“La poesía nacida de lo cotidiano y de las emociones o estados de ánimo: angustia, dolor, soledad, desesperanza y locura nos redescubre, nos reconoce así como seres humanos y nos libera. Sólo el que ha sufrido bajo las tinieblas puede saltar y alcanzar la luz; sólo el que ha soportado el vacío puede acariciar los valores y de este modo puede desenajenarse, recuperar su condición humana y trascender” (Rosina Valcárcel).
Ha muerto la poetisa Blanca Varela, el 12 de marzo de este año de 2009, a los 82 años de edad, en su casa de Barranco. Padecía, en los últimos años, de enfermedad cerebro vascular.
Blanca Leonor Varela González, nace en el Puerto de Supe, al sur de Lima, el 10 de agosto de 1926. Es hija de Esmeralda González Castro, más conocida con el seudónimo de Serafina Quinteras, escritora, poeta y compositora de valses, a quien se la recuerda mucho por “Muñeca rota”
A Blanca no le gusta dar entrevistas. Ama y cultiva su soledad. Es raro eso -ha dicho alguien-, en el Perú, donde los escritores suelen ser rimbombantes y parlanchines.
Por su modestia y timidez, sus presentaciones públicas le significan un gran esfuerzo. No le gusta hablar de sí misma. Ahora sus ojos se han cerrado. Y en nosotros siguen resonando sus palabras, que gritan que no cree en el éxito, que es mejor que nadie se acuerde de ella, que ella no es la persona que creen que es. Muchos son sus libros y muchas las preseas internacionales que le han sido concedidas.
Varela, como gusta ser llamada, ha muerto tan discretamente como vivió. Los servicios funerarios se han llevado a cabo en estricto privado. Su cuerpo ha sido cremado.
¿Cuán pueriles pueden ser los versos de una niña de siete años que despierta la emoción de su madre y su abuela en una casa donde se escribe poesía desde siempre? Quizás por esto es que ella cree que no existe la mala poesía.
La niña Blanca, es solitaria y fantasiosa. Siempre está creando e inventando situaciones y personajes. Por este fecundo uso de su fantasía, jamás se siente sola.
Desde muy temprano en su vida, Blanca Varela piensa que Dios es sordo, tan sordo como las personas, que viven en un mundo donde cada uno habla, siente y cree aisladamente; un mundo donde las respuestas tienen que ser encontradas por quien hace las preguntas.
Pero Blanca tuvo su época de misticismo. A los diez años sabe ya que es posible morir. Es un ser especial a quien la vida le va enseñando que se tiene que envejecer, tener dolores, placeres y que, algún día, se ha de dejar este mundo. Varelita es una niña demasiado crítica y observadora.
Las cosas que, como toda mujer, tiene que afrontar son de gran importancia, pero la apariencia parece decir lo contrario. El llevar un hijo dentro de su cuerpo la hace muy fuerte. Cuando nacen sus hijos, sabe que tiene una gran responsabilidad con ellos, con la sobrevivencia familiar.
Blanca Varela es muy curiosa y observadora. Por la vida que lleva, tiene que callar mucho. Es el sino de los intelectuales que realmente son creadores y se sumergen en su actividad por completo. Las cosas pequeñas o insignificantes, jamás están desprovistas de importancia para ella, que sabe comprender plenamente al ser humano. Es una mujer muy valiente, sensible, inquisitiva, intuitiva y una asidua lectora.
Tiene una absoluta preocupación por ordenarlo todo. Considera que debe existir armonía en el pensamiento. Aunque, con un mohín infantil, confiesa que ella no deja de ser arbitraria, que su esencia es caótica... pero enseguida se pone seria y agrega que no puede vivir en el caos.
Le gusta controlarlo todo. Por eso no ahuyenta a sus demonios: los controla. ¿Qué de demonios hay detrás de este juego terrible que es la vida? A fin de cuentas, considera que el único demonio que existe es ella, los demás son puras invenciones... Quizás por eso la niña Blanca sueña con ser heroína, con ser alguien que pase por este mundo dejando una huella. Luego reflexiona y dice que, a su manera, ha luchado. Toda su labor ha sido siempre muy solitaria.
