El día sábado 27 en la mañana, de este mes de marzo que está ya dejándonos, caminábamos, Luis Anamaría y yo (Walter Saavedra) cerca a la calle Huiracocha, en Jesús María. Veníamos de realizar algunas diligencias. Mi acompañante se acordó que estábamos cerca de la casa de José Luis Ayala, prestigioso intelectual puneño. Entonces, se le ocurrió que podíamos entrevistarlo y, claro, resultaba muy interesante entrevistar a una persona procedente de Huancané, cuya historia de lucha era por demás conocida. Resultaba curioso que este escritor -que luego conocimos que era también yatiri (chamán)-, procedente de aquella región, que se asienta en ese hermoso e inmenso lago situado en las alturas sureñas de nuestro país, viviera en una calle llamada Huiracocha. Luis no recordaba exactamente dónde vivía Ayala. Sabía que estábamos cerca porque la arquitectura de las casas así se lo decía, pero no tenía ninguna certeza de a qué distancia podríamos encontrarnos de su domicilio. Optamos pues por llamarlo por teléfono, porque lo cierto es que estábamos perdidos, aunque no quisiéramos confesarlo. José Luis nos respondió de inmediato y diligentemente aceptó que le hagamos una entrevista no premeditada, surgida así, al amparo del momento y la cercanía que nos encontrábamos de su hogar. Quedamos en visitarlo de inmediato… Le dijimos que llegaríamos pronto. Lo que no le dijimos es que estaríamos en su casa cuando dejásemos de estar perdidos. Las personas que encontrábamos a nuestro paso, no nos daban razón alguna de dónde se encontraba la calle Huiracocha. Curiosamente, todos no eran de la zona, sino que estaban de paso. Uno de ellos llegó incluso a decirnos que dicha calle estaba como a diez cuadras de donde nos estábamos. Casi tomamos carro para llegar rápidamente. Sólo que tampoco pasaban carros de servicio público por donde estábamos parados. Pero a Luis no se le cocinaba que estuviera tan lejos esa calle. Él recordaba que anteriormente había estado por donde nos encontrábamos, recordaba que había caminado por estas calles y visto estas casas, cuando había ido a visitar a José Luis Ayala. Las casas son realmente de un estilo muy armónico, quizás se tratase de construcciones de las primeras décadas de siglo XX. Huiracocha está cerca, me dijo Luis Miguel. Caminemos. Fuimos caminando como quien no quiere la cosa. Sin dirección fija. Simplemente comenzamos a caminar porque, además, no teníamos noción exacta de dónde estábamos... aunque parezca increíble. Habíamos entrado por esta calle donde estábamos buscando cómo llegar a algún lugar donde tomar un carro para Lima. Pero lo que él sí sabía es que estábamos cerca de Huiracocha, de la casa de José Luis. Luego de caminar una cuadra, nos dimos cuenta que en la otra cuadra estaba pues Huiracocha, efectivamente. Y no sólo habíamos llegado a la misma calle, sino que estábamos en la misma cuadra donde vivía el yatiri a quien íbamos a visitar (y que no sabíamos que era yatiri hasta que él mismo nos lo dijo). Llegamos con una prontitud no esperada porque, como ya dijimos, cuando lo llamamos ni nosotros sabíamos cuán cerca nos encontrábamos. Entramos al pasaje que formaba el primer piso del edificio. Íbamos al segundo piso. Llegamos. Tocamos la puerta. José Luis no se sorprendió al vernos llegar. Allí estaba, como esperándonos. Nos hizo pasar a su cálida sala. Casi de inmediato comenzamos con la entrevista. Aunque la visita fue sorpresiva, también sorpresiva fue esta conversación que se desarrolló muy fluidamente y en donde salieron temas de mucho interés para nuestros lectores y escuchas, porque publicamos el audio. El ambiente de familiaridad que encontramos en José Luis Ayala y la calidez de su hogar con todos esos cuadros colgando de las paredes, con los diferentes productos de arte popular llenando los anaqueles… nos sentíamos en un lugar adonde habíamos estado siempre. Cuando menos yo, así me sentía porque era mi primera vez, no así para Luis Miguel que ya había estado antes. Durante la entrevista, estuvimos tomando fotos, como es una costumbre nuestra. Pero al contemplar el rostro de este aymara, no pudimos menos de pensar en todos aquellos luchadores de su pueblo que han destacado en la historia. No está solamente el gran luchador de su pueblo aymara Túpac Katari, sino los muchos otros que han luchado por sus reivindicaciones, por sus derechos, por sus tradiciones, por su tierra, por su vida, en fin. Los gestos de José Luis, su mirada, el corte de su rostro así como el vigor y la fortaleza de su forma de hablar, nos hacían ver en esos escasos instantes en que estuvimos conversando –y que parecieron todo un siglo por la cantidad de cosas que nos contó-, nos hacían ver la historia de las luchas por las que ha pasado su pueblo y también podíamos ver a los diferentes personajes que él iba mencionando, muchos de los cuales fueron familiares suyos. Su versatilidad para tratar temas de tanta diversidad es realmente increíble. José Luis pasa de un tema a otro con mucha facilidad y tiene mucho conocimiento de los temas que trata. Tuvo el enorme gesto de regalarnos algunos libros, que –desde que hemos llegado a casa- hemos estado paladeando gota a gota, página a página, con ese placer inmoderado de quien sabe sorber los conocimientos que realmente valen. Como podrán apreciar nuestros amigos, nuestro sistema de hacer entrevistas no es contraponiendo nuestras ideas a las de aquellas personas que entrevistamos, sino que los dejamos hablar libremente, expresarse sin sentir ataduras o presiones. No importa si discrepamos, nuestra idea es dejarlos hablar, permitirles que se expresen, que nos dejen conocer sus ideas, sus pensamientos. Las ideas propias ya se podrán expresar en el lugar pertinente, pero la entrevista es para que hablen los entrevistados, no quien hace la entrevista. Nos basta con hacer las preguntas lo más escuetamente posibles. Así transcurrió toda la entrevista. El audio que les entregamos, lo hemos tenido que editar bastante, con la finalidad de sacar los silencios enormes que se dejaban sentir cuando nos sentamos a tomar un riquísimo café que José Luis Ayala nos invitara, cuando estuvo dedicándonos los libros que nos había obsequiado o cuando hablábamos de temas que no tenían nada que ver con la entrevista en sí misma por tratarse de aspectos técnicos relacionados con el uso de su computadora, etc. Hemos tratado de respetar íntegramente lo que nuestro entrevistado dijera y creo que lo hemos logrado. Ahora los dejamos pues, con la entrevista y esperamos que gocen, escuchándola, tanto como hemos gozado nosotros haciéndola.
El día 24, nuestro amigo Luis Anamaría conversó con Juan Cristóbal y quedaron en que le realizaríamos una entrevista el día jueves 25 a las 4 de la tarde. El poeta señaló que tenía que ser hora exacta. Los problemas de salud que lo aquejaban le ponían muchas restricciones en sus actividades. Nos dio la dirección y las señas que nos permitirían llegar sin problemas a su casa. El día señalado, salimos de nuestra casa con una hora y media de anticipación para poder estar a tiempo en esa cita, porque si él había enfatizado que tenía que ser “hora exacta”, tendría que ser “hora exacta”. Pero llegamos con más de veinte minutos adelantados. Tampoco podíamos apersonarnos con tanta anticipación. Frente a su casa hay un pequeño parquecito, pero no tiene bancas. Ni modo, no había donde sentarse y leer un rato mientras la espera hacía que el tiempo pasara tranquilamente. Leer es una de las maneras en que entretengo el tiempo siempre, de esa manera no importa cuánto tengo que esperar. Pero ahora no podía leer.
