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Nuestra querida colega Rosina Valcarcel ha sentido llegar, en medio de su poesía, el llamado de la distancia, que jamás deja de doler, incluso cuando sabemos que jamás nos deja quien se va.
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Ya no hay lágrimas que puedan hacer surgir los diluvios que dan vida a los ríos nilos, a los ríos Tigris y Éufrates que regaron ese jardín tan hermoso que fue Sumeria... Solamente atinamos a mirarte con nuestros corazones sangrantes, mientras el río Rimac sufre en el preciso instante que se dirige a tu morada de vers
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Rosina, colega nuestra, recibe nuestras acongojadas palabras, nuestros adoloridos sentires, nuestros silencios que no pueden saltar aún los muros más altos del amor fraternal.
Nuestro cariño de colegas, se acerca a ti mirándote de frente, como siempre solía mirar nuestro César Vallejo... de costado.
El dolor que vi
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El Colegio Profesional de Antropólogos de Lima, se acerca a ti ahora como siempre estuvo a tu lado, se acerca sin haberse jamás alejado de ti, se acerca para llorar contigo esas lágrimas que no deben vernos derramar aquellos que piensan que tenemos que ser "fuertes", sin darse cuenta que la mayor fortaleza consiste en mostrar el dolor cuando este dolor es tan grande que no se puede mostrar.
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Te hacemos llegar querida Rosina, amiga nuestra, hermana nuestra, compañera nuestra, nuestros más sentido pésame...
Walter Saavedra
http://www.scribd.com/full/38159191?access_key=key-bezd7997q54petl0wkz
Violeta Vuelve a San Marcos
LOS DADOS ETERNOS
Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.
![]() César Vallejo, 1918 |
Monologo de Manuel Gonzalez Prada, por Rosina Valcardel