La pequeña Blanca vive en un hogar con presencia dominante de la mujer. Su padre -a quien quiere mucho-, no vive con ella. Entre ellos se desarrolla una buena amistad, diferente a la relación que suelen tener hijos y padres. Tanto su padre, como su madre y su abuela, la introducen, desde muy pequeña, en la literatura y el conocimiento de la lengua. Su familia es gente que habla y escribe bien.
En el Perú de antaño, ser poeta es ser bohemio, ser borracho y no servir para nada. Pero la niña Blanca sabe que el poeta es un ser humano que canta y sueña, y que trabaja ferozmente para ganarse el pan. No es diferente a los demás.
Describe a su padre como crítico y divertido. Sabe decir cosas duras, aunque siempre con mucha gracia y sabiduría. Conversan mucho. Él le ayuda a crear historias. Determina sus gustos literarios. Desde que ella es muy pequeña, le da los libros que él mismo lee.
Su madre y su abuela no han ido a la Universidad, pero tienen una especie de Universidad familiar y son buenas lectoras, además tienen amigos y familiares que son muy buenos escritores.
Serafina Quinteras no le inculca la pasión por leer. No la presiona. En su familia hay una gran libertad para elegir. Tiene libros a la mano y lee. Su madre y su abuela escriben valses. Una bisabuela es hermana del escritor costumbrista José Arnaldo Márquez. Por parte de padre tiene un tío que también escribe: Luis Varela Orbegoso, que firma como Clovis.
Su madre canta muy bien la música criolla. Jamás de manera profesional. También toca guitarra y compone. Serafina Quinteras es muy generosa. Tiene una buena relación con la gente de extracción popular. No asiste a jaranas, pero visita a las amigas pobres. Blanca está en la casa de “Las Criollitas”, en La Victoria, quienes se están preparando para cantar una composición de su madre. Todo esto le parece entretenido y atractivo a la niña Blanca.
¡Qué duro debe ser para una chica, proveniente de una familia de librepensadores, asistir a un colegio religioso! Blanca toma distancia de la religión, con espíritu crítico. Se considera agnóstica.
Desafiando el sentir general de su tiempo, se atreve a escribir pero guarda su producción en su cajón escolar durante mucho tiempo. Solamente después comienza a publicar. Con mucha seriedad nos dice que ella es de temperamento seco, algo ascético. Huye de lo florido pero, añade inmediatamente, ama el campo.
Se empecina en estar buscándole el sentido a las cosas. Jamás se siente satisfecha. Considera que, esa insatisfacción, es el destino de una persona que quiere ser auténtica. Eso la lleva a ser valiente. Así es su madre que, en los últimos años de su centenaria existencia, sigue esperando algo hermoso de la vida. Eso le parece maravilloso. Y lo es, ciertamente.
El acercamiento a lo popular, que tiene desde muy pequeña, llega a ser considerado como un lastre para su formación moderna. Sin embargo, en un momento de su vida le es muy útil. Especialmente para componer valses, cosa que hace durante algún tiempo. Muchos piensan que ella se burla cuando compone valses, pero de lo que se trata es de darle otro valor. Una nostalgia muy grande se entrona en ella cuando lo hace. Sus valses marcan a los limeños.
Desde los 15 años comienza a trabajar. A los 16 años, en 1943, ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para estudiar Letras y Educación. En la Universidad tiene un buen grupo de amigos. Las muchachas de su edad no escriben. Ella sí. La joven Blanca no está preparada para hacer una vida política, como otras mujeres de su generación, aunque interviene en política, ciertamente.
Ni antes ni después se siente afín a los diversos grupos existentes, como para pertenecer, académica u orgánicamente, a alguno de ellos. Son sus amigos. Los quiere. Comparte experiencias con ellos. Tiene el camino de cualquier persona que pretende escribir poesía y que está abierta a lo que pasa a su alrededor. Considera que ha tenido suerte de conocerlos y estar dentro del círculo de amistad de todos ellos. Se considera muy afortunada por la gente que conoce en el extranjero.