Los obreros de la Municipalidad estaban barriendo toda la zona. Había mucho polvo que las escobas levantaban como producto natural de su actividad. Un vigilante, ya anciano, sentado en una banquita, al otro lado de la cuadra, nos miraba de cuando en cuando desconfiadamente.
Una persona extraña parada allí sin hacer nada, buscando la escasa sombra para protegerse de este verano limeño que se venga de los inviernos… un extraño paseándose de aquí para allá, mirando las casas, las calles, a las personas que pasaban, tomando una gaseosa que no tenía cuándo terminar, ciertamente que resultaba sospechoso en esta Lima desconfiada y con sus calles encerradas entre rejas. ¡Qué lentos pasaban los minutos! Jamás fueron tan largos los segundos como en esta ocasión en que tenía que llegar a tiempo. Nunca había tratado personalmente a Juan Cristóbal. Tenía excelentes referencias de él y de su trato, pero también conocía que estaba enfermo. El que hubiera aceptado tan rápidamente la entrevista era una buena señal. Después de siglos de espera en esos veintitantos minutos, por fin dieron las cuatro de la tarde. Decidido caminé hacia su casa. Toqué la puerta. Esperé un momento, muy poco en realidad. Se abrió la puerta sin ningún “sésamo ábrete”. Apareció él. Lo reconocí de inmediato pero igual pregunté: ¿Juan Cristóbal? Qué cosa tan tonta, me dije. Lo estaba viendo y sabía perfectamente que era él. Soy Walter Saavedra, señalé. Sonrió afablemente.
Su mirada profundamente escudriñadora parecía no tomarle mayor importancia a nada. Pasa, me dijo, así muy familiarmente. Entonces yo le dije una de esas tonterías que suelo decir sin saber por qué: ¡Qué parecido eres a tus fotografías! Volvió a sonreír con esa tranquilidad que me decía que yo también me calmase. Entramos a una cómoda y cálida salita que me hizo sentir bien. Se veía tan cómoda para reflexionar y estar solo con uno mismo mientras se conversa con los demás. Estaba llena de fotografías. Las fotos hablaban de diferentes épocas de la vida de Juan Cristóbal. Desde la pared nos miraban personas de la vida literaria, política, artística… familiar. Era todo un acontecimiento ver esas fotografías y me dediqué a fotografiarlas casi apenas llegué. En ese acogedor rincón de recuerdos y olvidos se desarrollo la entrevista. Juan Cristóbal hablaba con mucha confianza. Me hacía sentir que me conocía de mucho tiempo. Quizás nos conocimos en otro tiempo, por allá por San Marcos, porque él trabajaba allí cuando yo estudiaba y también luego, cuando comencé a enseñar. La actividad política era muy nutrida. Las actividades literarias se desarrollaban activamente. Hablamos de amigos comunes, de ideas, de encuentros y desencuentros…y así, sin solución de continuidad, empezamos lo que teníamos que hacer. ¿Qué tema tocaríamos? Preguntó. No había un tema específico porque su vida era demasiado rica, le respondimos. Al final de una entrevista pactada para media hora y que duró cerca de dos horas, nos preguntó recién para qué medio era la entrevista.
Juan Cristobal es un gran admirador del Che Guevara. Entre sus amistades han estado y están muchos de aquellos que dieron su vida por las ideas que tenían. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con sus ideas juveniles, sobre todo, pero nadie podrá dejar de reconocer en este poeta que ha escrito sus mejores poemas con tinta sacada de su propio cuerpo, escritos con su propia sangre... nadie podrá dejar de ver, decirmos, a un hombre íntegro que ha luchado por sus ideas y que sigue luchando aún ahora que la enfermedad agarrota su cuerpo. Qué curioso. Juan Cristóbal se dejó entrevistar. Habló de temas múltiples donde revelaba su vida personal amén de la política y literaria y ¡no sabía qué destino tendría todo lo que había dicho! Este último rasgo es importante para expresar la idea que nos hemos formado de él a través de la entrevista y de los materiales suyos que hemos leído. Como los más de aquellos que han estudiado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Juan Cristóbal tiene una capacidad de entrega que no ha disminuido con el paso del tiempo. Claro que, como él mismo lo ha constatado en su dilatada vida profesional, política, literaria… muchos han cambiado radicalmente. “La poesía se ha prostituido” expresa Juan Cristóbal. Ha contemplado la entrega de muchos de sus compañeros de otrora a gobiernos que antes combatían férreamente. Él mismo se ha vuelto escéptico respecto a la vida, aunque, por curioso que pueda parecer, no ha perdido la fe en sus ideales. Ahora les presentamos la entrevista… más que entrevista fue una conversación. Con Juan Cristóbal nos divertimos mucho, aprendimos otro tanto y salimos con un cariño muy grande por este ser humano que es capaz de darse por completo a otros seres humanos. Juan Cristóbal nos ha devuelto mucho del optimismo que habíamos perdido. Escuchen atentamente por favor lo que dice… quien hizo la entrevista no cuenta sino como un medio para que él pudiera expresarse, medio que tampoco fue necesario porque sus palabras brotaban como aquel incontenible río de Heraud, poeta a quien Juan Cristóbal tanto admira... Ah, como de taquito, diremos que su nombre de pila es José Manuel Pardo del Arco. ¡Cómo pesa ese nombre! Pesa por el hombre que lo lleva, es decir, por Juan Cristóbal, poeta eximio, periodista de amplia experiencia y luchador indesmayable.
Por todo eso es que pesa y no por los ribetes aristocráticos (“rimbombante” dice él) que tiene su apellido debido a los encopetados personajes que lo han detentado en la historia literaria y política peruana. “Pardo” es un apellido que él relaciona con Luis Pardo, el bandolero ancashino que el pueblo aprecia y canta, bandolero que fue una especie de Robin Hood. Los dejamos pues con la entrevista a Juan Cristóbal, un poeta de sensibilidad exquisita, palabra llena de vida y emoción creadora, luchador por un mundo mejor con la acción y el pensamiento.
Nuestro colega Manuel Mosquera, estuvo presente en el "plantón" que se realizara el día martes 16, en solidaridad con Luis Rocca, en el frontis de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH). En ese instante aprovechamos para entrevistarlo sobre sus opiniones en torno a la relación existente entre Antropología y Literatura. Es importante este aspecto porque algunos colegas consideran que no tienen relación. Las ideas de Manuel Mosquera son muy aleccionadoras puesto que él forma parte de una pléyade de antropólogos que cultivan la literatura, entre quienes está nuestra amiga Rossina Valcárcel. Sus opiniones nos permiten comprender mejor una parte de la complicada vida profesional de José María Arguedas quien fuera Antropólogo y Literato también. Aquí pueden ustedes escuchar las opiniones de nuestro colega y amigo Manuel Mosquera:
Este trabajo es más bien una honda queja que surge de la vida de su autor. Nada en él haría presagiar que pudiera escribir algo que pudiera ser pesimista. Quienes lo conocen manifiestan que es una persona generalmente optimista.
