el tiempo. No se tiene más remedio que cambiar. Mariátegui decía que él no había cambiado sino que había madurado, pero lo cierto es que toda maduración implica un cambio real, se lo quiera admitir o no. Ah, Mariátegui! Leí todas sus obras cuando aún estudiaba en la Universidad de San Marcos. Mucho tiempo después descubriríamos, con mi amigo Ricardo Melgar, que esas obras habían sido adulteradas, en buena proporción, por el editor, queriéndolo o no queriéndolo, haciéndolo el personalmente o quizás fuera obra de sus subordinados sin que él se diera cuenta, lo que no aminora su responsabilidad. Cosas de la vida… Ahora estoy muy lejos de la vida que llevaba cuando vivía en Lima. Ya la docencia no es mi ocupación. Pero con gusto volvería a enseñar si tuviera la oportunidad. Aquí me he visto obligado a trabajar en menesteres completamente alejados de lo que fuera mi actividad principal en Lima. No es un caso raro. Todos los que vienen a este país corren la misma suerte, hasta que pueden abrirse camino en su especialidad… o se acostumbran a hacer lo que han comenzado y ya no quieren abandonarlo… Sin embargo, mi profesión no está ajena a todo lo que paso, a pesar de no trabajar formalmente como Antropólogo, sí estoy haciendo antropología. Claro, habrá quienes dirán que eso no es cierto, que lo digo como una especie de consuelo para poder justificar la vida que llevo, pero eso no es cierto. Bueno sí, quizás haya también búsqueda de justificación, no lo puedo negar, pero lo cierto, lo realmente cierto, es que la Antropología es así desde el inicio de su existencia formal, con la filosofía griega… Hija, ¿te acuerdas de “Colmillo Blanco”? No se me pueden ir de la mente los bonitos momentos que pasamos cuando eras niña y leíamos el libro. No se me pueden borrar de la mente los instantes en que jugábamos tú, tu hermana mayor y yo, el juego de inventar historias creadas a partir de una palabra que otra persona (de entre nosotros, por supuesto) decía. Fueron bonitos momentos esos. Estrechamos mucho la relación existente. Quiero llevar estos libros a casa y leerlos tranquilamente en la quietud de las horas que se desplazan jugueteando con mis sienes. Los leería con inmoderado placer, recordando aquellos tiempos en que estábamos juntos. Años que bordaron nuestra relación tan estrechamente que ahora pareciera como que aún la estamos viviendo… Me acuerdo también de los tiempos en que leí la obra completa de William Shakespeare. ¡Qué placer tenía en paladear esos textos! Eso ha hecho que me los compre en su idioma original: el inglés. Claro, aún no la he leído, pero ahí está, al alcance de la mano para cuando esté en vena y la comience a leer con la tranquilidad de los días que vayan corriendo en la vida que hoy llevo... Muchas ideas visitan mi vigilia. Algunos son recuerdos hermosos. Otros los he olvidado para no recordarlos más. Dicen que no somos nosotros quienes buscamos lo que nos acontece, sino que son las circunstancias, las ocurrencias, el ser de todas las cosas y momentos que vivimos, los que nos buscan a nosotros. Yo ahora solamente repito lo que he escuchado decir… Ha dejado de llover. El calor se siente menos. Estoy en casa. Hace mucho que he llegado. Ahora tengo que dormir un rato... es decir, hasta mañana.
Walter Saavedra.