Asiste a la peña Pancho Fierro, un local muy frecuentado por escritores, pintores y músicos. Una de las propietarias es Celia Bustamante (primera esposa de José María Arguedas), la otra Alicia Bustamante, su hermana. Sebastián Salazar Bondy es quien la lleva a la peña. Allí se reúne gente de todas las generaciones: Sabogal, Moro, Adán, Westphalen, Szyszlo. Ella supo ser muy rebelde.
Blanca Varela considera que, por ese entonces, tiene la soledad de quien busca. De quien busca desesperadamente. Quizás la búsqueda se realiza sin ser plenamente consciente de todo el proceso en el que se mete.
Ha muerto la poetisa Blanca Varela, el 12 de marzo de este año de 2009, a los 82 años de edad, en su casa de Barranco. Padecía, en los últimos años, de enfermedad cerebro vascular.
Blanca Leonor Varela González, nace en el Puerto de Supe, al sur de Lima, el 10 de agosto de 1926. Es hija de Esmeralda González Castro, más conocida con el seudónimo de Serafina Quinteras, escritora, poeta y compositora de valses, a quien se la recuerda mucho por “Muñeca rota”
A Blanca no le gusta dar entrevistas. Ama y cultiva su soledad. Es raro eso -ha dicho alguien-, en el Perú, donde los escritores suelen ser rimbombantes y parlanchines.
Por su modestia y timidez, sus presentaciones públicas le significan un gran esfuerzo. No le gusta hablar de sí misma. Ahora sus ojos se han cerrado. Y en nosotros siguen resonando sus palabras, que gritan que no cree en el éxito, que es mejor que nadie se acuerde de ella, que ella no es la persona que creen que es. Muchos son sus libros y muchas las preseas internacionales que le han sido concedidas.
Varela, como gusta ser llamada, ha muerto tan discretamente como vivió. Los servicios funerarios se han llevado a cabo en estricto privado. Su cuerpo ha sido cremado.
¿Cuán pueriles pueden ser los versos de una niña de siete años que despierta la emoción de su madre y su abuela en una casa donde se escribe poesía desde siempre? Quizás por esto es que ella cree que no existe la mala poesía.
La niña Blanca, es solitaria y fantasiosa. Siempre está creando e inventando situaciones y personajes. Por este fecundo uso de su fantasía, jamás se siente sola.
Desde muy temprano en su vida, Blanca Varela piensa que Dios es sordo, tan sordo como las personas, que viven en un mundo donde cada uno habla, siente y cree aisladamente; un mundo donde las respuestas tienen que ser encontradas por quien hace las preguntas.
Pero Blanca tuvo su época de misticismo. A los diez años sabe ya que es posible morir. Es un ser especial a quien la vida le va enseñando que se tiene que envejecer, tener dolores, placeres y que, algún día, se ha de dejar este mundo. Varelita es una niña demasiado crítica y observadora.
Las cosas que, como toda mujer, tiene que afrontar son de gran importancia, pero la apariencia parece decir lo contrario. El llevar un hijo dentro de su cuerpo la hace muy fuerte. Cuando nacen sus hijos, sabe que tiene una gran responsabilidad con ellos, con la sobrevivencia familiar.
Blanca Varela es muy curiosa y observadora. Por la vida que lleva, tiene que callar mucho. Es el sino de los intelectuales que realmente son creadores y se sumergen en su actividad por completo. Las cosas pequeñas o insignificantes, jamás están desprovistas de importancia para ella, que sabe comprender plenamente al ser humano. Es una mujer muy valiente, sensible, inquisitiva, intuitiva y una asidua lectora.
Tiene una absoluta preocupación por ordenarlo todo. Considera que debe existir armonía en el pensamiento. Aunque, con un mohín infantil, confiesa que ella no deja de ser arbitraria, que su esencia es caótica... pero enseguida se pone seria y agrega que no puede vivir en el caos.