¿Cómo es que alguien optimista puede proclamar una queja tan profunda? Evidentemente, todo puede ser encontrado en este mundo, hasta el pesimismo que surge del optimismo.
Ya el pensador José Carlos Mariátegui hablaba de un pesimismo de la realidad y de un optimismo del ideal. Quizás así sea en este caso.
¿Está la Antropología reñida con este tipo de escritos? Para algunos sí. Quizás porque constriñen sus concepciones a su experiencia... Nada se puede contradecir tratándose de la Antropología.
La discusión acerca de lo que es nuestra disciplina, es algo de nunca acabar. Por lo pronto, los antropólogos sabemos lo que hacemos. Empero, muchos connotados colegas de fama internacional han expresado que han dedicado toda su vida a hacer Antropología -y la han hecho bien-, sólo que no saben. a fin de cuentas, qué es la Antropología... y esto lo han dicho al final de sus días.
¿Navegando por incesantes caminos llenos de vida?
Walter Saavedra.
“Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar...” (León Felipe, “Vencidos”).
No quiero estar donde viven los vencidos. Los vencidos por las circunstancias. Los vencidos por el dolor. Los vencidos por la vida. Quiero navegar por los incesantes caminos llenos del agua de la vida, aquellos caminos que las viñas cruzan, aquellos caminos que son senderos bifurcados, caminos que se encuentran por la manchega llanura donde don Quijote realizara sus más hermosas aventuras... caminos de esperanza. No estaremos ajenos a la lucha de quien supo combatir como él luchaba. Su forma de lucha es la única manera de vencer a quien no se puede vencer. Para cumplir con los objetivos que tiene La Mancha entera, se arma el caballero y se pone en camino, por eso es que siempre uno vuelve a ver la figura aquella que, durante mucho tiempo, proscrita estuvo de los suelos españoles. No bastaba que Carlos V se llamara a sí mismo el “último caballero”, porque solamente era un cortesano, un caballero cortesano, de aquellos que denigró don Quijote con toda la razón del mundo. Carlos V (nacido en Gante, Flandes) tenía de todo... menos de caballero. Desde casi al nacer -quizás para desagraviarlo por haber nacido, como cuenta la leyenda, en un baño- lo hicieron miembro de las órdenes de caballería entonces existentes, solamente porque era descendiente de reyes. Pero los caballeros se ganaron el derecho a serlo en cada instante, con su lucha constante. Incluso descendiendo de caballeros, se ganaron ese derecho. Por eso fueron legítimos descendientes de Frey, el dios guerrero, el de la espada invencible. Nosotros, al contemplar los paisajes llenos de viñas de La Mancha (que no hemos visto jamás), tenemos que contemplar en todos los tiempos, en todas las circunstancias, en todos los momentos, la figura de Don Quijote pasar... Pasar hacia el futuro que hoy vivimos. Ese futuro que vivirán quienes nos sucederán en esta vida. Don Quijote pasa pero también se queda. La Mancha es este mundo que nos ve pasar a nosotros, aunque no con la ventura del caballero andante manchego. Nuestros antepasados son manchegos. Ya son otros los tiemos que corren. Algunos dicen que ya no tiene razón de ser la lucha de don Quijote, que mejor contemplemos su figura echada en una cama, muriendo de dolor, del dolor de ya no ser lo que fue. Y, entonces, dicen contemplar que la armadura que usaba para luchar, se encuentra ociosa y abollada. Pero eso no es cierto. Eso no puede ser cierto. La armadura de don Quijote está reluciente porque es de acero toledano. No puede ser de otra manera. El acero más famoso. El acero más valioso. Es una armadura que hiere como las espadas, las famosas espadas de Toledo. Garcilaso Inca de la Vega te fue a buscar don Quijote, te fue a buscar porque su antepasado fue comunero, dirigente comunero, de aquellos que lucharon contra el rey extranjero ¿qué pasó con él por esos lares? No, no, no puede estar ociosa la armadura, porque no es de un hidalgo manchego estar ocioso. Nosotros no lo hemos visto, jamás lo veremos ser llevado vencido. Se han equivocado todos los que se equivocan. No es don Quijote quien está sin ánimos para combatir. No León Felipe, te has equivocado, no viste lo que viste. No, es nos cierto que vaya en el rucio la armadura, esa armadura que tantas victorias vio obtener. No es cierto que pueda la armadura ir ajena a su dueño en los campos del combate. ¿Cómo puede ir, en plena lucha, este famoso y valiente don Quijote sin ánimos para luchar? No es cierto. Y no quieran convencerme de lo contrario que nada sera verdad porque aun siendo verdad ha de ser simple mentira. No me pueden decir, no me pueden demostrar, que ahora va ocioso el caballero, este caballero de los leones que a tantos gigantes derrotara. No me digan que está ya sin peto y sin espaldar... ¿Cómo podría quitarse la armadura, en plena lucha, un caballero andante como él, que descansa luchando, que duerme con su armadura, que jamás se la saca porque toda su vida es una continua lucha a favor de los menesterosos y contra la opresión de los poderosos abusivos. Don Quijote ha vencido aunque en este instante se sienta vencido. Es algo circunstancial que se sienta vencido. Hasta el más valiente tiene momentos de vencimiento. Pero eso es circunstancial. Fácilmente superable. No me pueden decir que don Quijote va cargado de amargura... Yo no lo creo. ¡No lo creo! Él no puede estar amargo porque es la personificación de la esperanza, del optimismo, de la capacidad de lucha, de la entrega sin final… es ¡don Quijote de La Mancha! ¡Cómo él no hay otro igual! No me digan que allá, en aquel lugar que nadie sabe aún dónde pueda ser, no me digan que allá es donde don Quijote encontró su sepultura. ¡Después de todo lo que hizo para entregar la libertad a La Mancha! ¡No me digan que ha terminado su amoroso batallar...! No me digan porque no lo creeré, así sea verdad. ¡No lo creeré! ¡No lo creo porque es mentira aunque sea verdad! Es que se equivocan. Todos se equivocan. No pueden decir que este don Quijote que es la representación del coraje y del optimismo, no me digan que este don Quijote, va cargado de amargura... ¿No se pueden equivocar todos ustedes? ¡Sí, sí se pueden equivocar! No me pueden decir que allá «quedó su ventura», en esos lugares donde nadie sabe qué lugares son porque así existan no existen para quienes amamos a don Quijote. Sólo existe don Quijote optimista, luchador, vencedor... ¡vencedor! ¡Siempre vencedor! Caballero de los Leones. Si domaste a las fieras africanas (que personificaban a ese Flandes donde naciera Carlos V), puedes domar este horizonte que se te impone en la playa de Barcino, frente al mar... Yo lo sé. Yo he estado contigo. Te he visto. Te he acompañado. Sigue adelante el batallar que hace siglos comenzaste. Jamás te han vencido aunque te venciera el socarrón Sansón Carrasco disfrazado. No, tú nunca te dejaste vencer. Sigues aún adelante. Sigues luchando en la manchega llanura, aquella que te vio nacer, aquella que te vio salir por primera vez a luchar como luchaban todos los caballeros. Saliste por la puerta adecuada, aquella puerta por donde salían los caballeros andantes, por la puerta trasera apropiada para los soldados, la del patio de los castillos… Tu casa no fue un castillo pero el hecho de vivir tú en ella la convierte en un castillo imaginario, tu castillo, nuestro castillo… El castillo de la vida, del amor, de la lucha, del ideal. Esa es la razón por la cual, nadie te ha vencido, nadie te puede vencer aunque te venza. Sabemos que por los campos manchegos ya se vuelve a ver la figura que te ha hecho famoso para toda la eternidad. Los campos de La Mancha, que son los campos de todo el mundo. De todo el mundo. De este mundo donde yo me encuentro. Todos los campos ven la invicta figura de Don Quijote pasar... Ahí vas, don Quijote, ahí vas. Ahí vamos contigo. A tu lado. Codo a codo. Pecho a pecho. ¡Qué nadie diga que don Quijote va cargado de amargura...! Es no es cierto. Don