Hemos recorrido un buen trecho ya, desde el momento en que decidimos renacer como institución y comenzamos a reunirnos en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Quienes allí nos encontramos, reconocimos que no era posible dejar más tiempo que esta institución –nuestro Colegio Profesional de Antropología- siguiera siendo usurpada por aquellos que ningún derecho tenían a estar en su seno, y, menos aún, a detentar sus cargos directivos.
Tomando enhiestamente nuestra sonrisa buscadora de nuevos soles, nos dijimos: “Volvamos a nacer de nuestra risa sumergida” (Rosa Cerna Guardia). Fue cuando las aldeas sumergidas, donde habíamos estado viviendo, salieron a luz y contemplaron que, decididamente, nos dirigimos hacia el camino que nos condujo a tener en nuestras manos nuestro propio destino institucional. Logramos que la ONPE (Oficina Nacional de Procesos Electorales) reconociera y estuviera presente en la elección de la Junta Directiva Descentralizada.
Ahora estamos mirando a todos aquellos que necesitan de nuestra institución, nos acercamos a ellos, les pedimos que también se acerquen a nosotros y todos nos hemos de unir en un solo cuerpo dentro de nuestra institución rediviva. No han de buscar más como nosotros anduvimos buscando. Aquí estamos, todos juntos, emprendiendo un nuevo camino; estamos emprendiendo este camino con ustedes a nuestro lado, aunque aún no hayan venido todos, pero sabemos que están con nosotros y ustedes saben que nosotros estamos con ustedes.
No importa ya el nombre de quienes estuvieron donde jamás debieron estar. No importa, porque ellos creen que, cambiando los nombres y manteniendo su naturaleza negativa, seguirán engañando a quienes necesitan de nuestra institución.
El Colegio Profesional de Antropólogos de Lima (CPAL), está ahora para servir a quienes son antropólogos: para servirnos a todos nosotros, que sí somos antropólogos, y, el Colegio Profesional de Antropólogos de Lima, está siendo regido por reales antropólogos y no por quienes se hacían pasar por tales porque jamás nadie les pidió sus títulos y cuando se los pidieron nunca los enseñaron: quisieron que se creyese en su palabra, cuando jamás mostraron que se pudiera confiar en ellos.
Por eso, hemos comenzado poniendo nuestros propios títulos, nosotros mismos, delante de cada uno de nosotros y quienes quieran indagar sobre la legalidad de nuestros títulos pueden hacerlo en la Asamblea Nacional de Rectores, donde estamos registrados, o en las universidades donde hemos estudiado.
Hemos luchado por recuperar nuestro Colegio. Hicimos nuestro el dicho de César Vallejo: “Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo.” La era de la oscuridad ha fenecido. Se levanta la luz que esperamos pueda servir para alumbrar el camino de quienes deban acercarse, de quienes tienen que acercarse, de quienes están a nuestro lado, aún cuando todavía se encuentren lejanos. Nuestro Colegio les tiende las manos y los recibirá sin nada que pueda ser interpretado oscuramente... como antes sucedía.
Las leyendas negras que corrían sobre las actividades de los anteriores “directivos”, no han de correr sobre nosotros. Nuestras actividades prístinas nos han de justificar y han de mostrar, también, que nada tenemos que esconder.
Tenemos sueños surgidos en los días hermosos en que los mitos formaban parte esencial en la vida del ser humano y las fantasías no eran simplemente fantasías. Somos realidades que están al servicio de la propia realidad y de los sueños más queridos de quienes se han visto desprotegidos al no poder contar con este Colegio para que defienda sus intereses. Las pesadillas no rondan más nuestros caminos.
Seguimos siendo los que somos y, sin embargo, ya somos diferentes. Los nuevos soles creadores están surgiendo de nuestro actuar. Nuestro cuerpo ha comenzado a recomponerse, y el mundo que estaba al revés, se está poniendo ya, decididamente, sobre sus pies.
Es preciso caminar hacia donde nos esperamos nosotros mismos –todos nosotros, los antropólogos- para darnos la bienvenida. Esta bienvenida, que por mucho tiempo nos fue negada por quienes piensan que cambiar los rótulos y las etiquetas es suficiente para que los demás crean que ha cambiado lo que sigue exactamente igual.
Hagamos pues que el Colegio Profesional de Antropólogos sea realmente nuestro Colegio. La vida es nuestra, nuestro el pan de cada día y nuestro también el esfuerzo que nos ha demandado obtener el control de esta Institución que tanto tiempo se había alejado de nosotros. Ahora, el Colegio Profesional de Antropólogos de Lima está transitando el camino que siempre debió transitar...
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