Le gusta controlarlo todo. Por eso no ahuyenta a sus demonios: los controla. ¿Qué de demonios hay detrás de este juego terrible que es la vida? A fin de cuentas, considera que el único demonio que existe es ella, los demás son puras invenciones... Quizás por eso la niña Blanca sueña con ser heroína, con ser alguien que pase por este mundo dejando una huella. Luego reflexiona y dice que, a su manera, ha luchado. Toda su labor ha sido siempre muy solitaria.
La pequeña Blanca vive en un hogar con presencia dominante de la mujer. Su padre -a quien quiere mucho-, no vive con ella. Entre ellos se desarrolla una buena amistad, diferente a la relación que suelen tener hijos y padres. Tanto su padre, como su madre y su abuela, la introducen, desde muy pequeña, en la literatura y el conocimiento de la lengua. Su familia es gente que habla y escribe bien.
En el Perú de antaño, ser poeta es ser bohemio, ser borracho y no servir para nada. Pero la niña Blanca sabe que el poeta es un ser humano que canta y sueña, y que trabaja ferozmente para ganarse el pan. No es diferente a los demás.
Describe a su padre como crítico y divertido. Sabe decir cosas duras, aunque siempre con mucha gracia y sabiduría. Conversan mucho. Él le ayuda a crear historias. Determina sus gustos literarios. Desde que ella es muy pequeña, le da los libros que él mismo lee.
Su madre y su abuela no han ido a la Universidad, pero tienen una especie de Universidad familiar y son buenas lectoras, además tienen amigos y familiares que son muy buenos escritores.
Serafina Quinteras no le inculca la pasión por leer. No la presiona. En su familia hay una gran libertad para elegir. Tiene libros a la mano y lee. Su madre y su abuela escriben valses. Una bisabuela es hermana del escritor costumbrista José Arnaldo Márquez. Por parte de padre tiene un tío que también escribe: Luis Varela Orbegoso, que firma como Clovis.
Su madre canta muy bien la música criolla. Jamás de manera profesional. También toca guitarra y compone. Serafina Quinteras es muy generosa. Tiene una buena relación con la gente de extracción popular. No asiste a jaranas, pero visita a las amigas pobres. Blanca está en la casa de “Las Criollitas”, en La Victoria, quienes se están preparando para cantar una composición de su madre. Todo esto le parece entretenido y atractivo a la niña Blanca.
¡Qué duro debe ser para una chica, proveniente de una familia de librepensadores, asistir a un colegio religioso! Blanca toma distancia de la religión, con espíritu crítico. Se considera agnóstica.
Desafiando el sentir general de su tiempo, se atreve a escribir pero guarda su producción en su cajón escolar durante mucho tiempo. Solamente después comienza a publicar. Con mucha seriedad nos dice que ella es de temperamento seco, algo ascético. Huye de lo florido pero, añade inmediatamente, ama el campo.
Se empecina en estar buscándole el sentido a las cosas. Jamás se siente satisfecha. Considera que, esa insatisfacción, es el destino de una persona que quiere ser auténtica. Eso la lleva a ser valiente. Así es su madre que, en los últimos años de su centenaria existencia, sigue esperando algo hermoso de la vida. Eso le parece maravilloso. Y lo es, ciertamente.
El acercamiento a lo popular, que tiene desde muy pequeña, llega a ser considerado como un lastre para su formación moderna. Sin embargo, en un momento de su vida le es muy útil. Especialmente para componer valses, cosa que hace durante algún tiempo. Muchos piensan que ella se burla cuando compone valses, pero de lo que se trata es de darle otro valor. Una nostalgia muy grande se entrona en ella cuando lo hace. Sus valses marcan a los limeños.
Desde los 15 años comienza a trabajar. A los 16 años, en 1943, ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para estudiar Letras y Educación. En la Universidad tiene un buen grupo de amigos. Las muchachas de su edad no escriben. Ella sí. La joven Blanca no está preparada para hacer una vida política, como otras mujeres de su generación, aunque interviene en política, ciertamente.