Quijote jamás irá cargado de amargura... puede estar triste mas nunca amargado. ¡Qué nadie diga que va vencido el caballero! Un caballero como él jamás puede ser vencido. ¿Acaso puede estar vencido simplemente porque va de retorno a su lugar vencido por aquel caballero inexistente de la Blanca Luna? El caballero andante también regresa a su hogar. Tiene épocas en que retorna para recobrar fuerzas. Su andar por las llanuras manchegas –y más allá aún- jamás terminará. Por eso, ¡cuántas veces, Don Quijote, tu imagen ha pasado por infinidad de lugares por donde jamás estuviste! Pero fue allí donde te vi, aunque jamás yo estuviera por esos sitios. La gente te ve como un inopinable héroe que lucha por cambiar su situación, para terminar con su sufrimiento, para acabar con su miseria… Porque tú buscas poner punto final a la opresión. ¡Don Quijote, por esa misma llanura donde ahora te veo, don Quijote, todos te han visto porque han necesitado de ti! ¡Necesitan de tu ardoroso y valeroso brazo! Nosotros, te vemos siempre en horas de desaliento. En viéndote llegar, don Quijote amigo, se terminan los desalientos, se terminan los dolores, se terminan los pesares… todo se termina así te miro pasar... Tú sabes que es cierto, lo sabes bien. Te puedes acordar de cuántas veces te grito al verte: Quiero formar parte de tu orden de caballería don Quijote, quiero estar en tu ejército esforzado y nunca vencido. Ya no te puedo decir: hazme un sitio en tu montura, porque tengo que conseguir mi propia cabalgadura para acompañarte en tu amoroso batallar… en nuestro amoroso batallar. Buscaremos varios molinos de viento para atacar juntos a esos gigantes flamencos que se llevan el dinero que otrora hizo rica a Castilla. Buscaremos una barca encantada para navegar lado a lado. Y he de decirte quedito: llévame a tu lugar. Llévame a aquel sitio que te vio nacer, a aquel sitio pletórico de guerreros, porque ese lugar es donde yo nací aunque me parieran en otra parte. Don Quijote, yo no quiero decirte: hazme un sitio en tu montura, porque voy buscando mi propio caballo, un caballo que sea también un rocín, heredero de aquellos rocines que los caballeros andantes utilizaron y que después fueron convertidos en caballos de trabajo en el campo, por su fortaleza. Jamás te podrán decir, don Quijote, que eres un caballero derrotado, porque nunca fuiste derrotado. Ganaste todas tus batallas. ¡Hasta las batallas que perdías las ganabas don Quijote! Jamás perdiste las batallas que no ganaste. Jamás. Yo no quiero pedirte: hazme un sitio en tu montura, porque quiero tener mi propia cabalgadura para ir a tu lado, a luchar a brazo partido contra todos los gigantes que se nos pongan al frente. Después he de decirte, don Quijote, que yo también voy cargado del valor que tú nos han enseñado a tener, que nos contagiado, que nos ha hecho tener. No hay nada de amargura en la lucha que vamos a comenzar. Toda dureza que se presente serán sábanas de Holanda para quien va contigo. Y quiero que sepas que entre nosotros, los que conformamos tu ejército no habrá nadie que diga: no puedo batallar. Vamos don Quijote, vamos. Ni siquiera mientras busco mi cabalgadura te diré: ponme a la grupa contigo. Quiero ser un caballero del honor cuando me armes caballero… Nadie más que tu podría armarme caballero andante, nadie más. Entonces, actuaré como tú nos has enseñado a ser. No podemos pedirte ponme a la grupa contigo, porque es tiempo de ir contigo lado a lado, compartiendo dificultades, compartiendo esfuerzos, compartiendo problemas… compartiéndolo todo. En esta situación he de rogarte: llévame a ser contigo caballero andante, aunque para ello tenga que ser primero pastor. Emprendamos ya la partida. Quiero ir contigo por la manchega llanura que ha sido testigo de tus hazañas. ¿Bien? ¿Comenzamos? ¡Sí! Me has armado caballero. Podemos ya salir a la aventura. Ya La Mancha -que es todo el mundo- se puede gloriar porque por sus campos eternos se vuelve a ver la figura que la ha hecho famosa: es la figura de don Quijote, querida y entrañable figura inmortal que jamás dejará de pasar...
“Lo que pasó en Bagua es de una atrocidad increíble. Respeto mucho a los pobres policías que fueron degollados, pero quién puso a esos policías en esa situación: un Gobierno que no sabe negociar ni dialogar. El reto es preguntarnos qué podemos hacer desde nuestra posición. Hay que decir las cosas, denunciar, criticar.” (S. Varese).
Mucho tiempo ha transcurrido desde que nuestros ambientes académicos se vieron conmocionados por un libro que hablaba de la lucha de los campas y de su líder histórico Juan Santos Atahualpa: "La sal de los cerros". Penetrar en ese mundo tan desconocido por entonces, era sumergirse en un ambiente que era nuevo hasta para la mayoría de los antropólogos que tenían como preocupación central los estudios de los pueblos andinos. Sin embargo, todos tenían que hablar del este libro y de su autor. Por los tiempos en que salió ese libro, de Stefano Varese, recién un grupo de estudiantes de antropología se orientaba por estudiar académicamente, con sus profesores, los temas de selva. Anteriormente no recuerdo que hubiera habido esa preocupación académica. Con Varese y sus compañeros se había iniciado la preocupación por los estudios de selva, según él mismo nos relata. Empero cuando llega mi promoción a Antropología, nada de esa experiencia parecía haber existido. No teníamos idea de lo que había sucedido antes. Los profesores eran casi todos nuevos. Rodrigo Montoya –que fue nuestro profesor- jamás habló, que yo recuerde, de toda esa experiencia. Pero, es indudable que toda esa experiencia fue de indudable importancia. Esa es la razón por la cual, en el caso de los estudiantes de la primera mitad de los setenta, se instituyó a iniciativa de los estudiantes un seminario sobre selva que formalmente integraba la currícula del último año de estudios... para este grupo, porque hubo varios seminarios. Stefano Varese tiene que haber tenido mucho que ver en esa preocupación por los estudios de selva, en este grupo de mi promoción, es decir, de aquellos que estudiamos durante la primera década de los años setenta... Lamentablemente, repito, ya no recuerdo, sino el impacto de su libro. Hablar de esto me trae muchos recuerdos, sobre todo de mis compañeros, aquellos que estudiaron en aquella época y ya nos han dejado, comenzando por nuestra siempre querida y recordada Nora Dejo, que tan tempranamente partió hacia aquellos confines de donde jamás se regresa. Últimamente se fueron Carlos Dávila y Jorge Casanova. Que vaya nuestro más sentido homenaje para ellos... Este libro de Varese -trato de recordar a tantos años de haberlo leído- nos hablaba esencialmente de las luchas milenaristas de un grupo de nativos de la selva central, que buscaba el retorno a ese pasado que tan paradisiacamente se les presentaba en la cruel hegemonía de los españoles, que pugnaban por destruir su mundo desde todos los ángulos posibles. Los asháninkas se levantaron reivindicando sus derechos, reivindicando sus tradiciones, reivindicando su derecho a la vida, a su propia vida en su propio territorio. Juan Santos Atahualpa lideró una lucha indesmayable e imbatible contra el dominio español. El libro de Varese se hace tanto más vigente en estos tiempos en que los jíbaros -en Bagua- se han levantado en lucha contra aquellos que utilizando la legislación recientemente dada y malinterpretando la existente, quieren -aún no han desistido, a pesar de todo- arrebatarles sus tradiciones, comenzando por su territorio -cuya propiedad y posesión es parte de sus más preciadas tradiciones-, tradiciones heredadas de sus antepasados y que defienden bravíamente con el guerrerismo indomable que, a lo largo de los siglos, los ha hecho conocidos internacionalmente. TUTAYKIRI, publica ahora dos bellos textos donde Stefano Varese testimonia sus ideas, sus sentimientos, sus recuerdos sobre el Perú de antes y de ahora.
José María Arguedas: anecdotario mínimo
Stefano Varese “Han pasado 38 años desde que vi a José María Arguedas. Su muerte me enfadó muchísimo.”
Debe haber sido en el verano de 1967 o 1968 cuando logré invitar a José María Arguedas a la casa de playa de San Bartolo que mi padre Luis y su esposa Rita rentaban para el placer de todos nosotros hijos, hijastros y amigos que siempre llenaban cualquier casa que mi padre tocara con sus generosas manos lígures. Arguedas llegó con Sybila, creo que en carro que ella misma manejó, y se instaló en el patio asoleado, bajo una sombrilla protectora y discreta, atendido por la excesiva hospitalidad que Rita solía dispensar a cuanta persona entrara a la casa. Tenía yo veintiocho o veintinueve años, un doctorado en etnología recientemente logrado y una admiración respetuosa y un tanto atemorizada de esta persona menuda, de ojos claros, de facciones que hubieran podido ser de algún pariente lejano de Génova o Turín. En 1965, Arguedas había estado unos pocos días en Génova invitado a un congreso de escritores. Creo recordar que yo había usado esa excusa para convencerlo de que pasara un día en la playa con nosotros y remembrara, distrayéndose, los recuerdos de su viaje a Italia, a la tierra de mi padre y de Rita, entre unos vinos y unas pastas muy genovesas de «pesto» y recuerdos que aparecían siempre como por milagro en la mesa de nuestra casa. En mi escasa década de vida en Perú —había yo llegado de Italia, después de tres días de avión turbohélice sobre el Atlántico y las Américas, al aeropuerto de Talara a fines de 1956— José María Arguedas y yo habíamos coincidido en varias y poco predecibles ocasiones. Quizás en Génova en 1965, en una de esas ‘sincronías’ de las que habla Carl Gustav Jung, él buscando a escritores que entendieran su pasión andina, yo en el intento reiterado cada cierto tiempo de cercenar mis nostalgias y sepultar en el olvido las tierras de mis infancias. Después, a través de maestros comunes cuando en las clases magistrales de Jorge Muelle y Jean Vellard, a pocos años de distancia uno de otro, escuchamos parecidas invocaciones a la inteligencia, sensibilidad y apertura mental —y emocional— para con los pueblos originarios de América. O tal vez cuando el maestro Jorge Puccinelli, Decano de Filosofía y Letras de la Universidad de San Marcos, en algún momento le comentara a Arguedas que el Departamento de Antropología de San Marcos se hubiera podido beneficiar con el joven Varese, tan metido en esas cosas exóticas de la selva amazónica y tan poco apreciado por el jefe, José Matos Mar, por sus innegables vínculos con la Universidad Católica y su muy conservador director de tesis el «pied noir» argelino Jean A. Vellard. Algo debió funcionar, porque en 1967 ingresé como profesor asistente al Departamento de Antropología en San Marcos y, el mismo año, Arguedas me invitó a dar unas clases sobre la Amazonía en el Departamento de Sociología que él dirigía en la Universidad Agraria de La Molina. De José María Arguedas en San Marcos, tengo recuerdos fragmentarios y calurosísimos. Aparecía en las reuniones de un departamento de antropología en el que yo y otros profesores jóvenes no nos sentíamos muy bien recibidos, infundiéndonos, con su timidez e inseguridad, toda esa fuerza que él parecía no tener y que nos dispensaba a su pesar. Recuerdo un día, quizás un año antes de su muerte, en el que de repente, sin aviso alguno, al comenzar la reunión formal del departamento, Arguedas se lanzó a hablar en quechua a todos los miembros del departamento. Algunos de nosotros —yo y Alejandro Ortiz Rescaniere, creo— nos quedamos honrada y discretamente callados dando la ilusión de que algo entendíamos. Después de tres años de clases con el maestro Teodoro Meneses, yo algo debía de comprender. El silencio más ambiguo y mortificante provino de los profesores quechua hablantes que se negaban, y negarían por mucho tiempo, a reconocer su condición de andinos quechuas. Fue en esa ocasión que la conversación en quechua entre José María Arguedas, Luis Lumbreras y Rodrigo Montoya marcaron en mi mente el comienzo de una amistad respetuosa de estos dos jóvenes colegas con quien pocos meses después daríamos un «coup d’état» en el departamento. Bajo el empuje de los estudiantes se formó el triunvirato Lumbreras-Montoya-Varese, que administró académicamente el departamento hasta su reorganización. Por años, este acto de rebeldía juvenil, implícitamente aprobado sino estimulado por Arguedas, nos costó a los tres la abierta hostilidad de José Matos Mar y por extensión de John V. Murra. Recuerdo que varios años después, ya en México, Murra me agredió de palabras por ese acto de insubordinación ante la autoridad intelectual y profesional de los maestros de la antropología peruana. Extrañamente, no le había quedado claro a Murra que esos eran los meses y años del movimiento estudiantil y obrero de Paris (1968), la masacre de estudiantes mexicanos en Tlatelolco (1968), el movimiento estudiantil de Berkeley, contra la guerra de Viet Nam, en los Estados Unidos y el movimiento de los derechos civiles de negros, indios y chicanos, y obviamente la joven Revolución Cubana. No pasaban impunemente por las mentes y los corazones de los estudiantes de San Marcos las muertes, sufrimientos y contradicciones morales y políticas que de alguna manera permitían sus años de ciertos privilegios y de estudio. La verdad es que, aun en el trato ocasional que teníamos en San Marcos y en La Molina, me encariñé con Arguedas. Intuí que fue él quien entendió la importancia del estudio de los pueblos indígenas de la Amazonía y ayudó a abrir un área de estudios amazónicos tanto en San Marcos como en La Molina. No sé si tuvo alguna influencia en la decisión del Decano de Filosofía y Letras Jorge Puccinelli de apoyar, en 1967, la creación del Centro de Investigaciones de Selva en el «Instituto Raúl Porras Barrenechea» de San Marcos. Creo saber, sin embargo, que el antropólogo quechua hablante Mario Vásquez consultó con Arguedas sobre mis trabajos en la selva y fue precisamente en el Centro de Investigaciones de la Selva donde Mario Vásquez y Carlos Delgado fueron a buscarme, después de octubre de 1968, para proponerme trabajar en las reformas agrarias, territoriales y sociales que postulaba la revolución velasquista para la selva amazónica. No consulté con Arguedas este ofrecimiento un tanto arriesgado por parte de una «revolución» que parecía, y no, espuria y socialista. Acepté el nombramiento. Ni siquiera recuerdo bien si llegué a conversar largamente con él durante este primer año del velasquismo y menos si él hubiese aprobado esta decisión mía. Entre 1967 y 1969 trabajé con mi amigo Alberto Chirif en la producción de un disco de música aguaruna y campa asháninka. En algún momento, José María Arguedas nos presentó a su amigo el musicólogo Josafat Roel quien ofreció escribir «Algunas Anotaciones sobre la Música» aguaruna y asháninka del disco. El disco fue publicado finalmente, poco antes de la muerte de José María Arguedas, bajo el sello de la Casa de la Cultura y el Centro de Investigaciones de Selva del Instituto Raúl Porras Barrenechea de San Marcos. Han pasado 38 años desde que vi a José María Arguedas. Su muerte me enfadó muchísimo, como me enfadaron después otras muertes por suicidio, la de Mario Vásquez con quien me unía la ilusión por la revolución velasquista, la ambigua muerte autoinfligida de mi querido colega y más que amigo, Guillermo Bonfil Batalla, el mexicano que me abriera las puertas de su país «profundo» y la última penosísima muerte del novelista indio Louis Owen, colega en mi departamento de la universidad de California de Davis. A todos los enfados siguió el duelo dolorido y la nostalgia y la conciencia de la ausencia y la soledad y el retorno limpio de los recuerdos. Pocos instantes de cercanía reencontrada y celebrada en la intimidad de una memoria incierta.
Cinco siglos o cuarenta años, por Stefano Varese
Lucy Edmee Angulo Lafosse.
27 de noviembre del 2009. En septiembre de este año regresé a Lima por un par de semanas después de casi cuarenta años de expatriación voluntaria (o casi). Fue un retorno emocional y denso de recuerdos algunos perdidos otros reencontrados. Durante décadas he seguido desde la lejanía la vida de los pueblos y comunidades indígenas de la amazonía peruana. Fueron algunos de estos pueblos - los asháninca, los yanesha, los awahún, los wambis, los shipibo, los matsés- y sus gentes concretas los que en mi juventud atraparon mi imaginación y mi pasión por conocer y me llevaron casi de la mano por las trochas de sus culturas antiguas y modernas, de sus admirables capacidades de resistencia y adaptación, de sus secretos espirituales, de su tratamiento ético del universo. Pero también retornaba al Perú con muchas preguntas irresueltas y en busca de alguna explicación razonable sobre lo que leía en las noticias, en el Internet y en las revistas de análisis político. En mi ingenuidad y optimismo algo patriotero pensaba que los trágicos eventos del año y la matanza del 6 de junio eran una desviación desafortunada de una administración gubernamental básicamente transparente. ¿Cómo era posible que a los casi cuarenta años de la promulgación de una de las leyes más progresistas y avanzadas del continente americano, el D.L. 20653 de 1974 conocido como Ley de Comunidades Nativas y Promoción Agropecuaria de la Selva, los pueblos indígenas, las Comunidades Nativas amazónicas siguieran bajo el constante asalto a su vida, la violencia institucionalizada, la política etnocida, si no decididamente genocida, de los sucesivos gobiernos de autoritarismo post-democrático? Ciertamente la Ley de Comunidades Nativas, defendida críticamente por los propios indígenas amazónico, en todos estos años había sufrido mutilaciones y un constante proceso de erosión dirigido a facilitar la expropiación y privatización de los recursos comunales y la buscada solución final de acabar con las comunidades étnicas de la amazonía. Pero nunca, ni en los peores momentos del autoritarismo corrupto a la Fujimori, el gobierno nacional se había dedicado de manera sistemática a socavar la autonomía de las comunidades, a tratar de quitarles sus medios de subsistencia, a estrangularlos económicamente intentando, en fin, matarlos de hambre y de contaminación ambiental. "Esas acciones u omisiones, en cualquier país civilizado, son consideradas crímenes de lesa humanidad penable por el derecho internacional". Esas acciones u omisiones, en cualquier país civilizado, son consideradas crímenes de lesa humanidad penable por el derecho internacional. Encontraba hora, en el 2009, a las comunidades nativas de la amazonía y a los pueblos indígenas del Perú mucho más amenazados y en peligro de perder sus tierras y sus recursos, y por lo tanto sus vidas, que hace cuarenta años cuando la revolución velasquista con gran visión cultural y social formuló la Ley de Comunidades Nativas. Una legislación humanística integral que por primera vez en la historia nacional y posiblemente Latinoamericana otorgaba personería jurídica a las comunidades indígenas y ciudadanía a sus miembro individuales, autorizando a la comunidades misma a llevar el registro civil de sus miembros y a ejercer jurisdicción colectiva sobre sus territorios y recursos. Pasos jurídicos de una importancia fundamental para miles de pobladores indígenas amazónicos que durante siglos de colonialismo y neo-colonialismo republicanos fueron tratados por el estado y las empresas privadas como esclavos. Como es bien sabido, pero nunca mencionado, la Ley de Comunidades Nativas fue marginada, corroída, mutilada y parcialmente substituída por otras leyes a partir de la reacción de Morales Bermúdez, pasando por toda la serie de ultraconservadores Belaúndes, Garcías, Fujimori, Toledos y nuevamente Garcías. Los conservadores neo-liberales han aprendido muy bien de sus propio errores en las décadas de los Reagan, Pinochet, la dinastía Bush y demás sirvientes: si hay algo que obstaculiza la implantación absoluta del sistema económico, social, político y finalmente cultural del capitalismo tardío es la resistencia cultural de grandes sectores de la población mundial y en este caso peruana a dejarse atrapar por la ilusión de mercantilizarse y mercantilizar sus tierras y recursos. Lo intentaron los liberales de las independencias latinoamericana, Bolívar a la cabeza cuando propuso privatizar las tierras comunales de los indígenas andinos; lo intentó el "Benemérito de las Américas" Benito Juárez en México tratando de disolver las comunidades indígenas que lograron sobrevivir todos los ulteriores intentos hasta llegar a la post-revolución de 1910 con sus tierras y territorios recuperados como "comunidades agrarias indígenas" o como "ejidos". La dictadura militar pinochetista con sus economistas "Chicago Boys" y Milton Friedman a la cabeza fue en cambio más eficiente en desarraigar y expulsar de sus territorios a casi toda la población indígena mapuche que ahora en un 70% vive en Santiago y Temuco como desempleados sin casa ni propiedades. Hay que recordar que la dictadura militar chilena de Pinochet siguió al pié de la letra las recomendaciones de la escuela económica neo-liberal y en efecto casi logra exterminar a los mapuches y disolverlos en la pobreza más abyecta o en el exilio (30 o 50 mil mapuches terminaron en Europa como refugiados). Este es el gran éxito neo-liberal voceado a diestra y siniestra por la propaganda del gran capital que lo señala como ejemplo a seguirse en otros países donde hay población rural –indígena o no- que ocupa tierras y recursos necesarios para la acumulación vergonzosa de riqueza en manos de las oligarquías nacionales y/o globales. Este análisis podría continuar con el caso de Guatemala donde durante más de cinco décadas los varios regímenes militares o civiles cuasi-democráticos declararon una guerra de exterminio de los pueblos maya que causó la muerte y desaparición de centenares de miles de hombres, mujeres, niños indígenas, más de un millón de desplazados internos, más de cientos cincuenta mil refugiados en México y los Estados Unidos. Casi todas las tierras y recursos de los indígenas maya han sido incautados por los generales, coroneles, polítiqueros corruptos y las empresas transnacionales. Otro gran éxito del neo-liberalismo esta vez con la gran ventaja de haber introducido la variable de la represión sangrienta y cruel de tal manera que se justifica mantener "la ley y el orden" a puntas de bayonetas y torturas. En Perú, en cambio, los gobernantes y sus políticos, sus asesores y sus escribas a sueldo se llenan la boca de una retórica desarrollista y "modernizadora" –copias mal digeridas de las teorías funcionalistas de los economistas norteamericanos de los años 1960s resucitadas por Reagan y la dinastía de los Bush- que proclama la supremacía absoluta de la propiedad privada y un estado ausentista y des-regulado como únicos instrumentos seguros para superar la pobreza y el subdesarrollo. Me ha sorprendido la brillante síntesis que de esta teoría económica ha hecho el señor Alan García con su memorable refrán del perro y el hortelano: visión ésta muy castiza y un tanto feudal de la realidad social de la Amazonía y sus pueblos. Qué habrá pasado con los estudios que Alan hizo en París?. Tuvo que haber leído algo de sociología y de economía política, algo de M. Godelier, de A. Tourain, a lo mejor algo de Marx, ¿o el cantar valses criollos le ocupaba todo el tiempo? La memoria corta y selectiva es privilegio de los poderosos. El travestismo ideológico borra todo residuo de dignidad: el salto acrobático del anti-imperialismo aprista a la venta-regalo irrestricta del país (y su gente y sus pueblos) a las transnacionales es merecedor del mejor circo de payasos políticos. La nueva oligarquía nacional repite en el Perú del 2009 lo que ocurrió una y otra vez durante casi doscientos años de vida republicana: la venta periódica y cíclica o las concesiones de varias década a los conglomerados transnacionales, y sus siervos nacionales, de todo lo que pueda malbaratarse. Dinero y corrupción para mantener tranquila a la elite político-económica y gasto militar y policial para apaciguar las fantasías golpistas garantizar la paz de los sepulcros. Este es el modelo de desarrollo social que se propone e impone a los peruanos. Pero resulta que los pueblos indígenas de la amazonía – y de manera creciente del mundo andino- se resisten a entender la promesa de salvación y la propuesta de deshacerse de sus bienes, sus tierras, sus aguas, sus montes, sus animales, sus peces, sus subsuelos a cambio de una cuantas monedas y quizás, con mucha suerte- un trabajo de peón, sirvienta o cargador en una empresa, eso sí, muy moderna y eficiente. El portavoz último de esta teoría económica en el país es el señor Hernando de Soto, más conocido por ser vocero póstumo de Adam Smith y extremista de la propiedad privada que por su rol de asesor tanto de Fujimori como de Alan García, fungiendo para éste último como embajador plenipotenciario ante el Imperio en la negociación del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y el Perú. "(…) de Soto entiende que el primer obstáculo que hay que derrotar -para poder expandir a la amazonía el capitalismo fundamentalista de los neo-liberales- es esta empecinada y milenaria "cultura del bien común" y de "economía moral" que los pueblos indígenas insisten en poseer y reproducir". Qué les propone de Soto a los pueblos indígenas de la amazonía y por extensión a todos los pueblos y comunidades indígenas del país y al resto de los peruanos que aún creen en el "bien común" y en la justicia social? Siendo un hombre cultivado con estudios de economía en Europa y carrera profesional exitosa, de Soto entiende que el primer obstáculo que hay que derrotar -para poder expandir a la amazonía el capitalismo fundamentalista de los neo-liberales- es esta empecinada y milenaria "cultura del bien común" y de "economía moral" que los pueblos indígenas insisten en poseer y reproducir. Armado de este celo evangélico de Soto fue a buscar -videocámara en la mano- unos ejemplos de relativo éxito económico de unas pequeñas empresas indígenas de la Amazonía. Allí está el secreto, vean ustedes tele-espectadores incrédulos, antropologizados de izquierda, soñadores románticos de indios puros: aquí están las pruebas que la propiedad privada es la única y mejor oportunidad que los indígenas tienen de progresar, ganar buen dinero, desarrollarse y entrar de una buena vez al tercer milenio y la post-modernidad y felicidad. Sería largo y tedioso contestarle a de Soto, tal que así como el encontró varios ejemplos de éxito vía privatización cualquier economista y antropólogo podría encontrar otros tantos o más ejemplos de éxito empresarial basado en la propiedad comunal. México, adonde he trabajado durante varias décadas con pueblos indígena, ofrece centenares de ejemplos de empresas indígenas comunales/ejidales/colectivas totalmente exitosas. Hay empresas forestales indígenas zapotecas y chinantecas, de alta tecnología (cosecha, reforestación, transformación y comercialización) que dan empleo pleno a todas las familias de la comunidad, que tienen sistema de seguro médico para todos los miembros de la comunidad, educación completa garantizada, sistemas de becas estudiantiles, buenas viviendas, reinversión comunal en servicios etc. Y ni un metro de tierra, ni una esquina de su territorio ha sido privatizado. El derecho de ciudadanía indígena se ha ampliado al derecho al trabajo remunerado. Lo mismo pasa con la empresas comunales indígenas productoras de café orgánico en el Istmo de Tehuantepec (indígenas zapotecos) y en el Soconusco (indigenas mam). Los indígenas nahuat de la Sierra de Puebla además de empresas comunales de producción agro-forestal han organizados centros de eco y etnoturismo. Lo mismo pasa en las comunidades indígenas de la Sierra Madre del Norte de Oaxaca. Y así podrían seguir los ejemplos no solamente para México sino para Guatemala, Panamá, Canadá y porque no los Estados Unidos: corazón del fundamentalismo neo-liberal. Y aquí es donde de Soto lleva su retórica del engaño al paroxismo. Cita el caso de los indígenas de Alaska como un ejemplo recomendable y a seguirse en la amazonía peruana. En una parodia caricaturesca de la situación de los Natives de Alaska de Soto sostiene que a estas comunidades les está yendo bien económicamente porque aceptaron la oferta del gobierno federal de los EE.UU. de transformar sus comunidades en "corporaciones privadas". La verdadera historia es mucho más complicada y llena de trampas "legales" implementadas por el gobierno federal de los EE.UU. Voy a tratar de resumirla en una cuanta líneas. En 1971 el Congreso de Estados Unidos quiso resolver una disputa histórica de los indígenas (Natives) de Alaska que reclamaban los títulos de propiedad colectiva/tribal de sus territorios y tierras (se usaría el término comunal en Perú y Latinoamérica). El gobierno federal tenía que resolver la disputa para poder construir el oleoducto de Alaska que ocuparía territorios indígenas. El Congreso aprobó un Acta de compra de territorios indios y el pago de 962.6 millones de dólares por la expropiación de 300 millones de acres de tierras indígenas tituladas. A los Natives el gobierno les prometió también regularizar la titulación colectiva/tribal/comunal de más de 40 millones de acres que quedaban en uso y posesión de los indígenas (Alaska Native Claim Settlement, 1971). Como ha sido siempre el caso en las conflictivas relaciones entre los pueblos indígenas y el gobierno federal de los EE. UU. este último no cumplió con la promesa (la tradición del gobierno de EE.UU. que los indígenas llaman "Broken Treaties") demorando indebidamente la titulación y llegando finalmente a cooptar la voluntad de los indígenas cansados de tantas promesas no cumplidas con la propuesta de transformar las aldeas y regiones indígenas en "corporaciones" con el derecho de los miembros individuales de disponer de la porción de territorio/recursos a manera de propiedad privada. Hay que entender que para los indígenas de Alaska, con una larga historia de resistencia ante la colonización Rusa y después Norteamericana, el debate con el gobierno federal sobre los territorios y su jurisdicción autónoma o soberana (sovereign) era esencialmente sobre la legitimidad de sus gobiernos indios comunales, locales y regionales. A los Alaska Native les importaba ganar la plena legitimidad con su personería jurídica colectiva/tribal/comunal de manera de poder interactuar con el gobierno del Estado de Alaska y el gobierno federal con la autonomía/soberanía que le compete a todo grupo indígena de los Estados Unidos. Bajo las tremendas presiones del Congreso de EE.UU., del Gobierno Federal, del Gobierno del Estado de Alaska y de las corporaciones petroleras, mineras y constructoras los Natives/Indígenas tuvieron que aceptar el mal menor o perderlo todo. "Hay centenares de libros y millares de estudios sobre la "economía social" de los pueblos indígenas de las Américas y del mundo: que el señor Alan García no los conozca no me llama la atención, pero que usted los esconda constituye un engaño vergonzoso". Se podría afirmar que los indígenas de Alaska como los indígenas de Hawai y los nativos de las islas del Pacífico bajo administración imperial/colonial de los Estados Unidos constituyen los últimos ejemplos de la arrogancia y del poder bruto y violento ejercido por los EE.UU. con los pueblos originarios. Un poder de estado que es poder por interposita persona de los intereses privados de las corporaciones y empresas norteamericans y transnacionales. Así que señor de Soto, por favor, deje de engañar o entérese y edúquese. Hay centenares de libros y millares de estudios sobre la "economía social" de los pueblos indígenas de las Américas y del mundo: que el señor Alan García no los conozca no me llama la atención, pero que usted los esconda constituye un engaño vergonzoso. Para concluir hay que volver a decir unas cuantas palabras sobre los 350 - 500 millones de pueblos indígenas/pueblos originarios del planeta que no se han dejado absorber por los poderes coloniales y neo-coloniales como masas de de-culturados, desterrados a villas miserias-ghettos-zonas rurales marginales y en calidad de mano de obra barata explotable. Los más de mil grupos étnicos indígenas de las Américas que cuentan entre los 40 y 45 millones a principio de este milenio (según datos de Naciones Unidas y Banco Mundial) viven en una "economía social" que ha sido llamada por lo primeros etnólogos y la antropología económica "economía de subsistencia". Estas son formas económicas mixtas que combinan una base de horticultura/agricultura con pesca, caza, cría de animales, semi-domesticación de especies animales e insectos (abejas nativas/hormigas, etc.), constante domesticación de especies botánicas y practicas socio-culturales cuyo objetivo es incrementar la diversidad biofísica del entorno, del paisaje. "El principio filosófico-ético fundamental de esta economía es la reciprocidad que se ejerce no solamente entre los humanos sino entre todos los seres del universo, sean éstos bióticos, físicos o astrales, tangibles o intangibles. En consecuencia las relaciones de la persona con el mundo son relaciones con una red de "entes/seres vivos y poseedores de inteligencia y emociones"". Este tipo de economía se ejerce sobre un mundo físico/territorial que es social y es "del común". Es una economía que desde los primeros estudios (K. Marx en los Grundrisse, seguido por Karl Polanyi y el historiador inglés E.P. Thompson en el siglo veinte) ha sido llamada "economía moral". Es una economía que no busca la producción de excedente para la venta y el comercio y el enriquecimiento personal, sino la producción de excedentes para facilitar a todos los miembros de la comunidad "el buen vivir", lo que nosotros llamaríamos una buena calidad de vida. El principio filosófico-ético fundamental de esta economía es la reciprocidad que se ejerce no solamente entre los humanos sino entre todos los seres del universo, sean éstos bióticos, físicos o astrales, tangibles o intangibles. En consecuencia las relaciones de la persona con el mundo son relaciones con una red de "entes/seres vivos y poseedores de inteligencia y emociones". De allí las prácticas rituales para la caza, el sembrado y la cosecha, la redistribución de alimentos y bebidas, la circulación de bienes y servicios (lo que en relación a los ashánica pajonalinos hace décadas yo llamé el "comercio sagrado"). ¿Es posible mejorar la calidad de vida, "el buen vivir" de estas comunidades con la adopción de tecnologías y prácticas sociales externas? Seguramente que sí. Pero la elección o no de ciertos caminos de "desarrollo" tiene que ser informada, fruto de conocimientos y de comparaciones. No puede ser impuesta como propaganda de spots televisivos basados en mentiras o medias verdades. ¿Es tener una cuenta bancaria, una tarjeta de crédito y un préstamo del banco para comprar un carro o un televisor una mejoría del "buen vivir" de los comunero nativos? Estas son preguntas que se las tienen que hacer los pueblos indígenas de la amazonía, y al parecer se las han estado haciendo desde hace mucho tiempo y cada pueblo decidirá como actuar con la sabiduría y libertad que les ha permitido sobrevivir y desarrollar civilizaciones durante varios milenios en sus propias tierras.
Carta de Arguedas al rector y a los estudiantes de la U. N. A. L. M., Lima.
"Me acojerán en la Casa nuestra [la Universidad Nacional Agraria de La Molina], atenderán mi cuerpo y lo acompañarán hasta el sitio en que deba quedar definitivamente." Jose María Arguedas, noviembre de 1969.
“Considerar siempre el Perú como una fuente infinita para la creación. Perfeccionar los medios de entender este país infinito mediante el conocimiento de todo cuanto se descubre en otros mundos. No, no hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; [tenemos] todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores.”
José María Arguedas.
Descargo de responsabilidad.
Los contenidos y opiniones expresados en los artículos firmados que publica TUTAYKIRI, son de exclusiva responsabilidad de sus autores.
Los textos anónimos -que figuran independientemente o como introducción o comentario a otros autores- que Tutaykiri publica, o ha publicado antes, son de mi autoría.