Ni antes ni después se siente afín a los diversos grupos existentes, como para pertenecer, académica u orgánicamente, a alguno de ellos. Son sus amigos. Los quiere. Comparte experiencias con ellos. Tiene el camino de cualquier persona que pretende escribir poesía y que está abierta a lo que pasa a su alrededor. Considera que ha tenido suerte de conocerlos y estar dentro del círculo de amistad de todos ellos. Se considera muy afortunada por la gente que conoce en el extranjero.
Asiste a la peña Pancho Fierro, un local muy frecuentado por escritores, pintores y músicos. Una de las propietarias es Celia Bustamante (primera esposa de José María Arguedas), la otra Alicia Bustamante, su hermana. Sebastián Salazar Bondy es quien la lleva a la peña. Allí se reúne gente de todas las generaciones: Sabogal, Moro, Adán, Westphalen, Szyszlo. Ella supo ser muy rebelde.
Blanca Varela considera que, por ese entonces, tiene la soledad de quien busca. De quien busca desesperadamente. Quizás la búsqueda se realiza sin ser plenamente consciente de todo el proceso en el que se mete.
Hay pleitos con su padre, con su madre... con la misma situación económica en que ha nacido. El mundo es difícil, duro, pero también hermoso. Le es gratificante saberlo y vivirlo.
No le interesa fingir un mundo feliz. Tampoco podría fingirlo. Su honestidad así lo determina. Dice duramente que le molesta que el hombre mismo no se respete. Y eso se da porque los seres humanos somos egoístas.
No le interesa fingir un mundo feliz. Tampoco podría fingirlo. Su honestidad así lo determina. Dice duramente que le molesta que el hombre mismo no se respete. Y eso se da porque los seres humanos somos egoístas.
Para Blanca la poesía –aun cuando sea monólogo- es un diálogo. Está dirigida al hombre. Ese otro ser humano al que se dirige el poeta puede ser el mismo poeta.
Se casa con Fernando de Szyszlo, en 1949. El mismo día de su matrimonio viajan a París. Allí viven algunos años. Conoce personajes descollantes del momento. Se siente muy afortunada de conocerlos. Escribe mucho. Mas ella es una voz tímida y solitaria. En 1962 regresa a Lima.
Cuando nacen sus hijos, sus sentimientos se estabilizan y legitiman. Con ellos tiene recién compromisos reales. Antes de su llegada nada es permanente en su vida, aunque tampoco es necesariamente efímero. Con sus hijos, por sus hijos, se sumerge en el mundo infantil, que es su propio mundo sin que lo sepa muy conscientemente. Ese es el mundo en que se inspiran sus poemas de la época.
Aún no sabe todo lo que la ha cambiado la muerte de su hijo Lorenzo. Lo pierde en 1996, en un accidente de aviación. Blanca Varela le tiene horror a la muerte. Pero la muerte de Lorenzo, casi no la sorprende. Lo esperaba. Lo que ella misma considera escalofriante.
Se casa con Fernando de Szyszlo, en 1949. El mismo día de su matrimonio viajan a París. Allí viven algunos años. Conoce personajes descollantes del momento. Se siente muy afortunada de conocerlos. Escribe mucho. Mas ella es una voz tímida y solitaria. En 1962 regresa a Lima.
Cuando nacen sus hijos, sus sentimientos se estabilizan y legitiman. Con ellos tiene recién compromisos reales. Antes de su llegada nada es permanente en su vida, aunque tampoco es necesariamente efímero. Con sus hijos, por sus hijos, se sumerge en el mundo infantil, que es su propio mundo sin que lo sepa muy conscientemente. Ese es el mundo en que se inspiran sus poemas de la época.
Aún no sabe todo lo que la ha cambiado la muerte de su hijo Lorenzo. Lo pierde en 1996, en un accidente de aviación. Blanca Varela le tiene horror a la muerte. Pero la muerte de Lorenzo, casi no la sorprende. Lo esperaba. Lo que ella misma considera escalofriante.
Cree que siempre hay que esperar cosas terribles. Que ese es el destino del ser humano en la vida. Pero a la última persona que hubiera esperado que le sucediera algo tan terrible es a uno de sus hijos. Ahora es ella la que ha partido...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario